A pesar de que Argentina ha hecho más reformas de mercado que ninguna otra economía emergente en el mundo, hoy, 10 años después de haber lanzado la convertibilidad, se nos considera más riesgosos que en 1991. Una verdadera vergüenza. ¿La culpa? Respuesta: una política fiscal demencial.
A pesar de que Argentina ha hecho más reformas de mercado que ninguna otra economía emergente en el mundo, hoy, 10 años después de haber lanzado la convertibilidad, se nos considera más riesgosos que en 1991. Una verdadera vergüenza. ¿La culpa? Respuesta: una política fiscal demencial.
Si se la mira desde una perspectiva histórica de largo plazo, Argentina ha sido y es un país prebendista, corporativo, con pocas ganas de competir en serio. Parecía que el drama de la hiperinflación, la convertiría en un país más serio, liberal, competitivo y audaz. Sin embargo las cosas no han sido así.
Hemos privatizado como ningún otro país en el mundo sacándonos de encima empresas públicas con déficits enormes y desregulado mercados de manera insospechada para un país con el prontuario económico de Argentina. Sin embargo, estamos cerca de la cesación de pagos, con el sector público pagando una tasa de interés extravagante, imposible de sostener en el tiempo (la relación entre tasa de interés real de la deuda pública y la tasa de crecimiento económico hoy es de 6 a 1), desempleo en las nubes, sin competitividad, distorsiones de precios mayúsculas, etc.
¿Qué pasó?
Si bien es cierto que la historia se repite, la velocidad con la cual lo hace en Argentina es digna de envidia del Concord. En los ´80, cuando la inflación azotaba a una sociedad que asistía atónita a cómo el Estado la estafaba permanentemente con el impuesto inflacionario, se discutía cómo bajar los precios.
Estaban por un lado los “estructuralistas” que pensaban que la inflación era un fenómeno de “frutas, verduras y presiones de aumentos de salarios” y creían que la manera de batallarla eran políticas de precios y concertaciones entre empresarios, gobierno y sindicatos.
Por el otro estaban los monetaristas que pensaban, correctamente, que la inflación era en realidad culpa de un déficit fiscal financiado con emisión de moneda.
La hiperinflación barrió con todas las especulaciones en el sentido que la inflación fuera un fenómeno del “reino vegetal-animal+malas políticas de ingresos”. Quedó claro que los desbalances fiscales que estafaban a la gente con la inflación, sumados crucialmente con fenómenos de corto plazo disparatados (recordar a Menem proponer el salariazo en el medio de la explosión de precios en 1989), era lo ideal para que todo volara por los aires como efectivamente ocurrió con la híper.
Vino la convertibilidad y también junto con ella tuvimos la versión “cheta” de los “estructuralistas”. Una variante agiornada que consideraba que todo el problema de Argentina era el de realizar reformas estructurales consistentes en privatizaciones y desregulación de mercados cada dos segundos para que entraran capitales, subiera el crédito y así crecer.
Era como pensar que los problemas de Argentina tenían una “raíz tecnológica”: si elimino al Estado que es ineficiente y le doy paso al sector privado, el país será eficiente, crecerá y seremos todos felices. La política financiera-fiscal, de pasar a ser la causa de la hiperinflación ya no importaba nada y ahora era todo cuestión de “chips fashion” de mercado.
De hecho, si uno recorre la historia de los últimos años se puede observar con toda claridad que cada vez que hemos pasado por una crisis, la recomendación siempre fue: ajuste fiscal mentiroso y más reformas de mercado. Si el programa era creíble, bajaba la prima de riesgo país, entraban capitales, aumentaba el crédito, se recuperaba la economía, crecía la recaudación y vuelta a aumentar el gasto público hasta la próxima crisis en la que se repetía el “modelito”.
Pero si por un lado Argentina hacía tantas cosas para placer de los mercados, del liberalismo y del capitalismo, “tenía” que compensarlo con toques de su ancestral estilo corporativo, demagógico y populista, que si bien ya había demostrado su absoluto fracaso en los ´80, no había que “dejarlo” tan tirado a la basura.
Es así que apareció la política fiscal como estandarte de nuestras viejas y lamentables costumbres. Pruebas al canto.
1) La recaudación aumentó en los últimos 10 años u$s35.000 millones (más del 80%). Sin embargo, hoy tenemos el doble de déficit fiscal que en 1991. O sea, el gasto público aumentó más de u$s 40.000 millones (120%).
2) Privatizamos contra cash por u$s18.000 millones y no hay un solo dólar en el BCRA.
3) Cancelamos deuda pública debido a las privatizaciones por u$s12.000 millones y la deuda pública hoy es u$s70.000 millones más alta que en 1991.
Entre los “nuevos estructuralistas” para los cuales la política fiscal es irrelevante, total con que existiera financiamiento todo se arreglaba (fue común escuchar en los últimos 10 años el disparate de que el gasto público aumentaba porque la recaudación también aumentaba) y la siempre presente necesidad argentina de darle un “toque humanista-corporativista-populista” al modelo, el Estado quedó tan quebrado como hace 10 años y el déficit fiscal que, financiado externamente hizo volar el nivel de actividad al principio de los ´90, hoy nos coloca cerca de la cesación de pagos en la medida que el gobierno crea que sus problemas son sólo de “imagen” y no se transforme en un Atila contra el gasto público.
Por supuesto que semejante locura cometida en materia fiscal tuvo sus consecuencias en otros “rubros”. A pesar de que con la convertibilidad se removieron todos los factores inerciales de inflación, recién a mediados de 1994, llegamos a tasas de inflación internacionales del 4%. Esto trajo un atraso cambiario fenomenal que hizo que el desempleo quedará en las nubes (cuidado que 6 años con 2.000.000 de desocupados no es sostenible socialmente). Y aquí el punto es el siguiente.
Devaluar nos lleva al default y en 1982 luego de la derrota en Malvinas, entramos en default y perdimos una década completa para la gente que cerró con la hiperinflación. Así, que si podemos bajar el gasto público nominal $15.000 millones, sin devaluar, mejor. Ahora no engañemos a la gente, sino hacemos una, la otra viene sola.
Por culpa de una política fiscal que ha colocado el desempleo en niveles insostenibles y al país acercándose a la cesación de pagos (¿no habrá juicios por mala praxis para los funcionarios públicos?), el mercado de capitales que nos financia considera a la Argentina tan riesgosa como hace diez años.
O sea, hemos privatizado todo, introducido mucha competencia en la economía y sin embargo nuestros prestamistas nos cobran más tasa de interés hoy que en 1991 (ver gráfico adjunto).
Estuvo perfecto liquidar al “estado empresario” y haber desregulado la economía. De hecho, está muy bien introducir competencia en el mercado de las telecomunicaciones y desregular el mercado de las obras sociales que hasta ahora ha servido, básicamente para engordar las voluminosas panzas de los sindicalistas.
Pero el terrible error del gobierno es intentar replicar el “modelito” de la convertibilidad: mucha reforma promercado con ajustes fiscales mentirosos. Cuidado, porque podemos encontrarnos con serios problemas, aún habiendo privatizado todo. Está bien privatizar e introducir competencia en todo lo que se pueda. Está mal no darse cuenta de que la política fiscal, aunque haya contado con el apoyo del FMI fue y es culpable de que cada vez seamos más riesgosos paradójicamente para los mismos que disfrutan del “shopping” que es la Argentina.
Lo triste de lo que ha ocurrido en los últimos 10 años es que por culpa de la gran estafa impositiva que ha sido la convertibilidad, hemos degradado cosas como la privatización y la desregulación de mercados que todo argentino con “dos dedos de frente” defiende. Y una cosa que no es un punto menor y que está en el centro del mal humor de la gente, es que no se entiende cómo a pesar de que el FMI dijo que siempre que éramos un fenómeno cumpliendo metas fiscales, ha sido necesario sancionar 7 moratorias impositivas desde 1991 y 5 brutales paquetazos impositivos desde 1996.
La razón es que se miente permanentemente sobre lo que pasa realmente en materia fiscal. Ejemplo: ¿quién no dice hoy que se cumplirán las metas con el FMI del 2000 de 4.700 millones de desequilibrio fiscal, cuando la realidad mostrará un déficit más de $11.000 millones? Casi nadie. El objetivo: que esto “dure” lo más que se pueda aunque ya no de para más.
Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 12/06/2003