Elegir ser miope no es gratuito

La resolución 125 del 11-mar-08 del Ministerio de Economía de la República Argentina, impuso un nuevo esquema de retenciones a las exportaciones de cereales y oleaginosas, el cual ya había sido modificado (alzando las alícuotas) en nov-07. Sin embargo, la novedad de ésta última medida fue que se cambió de un sistema de alícuotas fijas a uno móvil, una manera sofisticada de decir, precios máximos. Es decir, a medida que el precio del bien aumenta, se incrementa la proporción que se lleva el Estado. Esto es mucho más que una imposición progresiva donde al que más gana, más se lo grava, es básicamente una salvaje expropiación. Para tomar como ejemplo, el girasol cuya cotización supera los u$s600/tonelada (tn.), está gravado a partir de dicho guarismo con una alícuota marginal del 95%. De esta forma, de cada u$s10 que aumenta la cotización, el productor sólo recibe u$s0,5 y los restantes u$s9,5 quedan a manos del Estado. Algo draconiano si piensa que es el agricultor quien invierte, arriesga y si le va mal, pierde.

Esto responde a una ideología socialista distinta a la observada tanto en la Rusia Revolucionaria, ni a la Europea. En este caso, de forma mucho más pícara, el Estado no es socio ni dueño de los medios de producción, sino que permite la actividad libremente, para luego apropiarse lisa y llanamente de las ganancias.

La medida no fue bien aceptada por el campo argentino y generó el paro más largo del sector en su historia. Los cortes de las rutas argentinas en las zonas productoras llevaron al desabastecimiento y el aumento descomunal de los precios en los principales centros urbanos (Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe). Esta situación se tradujo en una respuesta por parte de la propia presidente Cristina Fernández de Kirchner, quien realizó 4 discursos en tan sólo una semana, la más critica de por cierto, donde existieron enfrentamientos entre los protestantes agropecuarios y los sindicatos junto con los piqueteros oficialistas (que trataban de dobleguar al sector mediante la violencia).

La presidenta buscó justificar las medidas bajo unas pocas consignas: “evitar la sojización”; “generar valor agregado” y llevar adelante la redistribución del ingreso como prometió en campaña.

Al hablar de “evitar la sojización” lo que busca el gobierno es reincentivar la producción de carne, leche y trigo de alto peso en la canasta de consumo argentina, hoy desplazados por la soja y el girasol que son principalmente de exportación. Sin embargo, la sojización en sí ha sido una consecuencia de las políticas gubernamentales, que han ido uno por uno rompiendo los mercados agropecuarios. Primero fue el de la carne, con prohibiciones de exportación y controles en los mercados de hacienda. Le siguió el mercado de la leche estableciendo precios máximos. Por último, se cerraron los registros de exportación de trigo. Todas esas actividades, alguna vez rentables, pasaban a tener márgenes muy reducidos dados los riesgos que conllevan, cuando no directamente pérdida. Todos estos productores vieron en la soja y el girasol una salida, dados los buenos precios internacionales, creyeron que no iban a ser controlados dado que el 95% de la soja se exporta y no influye de forma directa los precios nacionales. Sin embargo, no tuvieron en cuenta ciertos factores, como ser: a) es una fuente potencialmente suntuosa de recaudación; b) la competencia por el suelo, hace que la extensión del cultivo de la soja ponga presión inflacionaria sobre los productos que sí se consumen en el país (en particular, sobre aquellos que rompió el mercado el gobierno en primera instancia y de cuya producción alejó a los productores).

Como podemos ver, la propagación del cultivo de soja es consecuencia de los incentivos distorsionados que generó el gobierno. Al haber intervenido los primeros 3 mercados (carne, leche, trigo) resultó necesario para el mismo intervenir el cuarto mercado de forma de equilibrar nuevamente los incentivos a lo largo de la producción agropecuaria. Esto es conocido como la teoría de Second Best, de Lipsey-Lancaster. Aún así, el gobierno se dedicó directamente a buscar el “segundo mejor”, dado que el “primer mejor” (liberar los mercados) no es de su atractivo ideológico. Esto responde a la fuerte convicción de la CEPAL y su “padre”, el economista argentino Raúl Prebisch, quien escribió acerca del deterioro secular de los términos de intercambio, teoría según la cual es imposible el desarrollo de un país a partir de sus recursos naturales (el agro y los combustibles). Sumergidos en esta línea de pensamiento, el agro y el petróleo están para abastecer de alimento y energía baratos a la urbe-industrialista. Lo cual se complementa con una fuerte protección efectiva a la industria, con aranceles a la importación de bienes intermedios y capital bajos, mientras que los correspondientes a las importaciones de bienes finales son elevados.

Lo cierto es que la teoría conocida como “second best” por la cual una distorsión adicional introducida por el gobierno (en este caso sobre la soja y el girasol) puede llevar a un bienestar superior al obtenido en ausencia de dicha distorsión, es impracticable, puesto que supone conocer las elasticidades de todos los mercados y como responder con absoluta precisión a cada medida, dado que cualquier intervención salvo la óptima, lo deja a uno en un estado de bienestar aún inferior al anterior.

En lo que respecta a generar valor, dudosamente sea una excusa aceptable para gravar y desincentivar la soja y el girasol. Las palabras del Ministro de Economía Martín Lousteau se referían a la posibilidad de destinar esas tierras al trigo y éste al alimento de los animales. La misma Presidenta sin reparo se sintió lo suficientemente conocedora del tema como para hacer referencia a la soja como un “yuyo que crece” y lo equiparó casi a una planta quimera que soporta los insecticidas más pestilentes. Probablemente desconozca que existe mayor valor agregado y tecnología dedicada a la producción de soja que a cualquier ganado en Argentina, los desarrollos de pesticidas, como la maquinaria y los cambios genéticos que se han hecho a la semilla, esos sí son valor agregado. Adicionalmente, si lo que se desea es incrementar el valor agregado, desincentivando la exportación del grano, se podría haber logrado un régimen diferenciado para los subproductos de las oleaginosas, como las tortas y aceites, sin embargo cayeron bajo el yugo de la misma medida.

En último lugar, la Presidenta hizo preguntó en uno de sus discursos: “cuando uno dice distribuir el ingreso, yo les pregunto a los señores periodistas, a los señores políticos y a todos los argentinos: ¿el ingreso de quién?”. Seguramente no el de ella, con sus zapatos Manolo y sus carteras Louis Vuitton. Tampoco el de las “industrias amigas” como la construcción, los casinos o los bancos, que además de crecer dan empleo directo. Castiga a la industria que emplea poco de formas directa (los números oficiales hacen referencia a un peón de campo por cada campo de aprox. 400 hectáreas). Sin embargo, mientras los sectores “amigos”, se sientan sobre su riqueza, los encadenamientos hacia atrás del campo son importantísimos. Necesitan de maquinaria e insumos, que demandan trabajo tanto en industrias como en comercios y llevan al desarrollo no sólo en los centros urbanos sino también en las zonas más marginales y menos pobladas.

Una vez más Argentina, en vez de aprovechar adecuadamente del contexto externo cuando el mismo es favorable, pensando y siendo previsor respecto de la época de vacas flacas, prefiere tomar la salida fácil y cortoplacista, poniendo grávamenes sobre sus exportaciones agropecuarias basándose en una teoría anticuada (1960), que ha sido ya probada y refutada por el propio país anteriormente. Elegir ser miope no es gratuito y la nación ya debería haberlo aprendido, dado que es lo que ha evitado que ésta crezca más allá de las esporádicas recuperaciones, luego de los abismales y recurrentes porrazos.

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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