Una explicación central de una performance tan pobre han sido los recurrentes colapsos financieros causados por déficits fiscales enormes, aunque decrecientes, a excepción de 2001. Cuando se producía el rodrigazo a mediados de 1975 el desequilibrio presupuestario llegaba a 14% del PBI, al final de la tablita de Martínez de Hoz en enero de 1981 tocaba 11,5% del PBI, en la hiperinflación de 1989 fue de 8,3%, cuando se producía el tequila en 1995 era de 3% y cuando estallaba la convertibilidad en 2001 de 5,3% del PBI. Hoy tenemos superávits después del pago de intereses de 1,5% del PBI, récord histórico tanto en el último cuarto como en el último medio siglo. Pero cuidado, esto ocurre en el medio de un ciclo de entrada de capitales a los países emergentes y suba de nuestros términos del intercambio pocas veces vista en la historia.
A pesar de que en todas las crisis sufridas en los últimos 26 años (salvo la del fin de la convertibilidad) los déficits fiscales fueron cada vez menores, el gasto público ha crecido de manera tendencial. Si analizamos al fisco nacional más provincial, o sea, excluimos a las empresas públicas cuyos servicios no fueron eliminados sino que fueron reemplazados (hasta ahora) por concesionarios privados y tenemos en cuenta que los intereses de la deuda pública promediaron con baja dispersión 1,6% del PBI (salvo 1982 y 2001 con 4,5%), el gasto público primario fue de 21,8% del PBI en 1981, 22,3% antes de la hiperinflación, 24% previo al tequila y 25% antes del colapso de la convertibilidad. Y subió tanto desde el lanzamiento del modelo productivo que ya tiene un nivel récord histórico (tanto en el último cuarto como en el último medio siglo) de 25,5% del PBI.
O sea, paso a paso el Estado ha ido ganando posiciones a pesar de que la economía fue, relativamente al mundo, hacia atrás (probablemente el país atrasaba porque el Estado adelantaba). Es más, como el gasto de capital comenzó el período en 5% del PBI y llegó a caer hasta 1% en 2002, el grueso del aumento del gasto primario fue por la suba del gasto corriente sin intereses (salarios, jubilaciones, bienes y servicios, transferencias al sector privado). Sus saltos hacia arriba son todavía mayores que el gasto primario: pasó de 14% del PBI en 1982 a 22% en 2006. Demasiado para una economía que estuvo casi estancada por más de 25 años.
• Nuevo récord
Ahora bien, si los déficits fiscales han sido decrecientes y el gasto público creciente quiere decir que la recaudación de impuestos ha subido sin pausa. En efecto, el promedio de los 80 fue de 18,4% del PBI (IVA 2,7% del PBI), durante la convertibilidad de 23,5% (IVA 6,4%) y hoy ya arañamos otro récord histórico de 29% del PBI (IVA 7%) tanto en el último cuarto como en el último medio siglo.
En definitiva, luego de un período de 26 años (1980-2006) en los cuales la Argentina tuvo la performance de crecimiento más pobre de toda su historia, incluso peor que el lapso entre las dos guerras mundiales con la crisis del 30 incluida (0,74% anual de crecimiento del PBI real per cápita entre 1913 y 1950), el «aprendizaje» que aparentemente hemos hecho es que no hay que tener déficit fiscal. No importa para nada el nivel de gasto público. Este siempre puede crecer porque los impuestos a recaudar, más tarde o temprano, también pueden subir indefinidamente. Es así que hoy, los que están en blanco, pagan el equivalente a casi 45% del PBI en impuestos (suponiendo que la evasión es de 1/3), como si fuéramos un país rico. Un verdadero disparate.
Es muy probable que nuestra súbita disciplina fiscal esté directamente asociada a la incapacidad para financiar déficits fiscales luego de haber bastardeado la moneda con la hiperinflación y la deuda pública con varios defaults. No habría que subestimar tampoco la pícara y maquiavélica lectura de Kirchner en el sentido de que él sabe que dentro de la clase política las lealtades partidarias, de facciones e incluso las ideológicas se cambian e intercambian con tanta fluidez a cambio de «caja» como si fuera el mercado de compra y venta de la maloliente coliflor o un culebrón borocotizado sin fin.
Desde enero 2002 y hasta fines del presente año (en función de los datos que Hacienda va publicando), o sea, luego de un lustro de modelo productivo, el gasto público del consolidado Nación+ provincias crecerá $ 95.000 millones (120%) repartido, entre otros, en salarios por $ 25.000 millones más, bienes y servicios $ 9.000 millones, seguridad social $ 13.000 millones, transferencias al sector privado $ 18.000 millones, a los municipios por $ 6.000 millones y gasto de capital por $ 20.000 millones. La recaudación llegará a los $ 182.000 millones, $ 118.000 millones más que en 2001, con $ 53.000 millones adicionales yendo a las provincias. Estas no tienen derecho a entrar en déficit como se está anunciado ¿No hay plata que les alcance alguna vez?
Pero lo más grave es que la sociedad no se da cuenta que tener superávit fiscal importa para no volar por los aires con crisis como las del pasado pero también es crucial, para el crecimiento de largo plazo, minimizar el gasto público. Sino veamos la historia contada más arriba. Es el gasto privado sometido a reglas competitivas (no corporativas como en la Argentina) y estables, el que podrá darnos un porvenir más saludable que el de « faquires» del último cuarto de siglo. Un gasto público clientelista en el mejor de los casos y corrupto en el peor, no parece ser la solución a nuestra decadencia.