Un país que no para de repetirse

Cuando vino la crisis del Sudeste Asiático en 1997, se cortó el flujo de capitales hacia todos los emergentes, y como nosotros no habíamos ahorrado en épocas de vacas gordas, nos estuvimos revolcando en el fango de la deflación convertibilista hasta la megacrisis de 2001-2002, cuando hicimos todo junto de manera salvaje: ajuste fiscal, reprogramación de la deuda pública (y de los depósitos) y devaluación.

Hoy las cosas son, al mismo tiempo, iguales y distintas a aquel entonces.

Primero, el Gobierno nacional, a pesar de haber logrado un aumento impre-sionante de recaudación de $ 160.000 millones entre 2003 y 2008, para lograr el nimio superávit primario del Presupuesto 2009 de $ 33.000 millones tendrá que ser muy extremista y lograr que el gasto primario crezca sólo el 10% anual. Nunca, desde que los Kirchner son Gobierno, el gasto público creció menos que el 25% anual. El escenario más probable es que este año no tengan superávit primario y deban afrontar el pago de la deuda pública con un fenomenal crowding out del gasto privado.

El expansionismo y la irresponsabilidad fiscal del matrimonio pingüino deja enanos, con la «honrosa» excepción de Cavallo en los 90, a todos los enajenados que manejaron la hacienda pública en los últimos 30 años, ya que han duplicado el gasto nominal cada 3 años.

Por su parte, las provincias pueden llegar a tener en 2009 un déficit fiscal de hasta $ 15.000 millones (a pesar de que sus ingresos crecieron $ 100.000 millones entre 2003 y 2006), salvo que sean extremistas en el cuidado del gasto público.
Entonces, es obvio que fiscalmente el Gobierno está sin un peso partido al medio a pesar de su insoportable campaña mediática sobre los superávits gemelos. Pruebas al canto. En marzo del año pasado quiso confiscar al campo con la Resolución 125 aprovechando los precios récord de nuestros commodities de exportación, iniciando una suerte de suicida «guerra gaucha». Como fracasó, la plata no alcanzaba y en octubre del mismo año ya la soja valía menos de la mitad, les robó los ahorros a los que 15 años antes habían optado por el régimen de AFJP.
La cosecha para la corona fue más que suculenta: $ 80.000 millones de activos del Fondo de Jubilaciones y Pensiones, $ 15.000 millones de recaudación de las ex AFJP y $ 5.000 millones de ahorro en vencimientos de capital e intereses de la deuda pública.

El costo de la barbarie fue una fuga de capitales del 15% del PBI en octubre pasado que puso a la economía en recesión en 2009. Esto a su vez provocará una pérdida de recaudación que compensará lo ganado por la eliminación de la capitalización. Pero está bien, los gustos hay que dárselos en vida. Total, Dios proveerá.

Como tampoco alcanzaba con el fin de las AFJP, vino el canje de Préstamos Garantizados que le permitió al Gobierno, neto de los nuevos pagos de Bonar, ahorrarse en 2009 $ 5.700 millones del servicio de la deuda. Pero tampoco se llegaba a octubre sin sobresaltos, por eso el adelantamiento de las elecciones legislativas.

Si hubieran sido el 25 de octubre, los pagos de deuda relevantes (sin intra sector público ni el capital de organismos internacionales que se refinancian en su mayor parte) antes de los comicios apuntaban a los u$s 6.200 millones. Hoy serán (suponiendo que la troika K impone el mandato presidencial del adelantamiento) u$s 2.300 millones, «nada más» que u$s 3.900 millones menos. Una enormidad de alivio para un Estado quebrado. ¿El respeto a las instituciones? Pasado arcaico de nuestros desaparecidos próceres.

Eso sí, tener hoy un bono de la deuda pública que vence después del 28 de junio es para corazones de piedra. En el medio de una fuerte recesión (no menos del 3% de caída del PBI), el Gobierno tendrá que hacer frente, postelecciones, entre julio y diciembre, a pagos por u$s 6.500 millones sin superávit primario, salvo que los Kirchner quieran inmolarse con un brutal ajuste fiscal de cara a 2011. Una reprogramación de la deuda pública viene silbando bajito y además hace falta, como mínimo, un congelamiento del gasto público.

Tercero, en materia cambiaria, a pesar de la megadevaluación nominal de 2002 (67%) y del shock favorable de términos del intercambio que hemos tenido en el último lustro del 40% (contracara de la caída del dólar en el mundo del 30%), hoy el tipo real de cambio está casi tan fuera de su nivel sostenible como hace 8 años, porque durante el modelo productivo nuestra inflación (200%) fue cuatro veces y media la internacional (45%), la presión impo-sitiva en la actualidad (33% del PBI) supera en el 10% del PBI a la de 2001 (23% del PBI), los salarios industriales en dólares están el 25% por arriba del momento previo al fin de la convertibilidad y el desempleo, sin las mentiras del INDEC, ya está otra vez en el 13%.

De todas maneras, el desajuste fiscal de hoy es un poroto al lado del descalabro de la convertibilidad. En aquel entonces, los vencimientos de capital más intereses de la deuda pública relevantes llegaron a representar el doble de la recaudación de impuestos y la mitad de las reservas internacionales del Banco Central. Hoy son sólo una cuarta parte y poco más del 20% respectivamente (pero cuidado, hace siete meses que en el mejor de los casos las reservas no caen y si se viene otro paro del campo lo harán fuertemente).

Esto hace que la devaluación de «equilibrio» necesaria sea menor que los dos tercios de 2002. Además, como todos los contratos ya fueron pesificados, el ruido de una mayor devaluación que la que propone la pulcra y edulcorada flotación administrada del BCRA sería mucho menor.

Finalmente, y no menos importante, el partido que gobierna hoy, el peronismo, fue el que ayudó a que De la Rúa se cayera, así que entre bomberos no se van a pisar la manguera.

Como decía el gran trágico griego Sófocles, «una mentira nunca vive hasta hacerse vieja». Eso ha sido el modelo productivo.

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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