Argentina, gran exportador de hambre (*)

El mundo vive hoy circunstancias muy particulares. Un conjunto de factores, temporales y permanentes, financieros, estructurales y estocásticos han llevado a que las instituciones internacionales estén seriamente preocupadas por una crisis alimenticia mundial.

El índice de precios (alimentos) del FMI ha crecido un 65% desde 2005 hasta la actualidad y a diferencia de otras épocas donde el incremento estaba concentrado en algunos productos mientras que otros se mantenían estables (cuando no caían inclusive), hoy el aumento es generalizado: trigo 162%, aceite de soja 155%, maíz 130%, arroz 122%, grano de soja 118%, torta de soja 85%. Es más, la suba en el corto plazo de algunos productos, ha sido relativamente mayor todavía. Por ejemplo, el arroz pasó de crecer un 8,3% entre octubre de 2007 y octubre de 2006 a 215% entre abril de 2008 y el mismo mes del año anterior.

La gran preocupación de instituciones internacionales como la ONU, el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD) es que, sea temporario o permanente, este shock iniciado en 2005 y que todavía continúa, ha generado en el mundo 100 millones de nuevos pobres, según estimaciones del BM. También el presidente del BID puso énfasis en la necesidad de que las entidades combatan de forma urgente y dediquen los fondos necesarios este fenómeno, al remarcar que de no actuar con la celeridad necesaria se podría perder el terreno ganado en la lucha contra la pobreza de los últimos 5 años.

¿Que elementos se encuentran detrás de este abrupto crecimiento de los precios de los commodities alimenticios?

Por el lado de la oferta, el clima seco explica parte de la pobre producción de los principales países exportadores de cereales en los últimos años. Además, los stocks mundiales de alimentos se encuentran en niveles históricamente bajos respecto del período 1980-2000 por la caída en las reservas mantenidas por instituciones públicas ante el incremento en el costo de almacenaje y una mayor integración global y financiera. Finalmente, el incremento en el precio del petróleo y sus derivados impactó de forma real en los commodities agrícolas al encarecer significativamente los costos de transporte.

Por el lado de la demanda, la “estrella” del recalentamiento de los precios de los alimentos a nivel mundial son los biocombustibles al hacer explotar las cotizaciones de los que están relacionados con su producción como azúcar, maíz y oleaginosas. Además, los elevados precios de los combustibles fósiles han hecho que los biocombustibles sean una alternativa financieramente viable y es así que hoy existe una relación positiva y significativa entre los precios del crudo y los productos agrícolas que funcionan como inputs en el desarrollo de energías alternativas.

Existe además un componente financiero a partir de la integración global, mediante la cual los commodities en general se han convertido en un nuevo producto en la cobertura de las carteras. Consecuentemente, la depreciación del dólar en el mundo (moneda en la que se expresan los precios) ha generado un factor adicional de presión al alza en los precios.

La recomendación de la ONU, la OECD, el BID, el Banco Mundial y del FMI a los principales productores mundiales de alimentos a sido no desincentivar su producción. Argentina, sin embargo, se está comportando como un “free rider dañino”, sólo pensando en el corto plazo, tratando que el alimento quede lo más barato posible dentro de las fronteras del país para cumplir con el efímero sueño distributivo de los Kirchner y olvidándose por completo del problema mundial de su escasez a escala planetaria.

Hemos puesto prohibiciones de exportar, se han cerrado los registros de exportación, casi todas las exportaciones de alimentos tienen que pasar por el “canal rojo” en la Aduana en vez del verde lo cual obliga por poco al exportador a demostrar que adentro de una caja de aceite no hay una bomba atómica, hay impuestos para exportar (retenciones), “encajes” (demostrar hoy que no hay chances de desabastecer al mercado interno mañana) para poder vender al exterior y ahora el agro tendrá que informar al gobierno cuánto grano hay ensilado y embolsado en los campos.

Obviamente que la respuesta de ley de gravedad de la economía (algo que en general a los políticos les encanta desconocer) no se hizo esperar: hoy caen la producción de leche, quesos, carnes, el área sembrada de trigo para la próxima campaña y la producción de aquellos alimentos que todavía no caen, seguramente lo hará en el futuro o en el mejor de los casos experimentará una fuerte desaceleración.

De esta manera, agravaremos tanto nuestro problema de pobreza como el del mundo (Argentina se encuentra entre los principales 5 exportadores de carne, maíz, girasol y soja, tanto en granos como en aceites y subproductos) y le seguiremos dando la razón a los países desarrollados de porqué tienen que subsidiar su agricultura: evitar que la alimentación de sus habitantes quede en manos de piromaniacos como nosotros que hacemos todo para que la producción de alimentos caiga en el medio de una tremenda escasez mundial.

En ese sentido, es interesante ver cómo la Presidenta no para de inocular culpa, a pesar de que ella y su marido son millonarios, a los que ganan plata en el sector privado con el cuento de “la responsabilidad social empresaria”. Cuento porque el Estado gasta $300.000 millones anuales (financiado con una presión impositiva salvaje sobre los que están en blanco) en el medio de un discurso progresista pocas veces visto en nuestra historia y sin embargo, Argentina sigue siendo una siniestra fábrica de pobres. Al mismo tiempo, al hacer todo lo posible para que el alimento no salga de nuestras fronteras, quedamos frente al mundo como grandes “irresponsables sociales soberanos”. Un nuevo caso de doblete moral y discursivo en nuestra política. La viga en el ojo propio que no permite ver la paja en el ojo de nuestro vecino.

Y por si las medidas que aplicamos al agro no fueran lo suficiente dañinas sobre nuestra producción de alimentos e imagen internacional, falta agregarles los discursos y declaraciones oficiales en la reciente cumbre de la FAO en Roma, en la reunión por la ronda de Doha en París y las recientes ponencias de la Presidenta.

La idea del gobierno es que el campo argentino no asume riesgos (el clima y los precios siempre juegan a favor), es sólo un sector rentista (gana millonadas sin trabajar), no usa capital (todavía se pueden ver a los bueyes tirando del arado de cincel), no genera empleo (que medio país esté parado es sólo una ficción hollywoodense), produce en esencia un yuyo cocainómano (la soja) que gracias a Dios sólo se exporta (no sería bueno poner cocaína en la mesa de los argentinos), genera desabastecimiento del resto de los alimentos (leche, carne), asfixia con humo a la capital del país cuando incendia sus propios campos para complotar contra la Casa Rosada y emular los golpes de estado del 30, el 55 y el 76 y recibe los deleznables capitales financieros a través de los pools de siembra que hacen subir los precios mundiales de los alimentos (sin ningún aumento de producción).

Además (siguiendo con la tesis oficial), por culpa de los países desarrollados que subsidian la agricultura, los pobres producen menos alimentos de los necesarios lo cual agrava su pobreza estructural, cuando en realidad el Estado argentino quiere que se eliminen los subsidios en el mundo para subir las retenciones en estas playas para gastar más todavía.

Y lo que no tiene desperdicio por lo ridícula, es la argumentación de que Argentina no abrirá su comercio industrial al mundo si el mundo no nos abre sus puertas a nuestras exportaciones de alimentos. La apertura bien hecha siempre es buena (más para países chicos) y usar al agro como excusa para no bajar aranceles a la importación industrial con lo que el gobierno hace hoy con el agro, no tiene nombre.

Con gobernantes así, para qué buscar enemigos del país en el exterior.

(*)Nota publicada en Ambito Financiero con el título "Piromaníacos de mercado", el 11-06-2008 en las páginas 1 y 2

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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