¿Cuándo vendrá un mango, viejo Gómez?

El interrogante se deriva del tango que en 1933 reflejaba las consecuencias de una crisis económica, en realidad mundial. Lo mismo puede aplicarse hoy a la ausencia de inversiones extranjeras en el país. «Las han limpiado con piedra pómez», seguiría la letra de Pelay y Canaro adaptada a cuanto acontece en la economía hoy.

Desde que existen datos más o menos confiables de balanza de pagos de la Argentina en 1992, la conclusión es que ningún extranjero se vuelve loco por invertir estratégicamente aquí. Lo que sí ocurre (mal que les pese a nuestros productivitas) es que el capital golondrina prestamista viene y se va al compás de la tasa de interés internacional, pero, fundamentalmente, de nuestros atragantamientos y repudios de deuda.

En una primera mirada, la superioridad de la convertibilidad respecto del programa económico que se inicia en 2002 (modelo productivo) a la hora de atraer capitales internacionales para financiar inversiones en el país es indiscutible. Entre 1992 y 2000 (antes del gran colapso de 2001), el promedio anual de Inversión Extranjera Directa (IED) más acciones fue de u$s 8.400 millones, 65% más que entre 2005 y 2006 (las cifras anteriores a 2004 dan ganas de llorar), cuando el promedio anual fue de u$s 5.100 millones.

La triplicación de la IED en 1999 (u$s 24.000 millones) no obedeció a que el mundo había perdido la razón por la Argentina, sino a la compra, por parte de la petrolera española Repsol en casi u$s 18.000 millones, de la mayoría del paquete accionario de YPF que ya cotizaba en Bolsa desde su privatización a fines de 1992. Los extranjeros que le vendieron sus acciones a Repsol se llevaron al exterior otra vez el dinero que previamente habían ingresado para comprarlas. Clink, caja y a salirse de nuestras playas.

Pero dado que el proceso privatizador de la Argentina en los 90 fue un suceso mundial por su profundidad (si seguimos así, con el Estado cada vez más presente en la economía, será récord también por lo efímero) a pesar de que la onda privatizadora fue muy fuerte en los países emergentes y para poder realizar una comparación robusta con la IED del modelo productivo, es conveniente «limpiar» las cifras de la inversión de los fondos ingresados al país por no residentes para comprar empresas públicas. Hecho esto, los u$s 8.400 millones de IED en la década de convertibilidad se reducen en u$s 1.600 millones por año, quedando en un nivel de u$s 6.800 millones anuales, 33% más que el promedio 2005-2006 en vez de 67%.

O sea, a pesar de que la Argentina de Kirchner (la del «país en serio») se parece cada vez más a un lugar africano en materia de reglas de juego, instituciones, independencia de poderes, respeto por el disenso, etc., la IED, en una versión robusta, es superada en sólo 33% por la IED de la etapa de las relaciones carnales con el Primer Mundo. Es más, si la ponemos en términos de nuestro PBI (un dólar hoy tiene todavía más poder de compra que en la década pasada), fue 2,5% en los 90 y 2,6% en la actualidad. Casi lo mismo. Es decir que ni la convertibilidad movió el amperímetro a favor de la IED en la Argentina.

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(*) en millones de dólares – FUENTE: DNCI-INDEC y elaboración propia

En esta pobreza inversora del exterior nos acompañan Brasil (2,2% y 1,9% de su PBI respectivamente por período) y México (2,5% y 2,4%). Y quedamos abajo de Perú (3,5% y 3,5%), Chile (4,7% y 5,9%) y Colombia (2,3% y 6,5%). La Venezuela de nuestro nuevo novio, don Hugo Chávez, va en proceso de desaparición del radar de la IED: de 2,7% cayó a menos de la mitad, 1,1%, en los dos períodos analizados y en 2006 ya tuvo caída de 0,3% de su PBI.

Algo así como que dado que los argentinos siempre hacemos lo mismo: capitalismo trucho de derecha (la convertibilidad) o capitalismo trucho de izquierda (el modelo productivo) el resultado es que (además de nuestra lacerante decadencia) la IED anda más o menos siempre en 2,5% de nuestro PBI, nivel similar al de Brasil (la única relación amorosa que no cambiamos) y menor que la de un capitalismo más competitivo (y mucho menos trucho) como el de Chile (por eso probablemente, en democracia, nunca tuvimos antes tantos conflictos como ahora).


Cambios

Donde sí hoy hay grandes cambios respecto de los 90, hasta ahora, es por el lado de los flujos de deuda externa tanto privada como pública. En la década pasada nuestras empresas y bancos recibían préstamos netos (de cancelaciones) del exterior por u$s 6.000 millones por año y en el período 2005-2006 cancelaron pasivos por u$s 2.300 millones por año. El Estado, que colocaba deuda externa neta por u$s 5.200 millones, pasó a cancelar u$s 3.100 millones por año.

Pero en 2006 la tendencia de nuestro endeudamiento externo ya comenzó a cambiar otra vez. Los privados dejaron de cancelar y si se corrige la serie de la deuda pública externa por la cancelación al FMI usando reservas del BCRA, aumentó, según los flujos de balanza de pagos, en u$s 4.000 millones por las colocaciones a Venezuela (en vez de caer u$s 6.300 millones). Es tan falsa la frase oficial de la « estrategia de desendeudamiento» como las cifras de inflación que la Rosada le hace publicar al INDEC. Y ni hablar de lo que ocurriría si el gasto público sigue creciendo a 40% como en el primer bimestre de 2007.

En definitiva, una Argentina que en el fondo, más allá de planes circunstanciales que funcionan primero y luego se caen, terminó siendo nada estratégica (poca IED) y muy golondrina (deuda corta que va y viene) de tanto defaultear. Nos parecemos mucho a ese refrán que dice: «Le cambiamos el collar al perro, pero el perro sigue siendo el mismo».

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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