La preocupación que los argentinos manifestamos periódicamente por el desequilibrio comercial (exportaciones menos importaciones) con Brasil proviene de una mezcla entre el "matete" cultural que tenemos con el comercio internacional en general e intereses empresarios poco cristalinos por el otro.
Entre 1991 y 1994, la convertibilidad Argentina lograba parar la hiperinflación, se producía una violenta reversión (para bien) de los flujos de capitales, el déficit fiscal se financiaba con privatizaciones, nuestra demanda interna de consumo e inversión explotaba y también comenzaba el atraso cambiario que terminaría colapsando en 2002. Brasil, que venía del congelamiento de depósitos del Plan Collor (1990), estuvo todo el período rozando la hiperinflación que recién pudo ser dejada atrás con el Plan Real en el segundo semestre de 1994. La consecuencia obvia de una Argentina en boom de actividad económica y un Brasil sumergido fue un saldo comercial deficitario para nosotros de US$ 815 millones en promedio anual. Ya se empezaban a escuchar telúricas voces argentinas que hablaban de la "invasión de productos brasileños".
De 1995 a 2002 el resultado comercial deficitario se revirtió totalmente a favor de la Argentina, promediando un superávit de US$ 1100 millones anuales. Obvio de nuevo. La Argentina primero sufría el tequila, luego se recuperaba, pero finalmente sufriría la peor crisis de su historia en 2002. A diferencia de nuestro rozagante presente, Brasil nunca tuvo tasas de crecimiento económico chinas en el período (creció 20% en esos 8 años). Sin embargo, tampoco sufrió nuestros cíclicos dramas "tangueros" (caímos 6% en el mismo lapso). Es más, no hay registros que nuestro vecino carioca haya enviado, como sí hacemos nosotros hoy, a su canciller para tratar de balancear el resultado de libres transacciones entre privados de uno y otro lado de las cataratas del Iguazú.
Finalmente desde 2003 hasta la fecha, la balanza comercial se volvió a inclinar en "contra" de nosotros (y a favor de Brasil). Promedia un déficit de US$ 2500 millones anuales y puede superar los US$ 4000 millones en 2006. Obvio de nuevo. Los argentinos tenemos una demanda interna de consumo más inversión que crece a la velocidad del rayo (11% anual), mientras que los brasileños se contentan con mucho menos (3% anual) para evitar los estropicios que hicimos en 2002 al defaultear todo lo que encontrábamos a nuestro paso: depósitos, deuda y contratos. La "buena" noticia para nuestros vetustos espíritus mercantilistas es que en 2006 las exportaciones argentinas a Brasil, gracias a los autos, están creciendo al doble que las importaciones que le hacemos a Brasil a lo mejor, con el tiempo, el déficit comercial empieza a bajar y nuestros burócratas dejan de viajar a Brasil para "equilibrar el desigual comercio".
La rueda gira otra vez
O sea, cuando la Argentina era absurdamente barata durante la convertibilidad, nos capitalizábamos y consumíamos en Estados Unidos y Europa. Dado que además crecíamos bien por arriba del promedio mundial, con baja tasa de ahorro por el desequilibrio fiscal, teníamos déficits comerciales con el Primer Mundo y superávit con Brasil, que lo estaba pasando mal o creciendo muy despacio. Luego de la devaluación de 2002, todo el mundo se nos volvió caro pero, relativamente, el encarecimiento grosero es con los americanos y europeos. Por eso hoy hay superávits comerciales con EE.UU. y el Viejo Mundo y déficit con Brasil. Todo obvio de nuevo.
¿Qué pretendemos nosotros, los "piolas" argentinos? ¿Tener superávit contra todos los países y en todos los productos? Esto es imposible. Siempre habrá algún país y algún producto en el que tendremos déficit comercial (ventajas comparativas). Nuestro gobierno debería poner gasa en los hospitales en vez de gastar el dinero de nuestros impuestos enviando a funcionarios a los países con los que tenemos déficit comercial e "iniciar" conversaciones para bajar el desequilibrio.
¿Queremos exportar más? Vayamos al libre comercio. Para ello, como mínimo, tenemos que bajar aranceles de importación, eliminar las retenciones a la exportación, bajar el gasto público para después bajar impuestos y lograr que a la política laboral la deje de manejar el camionero Hugo Moyano.