Ante la necesidad de capitalizar el sistema productivo, hay un debate sobre el grado de dependencia que tiene el país de lo externo; el tema se coló en el discurso presidencial
“Queremos la inversión extranjera que esté abrazada a la patria.” La frase fue dicha por el presidente Néstor Kirchner el martes último, durante el acto de presentación del nuevo modelo de vehículo que fabrica Peugeot en el país. Pocos días después de ese discurso –más exactamente, mañana– el primer mandatario iniciará su visita a España, donde tratará de convencer a gobernantes y empresarios de que la Argentina está en condiciones de recibir capitales productivos.
¿Ofrece realmente el país un escenario atractivo? ¿Por qué llegan las inversiones que llegan y por qué otras no pisan suelo argentino? ¿Hasta qué punto el nivel de crecimiento de mediano o largo plazo está atado a la acción de firmas extranjeras?
Las opiniones de los economistas consultados por LA NACION difieren. Hay quienes dicen que el incremento de los niveles de inversión extranjera directa es indispensable cuando se buscan índices de crecimiento del producto que ronden el 5% anual, como promedio para el largo plazo. Y aquí se debe tener en cuenta que, según los analistas, sólo con tasas que superen ese nivel será posible aliviar el drama aún demasiado expandido de la pobreza y el desempleo. Pero la otra campana que suena dice que no hay tanta urgencia por encontrar capitales de afuera: según esta visión, la Argentina cuenta hoy con posibilidades de desarrollo a partir de la expansión de las firmas y los emprendedores residentes.
En el medio, sobrevuela el debate sobre los niveles de ahorro interno, las dificultades para el acceso al crédito, y los efectos de un discurso y de ciertas acciones políticas muy poco amables para los oídos y los ojos de posibles inversores. También entran en el campo de las discusiones el reclamado marco de seguridad jurídica y los niveles de rentabilidad que ofrece el país a partir de la caída de costos que determinó la devaluación del peso. Este último factor fue suficiente, en algunos sectores económicos, para compensar la presencia de cualquier elemento generador de inquietudes para la sensibilidad empresaria.
Según el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2005 la Argentina recibió US$ 4662 millones en inversión extranjera directa, un 9,1% más que en 2004. La cifra incluye la formación de nuevo capital, pero también las operaciones por las que firmas que eran de capital nacional pasaron a manos extranjeras, en operaciones que no aportan expectativas de mayor producción. Si se observa la región, el flujo de capitales al país representa el 22,8% de lo que llegó al Mercosur y el 10,5% del asentamiento de nuevas inversiones en todos los países de América del Sur. Son participaciones menores que las de años anteriores, y ése es un tema que preocupa a varios analistas.
Según un trabajo elaborado por la consultora abeceb.com, de la inversión extranjera directa llegada a América latina entre 1999 y 2000, el 22% fue para la Argentina. Entre 2004 y 2005 esa participación cayó al 7 por ciento. Ganaron principalmente México (que pasó del 18 al 29%) y Chile, que recibía el 7% y llegó al 12 por ciento.
“La inversión directa se recupera, pero todavía no llega a niveles de décadas anteriores”, apuntó el director de la consultora, Dante Sica. Según el economista, el recuerdo fresco del default de la deuda y la demora que tuvo la reestructuración; la ruptura de los contratos, y las dudas sobre la capacidad del sector energético son algunos de los factores que están cargados en la mochila, algo aliviada en su peso por la consistencia de los números de la macroeconomía. “Todos vienen de curarse de espanto con la caída del producto en la región, pero Brasil, Chile y México ofrecen más garantías”, según evaluó Sica.
Rentabilidad
Más que por garantías de seguridad, varias inversiones arribadas en los últimos años fueron tentadas por expectativas de alta rentabilidad. “Con excepción del sector de infraestructura, hoy la Argentina ofrece beneficios altos y eso compensa la inestabilidad”, señaló Daniel Artana, economista jefe de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL). En ese sentido, el costo relativo de las contrataciones laborales -aun cuando ahora está en alza-, y de la energía, sigue siendo un elemento convincente, que se combina en algunos casos con los precios de los commodities.
Con ese escenario, consideró Artana, son los sectores de bienes transables los que están razonablemente bien, aunque un “golpazo” como la restricción a las exportaciones de carne, impone una salvedad a esa regla e introduce un factor negativo. Para dar impulso a la inversión extranjera, agregó, hacen falta políticas de largo plazo, que difícilmente se encaminen en tiempos preelectorales.
En la opinión del economista Eduardo Curia, para una expansión del PBI que ronde el 6% anual en forma sostenida, habría que lograr una tasa de inversión de entre el 24 y el 25 por ciento. Según los datos oficiales, al primer trimestre de este año la inversión interna bruta fija alcanzó el 19,4% del producto, luego de haber crecido un 22,8% con respecto al primer trimestre de 2005 -cuando la expansión interanual sido casi 10 puntos más baja.
Según Curia, ante esa necesidad que afronta el país, es bienvenida la inversión extranjera, pero aclaró que no cree que el crecimiento dependa de los activos de otros países. “Estamos ahora en una etapa intermedia, donde aumenta la inversión extranjera sin que eso sea demasiado significativo, pero sí hay inversión de residentes que tiene gravitación”, analizó.
El analista consideró de importancia el discurso presidencial sobre la valoración de la inversión extranjera, y señaló que como tarea pendiente queda aún la renegociación de los contratos de concesión de servicios públicos. “Hay que seguir dando seguridades en el exterior, pero un tramo de la recuperación depende de la inversión de residentes”, insistió.
En el tema de la capacidad de inversión local se plantea el problema del acceso al crédito. Nadin Argañaraz, presidente del Ieral, de Fundación Mediterránea, apuntó que, hasta ahora, las empresas se autofinanciaron para sostener gran parte de las inversiones. Además, señaló que las acciones estuvieron concentradas en la renovación de equipos por parte de pymes.
Argañaraz se mostró convencido de que es necesario volverse atractivos frente a inversores externos. “Si uno mira las tasas de ahorro nacional, ve que no estamos en condiciones de financiar con recursos internos” lo que falta para llegar a una tasa de inversión del 26% del PBI, que permitiría un crecimiento del 5% anual promedio.
La “agenda de competitividad” que propone el economista del Ieral incluye una reforma tributaria y la definición de un sistema educativo en línea con un perfil productivo. La atracción, consideró, no puede pasar por “salarios bajos en dólares” y, en ese punto, agregó que la inversión en la industria automotriz está definida por ventajas de costos frente a Brasil, y no por un contexto que satisfaga todos los interrogantes que se hace una empresa para decidir dónde producir.
El economista Jorge Schvarzer consideró que no hay por qué estar pendiente de los recursos del exterior. “La inversión de este año es la más alta de la historia y eso es un dato estadístico”, precisó, en referencia a proyectos que, en gran medida, son de origen nacional. Schvarzer observó que, a diferencia de los años 90, cuando se hacían inversiones “en sectores protegidos de la competencia” (como los servicios públicos privatizados), ahora las apuestas son hechas “en condiciones de mercado”.
La experiencia de otros
A contramano del discurso de que no hace falta mirar hacia afuera, José Luis Espert afirmó que “la experiencia de países emergentes exitosos muestra que tuvieron una muy fuerte apertura al comercio y fuertes corrientes de inversión extranjera”. Señaló como ejemplos a Australia, Nueva Zelanda e Irlanda y, apuntó que la Argentina, lejos de mirarse en esos espejos, “está en una suerte de combo medio payasesco”, al mantener contratos rotos y al seguir en default con quienes no aceptaron la reestructuración.
Espert recordó con ironía el discurso presidencial de los últimos días. Según dijo, por un lado se toman medidas como los acuerdos de precios y la prohibición de exportar; por el otro, se sale a decir “que la Argentina está abierta, como si el mundo se estuviera volviendo loco por invertir en el país”. El economista lamentó que no se fijen reglas competitivas y estables, y sostuvo que en muchos casos pesa más la rentabilidad que el “desastre” en las reglas de juego.
Según Marcelo Lascano, el riesgo del escenario en el que los beneficios esperados superan las adversidades, es que la llegada de inversiones se oriente a sectores con alto retorno, como juegos de azar o espectáculos que no agreguen valor. “Todos los capitales buscan seguridad jurídica y cierta estabilidad normativa; no la inflación legislativa a la que estamos acostumbrados”, señaló Lascano, para quien la inversión extranjera es un complemento a la actividad nacional del cual la Argentina tiene hoy una dependencia menor que en otras épocas. El economista evaluó que, en este momento, la Argentina “es un país que admite, no que discrimina inversiones”, aunque advirtió sobre el temor que genera, por ejemplo, el debilitamiento de ciertas instituciones.
En la visión de Alfredo Gutiérrez Girault, la inversión extranjera directa no sólo ayuda a mantener signos favorables para los indicadores económicos, sino que también aporta “organización y técnicas de producción y tecnología”, lo que da más valor.
Nadie duda de los buenos números que muestra hoy la economía. Pero sí se encienden luces de alerta frente a la sostenibilidad de tasas de crecimiento razonables. En este punto, adquiere su importancia el análisis sobre el proceso de inversiones. Frente a factores que iluminan el escenario y otros que echan sombras, el contexto internacional estuvo, hasta ahora, en la lista de factores favorables. Pero, según algunos economistas, algunas turbulencias podrían recortar ventajas. Y eso ampliaría, advierten, la necesidad de ajustar la tuercas donde hace falta.
Nota Original: LA NACIÓN | 18/06/2006