Los errores de política comercial (*)

La estrategia comercial de la Argentina ha sido poco seria. Festejamos la caída del ALCA con EE.UU., demoramos el acuerdo de libre comercio con Europa, nos protegemos cada vez contra Brasil, ponemos impuestos a nuestras exportaciones, pero al mismo tiempo pataleamos contra el proteccionismo agrícola del Primer Mundo y consideramos un gran triunfo los acuerdos de libre comercio con países mucho más pobres que nosotros como Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú, India y China.

Ya falta menos de una década para que se cumplan cien años del comienzo de la Primera Guerra Mundial, fatídico hecho que marcó el final de un lapso de profunda globalización económica mundial que se había iniciado en las dos últimas décadas del siglo XIX. En el período entre guerras (1918-1939) y hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945 el mundo vivió casi en autarquía, sin demasiado comercio ni flujos financieros internacionales.

La Argentina no fue la excepción a esa tendencia. Sin embargo, los países que triunfaron en la segunda conflagración mundial, en general lo que hoy conocemos como mundo libre, civilizado y desarrollado, a partir de la segunda mitad del siglo pasado han vivido cada vez más intensamente del comercio en bienes y servicios con economías bien abiertas. Pero esta vez los argentinos sí fuimos una excepción porque desde entonces vivimos encapsulados en una estrategia económica muy típica de la vieja Alemania nazi y la Italia fascista: el Estado es socio del sector privado en el diseño de la política económica y al pueblo hay que mantenerlo lo peor educado posible para que, a pesar de que se le proponga cualquier cosa, lo vota igual porque carece de capacidad de discernimiento.

Por supuesto que los que terminan gozando de las bondades del socio Estado son los que tienen gran poder de lobby. En la Argentina, todo lo que tenga ver con la sustitución de importaciones o con lo que sea fuertemente demanda internaintensivo, desde hace muchas décadas goza del favor oficial casi sin limitaciones.


• Pedidos

La construcción pide sistemáticamente al Estado que aumente el gasto público en planes de vivienda con el argumento del efecto multiplicador que los ladrillos tienen sobre el resto de los sectores y sobre el empleo. Los que fabrican televisores amenazan con que el sur de nuestro país quedará poblado sólo de pingüinos si no existe una promoción industrial. Los fabricantes de heladeras piden protección contra las importaciones blandiendo el sablazo de los viejos saladeros de la época de la colonia para mantener la carne y los comestibles en buen estado. Los que fabrican textiles por poco nos dicen que vamos a tener que andar vestidos como Adán y Eva si no nos protegemos de la invasión de productos chinos.

¿Está mal? Obviamente que sí. Con el anterior argumento ¿porqué no proteger y compensar a todos los que tienen problemas de cualquier tipo? Si se procediera así el Estado sería un pandemónium de corrupción y negociados peor del que ya es. Tampoco significa avalar los errores en la apertura comercial que se hicieron con Martínez de Hoz y Menem. Ambas nunca buscaron insertar a la Argentina en el mundo como hay que hacerlo (en base al comercio libre) sino que el objetivo fue amenazar con una avalancha importadora que evitara la suba de precios domésticos causada por la expansión fiscal de un Estado fuertemente deficitario. Los déficit fiscales financiados externamente atrasaron el tipo de cambio de manera espectacular generando lo que se ha dado en llamar la «apertura indiscriminada de los ’90".


• Desprotegidos

Esta no fue producto de una baja de aranceles extraordinaria respecto de estándares internacionales. La desprotección fue cambiaria y no arancelaria. O sea, no sólo se desprotegió a los que competían con importaciones sino también a la industria que exporta, al turismo y al campo. No hay argumento para seguir protegiendo con el dólar tres veces más caro a los «sectores sensibles» y que existan retenciones a las exportaciones. En realidad, lo que ocurre es que los sustituidores de importaciones tienen mayor poder de lobby en el Estado que los que tienen ventajas competitivas suficientes para ser exportadores netos.

Un argumento central esgrimido desde siempre por los que producen importables para justificar la eterna protección arancelaria de la que gozan, es que antes de abrirles la economía al comercio mundial tienen que estar preparados para competir. La famosa teoría de la «industria naciente».

Basada en ella es que se ideó el Mercosur: vayamos al libre comercio primero con países tan poco competitivo como nosotros (no vaya ser que se funda medio mundo en el camino) para que algún día seamos lo suficientemente fuertes y abrirnos al mundo en serio.

Hoy, más de una década después de lanzado el Mercosur, la gran conclusión a la que han llegado los «cráneos» de Economía, la Cancillería y una parte de la UIA es que como hay «asimetrías» ni siquiera con Brasil podemos tener comercio libre y no alcanza con que los industriales brasileños se comprometan a restringir sus exportaciones a la Argentina. Nosotros establecemos nuestros propios mecanismos de protección como ha ocurrido con heladeras, termotanques, lavarropas, televisores, etc. En vez de aprender a competir con pares nuestros como Brasil, ya nos han sacado un trecho tan grande que necesitamos una protección (salvaguardas) contra la protección (el Mercosur).

Obviamente que las justificaciones oficiales para cerrar la economía son impecables. Que se viola el espíritu del Tratado de Asunción. Que no se respeta lo firmado en Ouro Preto. Que los empresarios brasileños nos exportan más de lo prometido en los productos «sensibles», etc. Pero lo de fondo es que nos gusta el libre comercio tanto como el ajuste fiscal a Cavallo.

Hace un siglo la Argentina estaba entre los diez países con más PBI per cápita de la Tierra. Cuando terminaba la Segunda Guerra Mundial habíamos dejado de estar entre los primeros diez pero teníamos el PBI per cápita de Australia. Hace 25 años el país de los canguros era 40% más que nosotros y hoy es 8 veces superior. Eramos igual que Irlanda y hoy éste es casi 12 veces mayores que nosotros. Eramos iguales a España y en 2004 los españoles son 6 veces más que Argentina. México era menos de la mitad de Argentina y hoy nos supera en 70 por ciento. Eramos 2,5 veces más que Chile y hoy éste es casi 50% más que nosotros. La Argentina era 6 veces Botswana (Africa) y hoy este estado africano nos supera en 40 por ciento. Fuimos 6 veces más que Brasil y hoy estamos a la par.

No tengamos dudas de que el capitalismo de economía cerrada al comercio mundial que hace tantas décadas venimos aplicando explica mucho de nuestra decadencia porque está claro que, además de otras cosas, los países que nos han pasado el trapo también son economías muy abiertas.

(*) Artículo Publicado en Ambito Financiero el día 02/02/05, Páginas 7 y 8

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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