A 10 años de la creación del Mercosur el libre comercio en la zona corre peligro. En la cumbre de Ouro Preto hubo poco para celebrar, la tensión estuvo a la orden del día y se sucedieron acusaciones reciprocas. Lula ironizó sobre la política comercial argentina: “No vamos a establecer salvaguardas para la entrada de Tevez”. Kirchner no se quedó atrás y retrucó: “…los beneficios del MERCOSUR no pueden tener una sola dirección.” Estos son sólo chispazos de un problema más profundo: la divergencia en el posicionamiento estratégico y el proyecto país de Brasil y Argentina.
Brasil quiere convertirse en una potencia económica mundial (y tener su lugar en la ONU), siendo un paso previo la hegemonía en América del Sur. Para lograr este objetivo, se ha alineado al G7 y está cumpliendo al pie de la letra los postulados del Consenso de Washington: libre comercio, superávit fiscal y reglas de juego propicias para la atracción de inversiones extranjeras.
Argentina está en la vereda de enfrente, Kirchner se presenta como el presidente que ha venido a redimir a los argentinos de todos los males del supuesto capitalismo aplicado por el menemismo en la década de los 90 y piensa lograrlo mediante la sustitución de importaciones, aplicando impuestos a la exportación, generando conflicto con acreedores externos, no ajustando tarifas y teniendo discrecionalidad absoluta en el manejo de las reglas de juego. De esto último, ejemplos abundan: el nombramiento de amigos del presidente en el directorio del Banco Central (que forzó la salida de Algonso Prat Gay de su presidencia), las modificaciones en la Corte Suprema de Justicia, aumentos de salarios por decreto, idas y venidas en cuento al tiempo y forma del canje de deuda en default, etc.
La respuesta de Argentina a la profundización de la apertura comercial brasileña ha sido obstaculizar la entrada de productos que amenazan al complejo sustituidor de importaciones: aranceles a la importación (televisores), cuotas (heladeras) y suspensión indefinida de acuerdos previos (sector automotriz). Ahora quiere introducir salvaguardas a la importación para proteger productos “sensibles”. Todo en pos del objetivo del presidente Kirchner de reindustrializar el país y fortalecer el “capitalismo nacional”.
Las autoridades brasileñas están cansadas de la postura Argentina y ya la posibilidad de tomar decisiones de política comercial como un bloque es remota. Esto quedó en evidencia tras la visita del Presidente chino Hu Jintao a Latinoamérica, cuando Brasil le concedió a China el status de economía de mercado de forma unilateral y prácticamente obligó a Kirchner a hacer lo mismo.
Ésta es la única explicación razonable para la actitud del gobierno argentino.¿Cómo se explican si no los reclamos por protección contra los industriales brasileños mientras se abren a las importaciones chinas? Al concederle el estatus de economía de mercado, las importaciones ya no podrán generar sospechas de ser artificialmente bajas, y en el futuro cualquier medida antidumping exigirá demostrar que el precio de las mercaderías es inferir al que se vende en China (lo cual será difícil y costoso). Frente a la posible “invasión” china, el gobierno de Kirchner casi en forma inmediata decretó la puesta en vigencia de medidas restrictivas (autorizadas por la Organización Mundial del Comercio en el Protocolo de Acceso de China suscrito en diciembre de 2001).
Las perspectivas de un bloque económico en el cual sus dos principales integrantes difieren en sus ideas de inserción en un mundo cada vez más globalizado no son buenas. Lejos estamos de cumplir con las aspiraciones de los fundadores del Mercosur plasmadas en el Tratado de Asunción respecto a la coordinación de políticas macroeconómicas y sectoriales entre los Estados Partes.” Es hora de plantearse si existe voluntad política para superar los obstáculos que nos alejan de este objetivo y que aún persisten tras una década de existencia del bloque. Si la respuesta es negativa, ¿vale la pena continuar con esta integración imperfecta?