El Plan de Competitividad no soluciona la insolvencia fiscal, implica un retroceso enorme porque cierra la economía, restablece el dirigismo económico y para colmo de males, tiene más chances de profundizar la recesión que de reactivar la economía.
En el corto plazo, si no se reduce substancialmente el déficit fiscal de $16.000 millones (Nación sin dibujos+Provincias+Municipios, que ya representa casi 6% del PIB), vamos de cabeza a la cesación de pagos y al caos financiero. ¿Hace algo al respecto el Plan de Competitividad? Por el lado del gasto público no hay nada. En ese sentido, la propuesta de López Murphy (bien orientada pero insuficiente) fue archivada por completo y no sólo eso, sino que en el acuerdo que Cavallo y Ruckauf tejieron, el Gobierno Central se compromete a no echar gente del sector público ni bajar salarios nominales de sus empleados. ¿Cómo es posible que estando al borde de la cesación de pagos y luego de que la clase política se gastó en la última década los $40.000 millones de mayor recaudación, no haya ninguna baja de gasto público?
El único argumento que podrían esgrimir para no hacerlo, sería si detrás del mayor gasto público hubiera buena seguridad, buena educación básica y buena justicia, pero ni siquiera eso existe. Queda claro entonces que los políticos no quieren que sus bolsillos y su clientela se ajusten aún estando al borde del abismo, lo cual consiste en un verdadero acto de irresponsabilidad cívica.
Castigo
Dado que el gasto público no baja, ¿cómo “cierra” el Plan de Competitividad el problema fiscal de corto plazo? Como siempre se ha hecho a lo largo de nuestra historia: reventando a la gente con impuestos. El impuestazo a las transacciones financieras creado por la Ley de Competitividad es de recaudación todavía incierta pero seguramente no alcanzará a reducir significativamente el déficit fiscal, particularmente si se lo trata como un anticipo de otros impuestos y se utiliza para financiar bajas de impuestos distorsivos.
El gravamen, por su magnitud, deja hecho un “poroto” el impuestazo de Machinea de fines de 1999. Además, hay algo lamentable que une ambos impuestazos. Su injusticia. Machinea se las agarró principalmente con los empleados en relación de dependencia con “altas rentas” que, al estar totalmente en blanco, quedaron a merced del fisco y luego los mató. Ahora primero se obliga a que todas las operaciones que superen los $1.000 pesos vayan por los bancos y luego te “agarran” con el impuesto. Si los políticos junto con Cavallo como ideólogo quieren seguir manteniendo el mismo gasto público que nos ha enterrado en vez de bajarlo ¿porqué no se dedican a perseguir evasores, en vez de transformar a la Argentina en una “cárcel tributaria” para los que ya están adentro del sistema?
En el mejor de los casos el impuestazo sobre las cuentas corrientes será usado durante algún tiempo para bajar el déficit fiscal (si el cierre de los mercados lo hace inevitable). Pero si este es el caso y tenemos un violento impuestazo para pagar la deuda externa que no es refinanciable, ¿cómo podemos esperar que la economía se reactive?
Una de las principales causas que se esgrimieron para explicar la profundización de la recesión en el 2000, fue el impuestazo de Machinea. ¿Por qué motivo un nuevo impuestazo va a generar una “vigorosa reactivación”? La caída de depósitos que hemos tenido en las últimas semanas ha hecho caer más todavía la demanda interna y ahora, con el impuestazo de Cavallo, tenderá a deprimirse aún más. La única forma en que impuestazos y reactivación pueden coexistir es que se produzca una masiva e inmediata reversión de los flujos de capital privados. ¿Es lógico esperar una dramática reversión de capitales en este contexto político y económico tan inestable? No es imposible, pero es muy improbable.
El mediano plazo. Argentina necesita de mayor apertura de la economía (no de menos) para poder exportar más y realmente poder vivir de la producción y el trabajo de la manera que lo exige la globalización: compitiendo con el primer mundo, no sólo con un par nuestro como lo es Brasil y dejar de vivir de la entrada de capitales para financiar el déficit fiscal que atrasó el tipo de cambio más de lo que había ocurrido con la peor etapa de Martínez de Hoz. Argentina sigue siendo de las economías más cerradas de la Tierra y tiene los peores indicadores de solvencia externa entre los países emergentes: deuda externa en las nubes respecto del PIB e intereses de la deuda externa que ya equivalen al 50% de las exportaciones. Entonces, cerrar la economía es ir a contramano de lo que necesitamos como país y del rumbo hacia donde va el mundo.
El arancel promedio en el “currito” del Mercosur es del 15%, pero esto “esconde” sectores con protecciones efectivas de más del 100%. Ahora, con el Plan de Competitividad, esta situación se agrava más todavía dado que se bajarán a 0% los aranceles para la importación de bienes de capital y se aumentarán a 35% los correspondientes a los bienes finales. Un disparate. Una política arancelaria que aumenta los aranceles a los bienes finales y desgrava los bienes de capital es exactamente lo opuesto al sentido común. Es un contrasentido incentivar tecnologías capital intensivas con un desempleo del 15%. El cierre de la economía puede en el mejor de los casos solucionar el problema de competitividad de algunos amigos del Grupo Productivo afectados por un atraso cambiario absurdo, pero los problemas de competitividad del resto (de los exportadores agropecuarios y del turismo) se agravarán.
Cierre
Frente a la necesidad de pagar intereses crecientes, la “solución” que plantea el Plan de Competitividad es cerrar la economía, con lo cual la cuenta la pagaremos achicando las importaciones en lugar de hacerlo a través de un aumento de exportaciones. Es obvio que introducir más apertura económica es absurdo con el atraso cambiario actual y no puede hacerse mientras no seamos un país mucho mas barato en dólares.
Si el diagnóstico de Cavallo es que por falta de competitividad (que dicho sea de paso, se generó durante su gestión anterior) estamos en depresión económica, desde que existe la ley de gravedad hay sólo dos maneras eficientes de corregir ese problema. O se genera una brutal deflación de precios o se devalúa. Para la primera alternativa habría que bajar el gasto público de manera grosera ($15.000 millones como mínimo) y para la segunda, el valor del dólar debería ser un múltiplo del 1×1. Cualquier otra cosa es un engendro que implica un retroceso a los tiempos de la economía cerrada, o sea, hacia la prehistoria.
Pero además, el Plan de Competitividad introduce un segundo retroceso conceptual (además del cierre de la economía) que es una vuelta a la discrecionalidad y abandono del principio de reglas iguales para todos, cuando plantea que las medidas se decidirán en función de los sectores en problemas y las regiones donde ellos estén localizados. Esto implica reeditar la figura del “dictador benevolente” que decide en función de la cara (¿o el bolsillo?) del capitalista nacional en desgracia. Utilizar a la política impositiva y arancelaria para recrear el conjunto de precios relativos que al “dictador benevolente” le parezca justo, es un verdadero disparate controlador digno de nefastas décadas lejanas cuando para que una empresa pudiera aumentar sus precios tenía que ir con su manual de costos a la Secretaría de Comercio para justificar aumentos de precios.
El plan de Competitividad es una alquimia intervencionista que procura mantener un gasto público insostenible a costa nuevamente del bolsillo de la gente y a resolver caso por caso los problemas sectoriales de algunos a través del cierre de la economía y la utilización casuística del sistema impositivo. ¡Pensar que el progresismo nacional lo tiene a Cavallo por un fundamentalista de mercado!. Es en el mejor de los casos un eficientísimo gerente de un capitalismo corporativo y prebendario que está en las antípodas de lo que debe ser una economía de mercado abierta y competitiva que pueda beneficiar a la gente.
Regreso
Si este “engendro” llamado Plan de Competitividad funciona, sólo lo hará por poco tiempo. No nos olvidemos que Cavallo es un campeón en generar ilusiones de corto plazo como fue el período 1991-1994 a tal punto que hoy el ingreso real per cápita de Argentina es más bajo que el de 1994. En cualquier caso estamos regresando al tercer mundo de la mano de una economía cerrada y un capitalismo corporativo, pero eso sí, esta vez nacional y popular. Mientras tanto nuestros hijos emigran. Dios nos libre y nos guarde.
Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 28/03/2001