Es realmente impactante la hipocresía con la cual se discuten temas esenciales de nuestra economía como la cuestión fiscal y toda la reforma pro mercado que se hizo en los últimos 10 años. Lentamente vamos a la cesación de pagos por los problemas fiscales y el Gobierno anuncia como una gran noticia que el FMI perdonará un desvió de $500 millones en las metas y a muy pocos de los que defienden las ideas de competencia y mercado, se les ha “movido un pelo” con el nombramiento de un conspicuo ejecutivo del capitalismo corporativo de economía cerrada como Tizado.
Respecto de la parte fiscal, una breve historia. Cuando se lanzó la convertibilidad en abril de 1991, se pensó que el impedir el financiamiento del gasto público con emisión monetaria era suficiente para disciplinar al fisco. Al mismo tiempo, se le agregaron las privatizaciones que mejoraban doblemente las cuentas fiscales.
Por un lado, el Estado se sacaba un cáncer de $6.000 millones anuales de déficit fiscal y además los privados, dueños de las ex empresas públicas, pasaban a pagar impuestos, cosa que antes en manos de Estado, no ocurría. Adicionalmente, la recaudación aumentaba fruto del crecimiento de la economía. Si con todo esto la situación fiscal no mejoraba, quería decir que a la política fiscal la estaba diseñando Drácula.
Disparate
Así parece haber sido si tenemos en cuenta que luego de un aumento de la recaudación de $35.000 millones en los últimos 10 años hoy tenemos $145.000 millones de deuda pública en vez de los $70.000 millones de 1990. Sin embargo y luego de que el actual Gobierno dijera que estuvimos al borde de la cesación de pagos el año pasado por la irresponsable política fiscal de su antecesor que llevó el déficit fiscal a la friolera de $15.000 millones, en los primeros 7 meses del 2000, el Tesoro acumuló el mismo desequilibrio que en los 7 mismos meses de 1999. Un verdadero disparate, más aún si tenemos en cuenta que Economía ha sancionado 4 paquetes fiscales en 8 meses del 2000.
De todas maneras, la historia no termina ahí, porque al mismo tiempo que vamos a un déficit fiscal de cesación de pagos igual que en 1999, ratificado además por una tasa de interés absolutamente impagable como la que rige sobre cada colocación de deuda del Gobierno (12%), el FMI dice que un pequeño desvío en las metas del programa no es ningún problema y el Ministerio de Economía anuncia que comenzará a licitar bonos locales cuando difícilmente los pueda pagar, que la recaudación de agosto será $240 millones superior a la de agosto de 1999 cuando el programa requiere que crezca $400 millones sin la moratoria de $180 millones y que no existe problema fiscal en Argentina cuando al mismo tiempo ya le empezamos a rogar al FMI una línea especial por si se produce la contingencia de cese el financiamiento externo privado al Gobierno ante el temor al default de la deuda pública.
El terrible problema fiscal fue la causa de los problemas más serios acarreados por el programa económico de la convertibilidad. El enorme déficit fiscal ($100.000 millones en 10 años) financiado con endeudamiento en dólares provocó un atraso cambiario y un desalineamiento de precios relativos que ya supera el peor momento de Martínez de Hoz.
La apertura de la economía con endeudamiento externo y atraso cambiario desprotegió a todo el sector de comerciables (no solo a la industria como se nos pretende convencer), pero mucho más a los sectores mano de obra intensivos.
Con atraso cambiario, salarios altos en dólares y bienes de capital importados baratos, no es ninguna sorpresa que se produjera una gran sustitución artificial de mano de obra por capital. Así, la producción aumentó a costa de un desempleo sin precedentes y nuestras exportaciones siguen careciendo de valor agregado y son incapaces de generar empleos.
Entonces tengámoslo claro, la convertibilidad desde su lanzamiento hace 10 diez años tuvo fallas groseras de diseño.
Si no se vio antes todo lo que hoy está a la vista es porque en el medio tuvimos la morfina de una tasa de interés internacional real de 0% a principios de los 90 y de un endeudamiento externo masivo, público y privado.
Hoy tenemos un problema fiscal fenomenal que nos conduce al default y un atraso cambiario que condena a la economía a convivir con una tasa de desempleo creciente e insostenible. Frente a este escenario, el Gobierno ataca el problema fiscal ridículamente, con bajas insignificantes de gasto público, impuestazos, moratorias, moratorias de las moratorias, llamados a que los argentinos hagan patria (o se hagan faquires) comprando títulos públicos y rogando que el FMI amplíe el supuesto existente blindaje financiero “por si las moscas”.
¿Y el atraso cambiario?
Mientras la Tierra sea redonda, hay dos maneras de corregir un atraso cambiario. Devaluando o bajando los precios a través de la deflación. Si no se quiere devaluar, no hay otro escape que la deflación interna, comenzando por el sector público que es el que más creció desde el inicio de la convertibilidad. El resto son puras tonterías. Y tonterías son justamente lo que está haciendo el Gobierno, porque en lugar de corregir simultáneamente el problema de competitividad y la falta de solvencia fiscal a través de una baja grosera del gasto publico, se prioriza el objetivo cortoplacista de reactivar a cualquier precio, en un claro ejemplo de que en política lo único que pesa es el interés de los gobernantes en ganar las próximas elecciones y mantenerse en el poder. La única política económica de De la Rúa es reactivar ¿Cómo? Como sea. El fin justifica los medios y por lo tanto están “alienados” tratando de encontrar todos los sustitutos posibles de la devaluación o de la deflación interna, por más amorfos y perniciosos que sean para el crecimiento en el largo plazo.
Es sabido además que lo que a uno lo coloca en situación de debilidad extrema es estar desesperado por algo. El gobierno ha perdido la “chaveta” por reactivar y quedó entonces preso de aquellos que mayor poder de lobby tienen. Así es que aparece el Plan de Infraestructura y el de Viviendas para los constructores, la baja de impuestos para las automotrices, el Compre Nacional y los créditos subsidiados para las Pyme, las medidas antidumping y los reembolsos para la industria nacional, etc. Todo esto apunta a salvar del aquelarre al empresariado lobbista mientras la cuenta de los errores cometidos la pagan los consumidores, los contribuyentes y los sectores sin capacidad de lobby. El nombramiento de Tizado al frente de la Secretaría de Industria es la confirmación definitiva que son los intereses de los lobbies y no los de la gente los que tienen cada vez más peso en la política económica.
Los planes para la construcción son más gasto público, por más que se los disfrace de “mono”. O sea, una cosa es que el esquema de financiamiento (el mal llamado leasing) de la obra pública del Plan de Infraestructura permita diferir la imputación como gasto público hasta el “día del arquero” y otra totalmente distinta es cuándo aparece el impacto macroeconómico del gasto público. El impacto macro, que es lo que determina cuándo debería ser contabilizado como gasto público, es hoy. La contabilidad pública puede ponerlo cuando quiera y será totalmente irrelevante.
La baja de impuestos con las automotrices terminó siendo una tomada de pelo porque nadie desde el sector le aseguró al Gobierno la baja de precios y el Gobierno sí se comprometió a la baja de impuestos. El compre nacional no tiene desperdicio. Con el argumento de que a igual calidad el precio al cual se le vende al Estado puede ser mayor si el empresario es argentino y no de Marte, en el pasado se han cometido todo tipo de violaciones al Estado, o sea, a nosotros los contribuyentes que hacemos posible que el Estado exista cuando pagamos nuestros impuestos. Estamos tan llenos de distorsiones que ¡para qué una más! El compre nacional hoy en Argentina es pretender vivir como Pedro Picapiedras con la diferencia de que estamos en el siglo XXI.
Poder creciente
El nombramiento de Tizado es un capítulo aparte. Hasta ahora, el capitalismo corporativo que históricamente ha imperado en Argentina, imponía sus intereses solapadamente a través de funcionarios intelectualmente afines o lobbistas del club. Sin embargo, la llegada de Tizado (y también la de Casullo en la Aduana) refleja el poder creciente del capitalismo corporativo, que logra no sólo imponer a lobbistas de la “talla” de Nicolás Gallo sino a los propios líderes de los grupos económicos.
Pongamos las cosas en claro. En el medio de un Gobierno populista, “perdido” en su afán reactivador, ha quedado a merced de los lobbistas que ofrecen reactivación y empleo a costa de prebendas sectoriales. La falta de coraje para enfrentar los problemas de fondo nos hundirá más al dar marcha atrás en la apertura de la economía y desatender la solvencia fiscal.
Dicho sea de paso, en estos días, ha sido casi imposible ver a los que nunca dijeron nada del “disparate” que fue la política económica de la convertibilidad, criticar los retrocesos que se avecinan hacia el cierre de la economía y un capitalismo prebendario.
Como dice un viejo tango “Preferí vivir de la mentira que andar tras de la muerte sabiendo la verdad”.
Nota Original: ÁMBITO DINANCIERO | 13/09/2000