La Argentina, en la nueva crisis internacional vuelve a cometer los mismos errores que durante el efecto tequila (la excepción es la política monetaria).
No da ninguna señal contundente de bajar el gasto público, pretende aumentar los impuestos, no desregula en serio el mercado y como gran novedad quiere atender el nuevo activo público (el Banco Nación) para intentar sostener un flujo de ingresos de capitales que solo puede mantener salvo en medio de “burbujas” financieras como la que en estos días esta desapareciendo.
Las reformas estructurales que se llevaron a cabo entre 1991 y 1994 han sido extraordinarios mecanismos para convertir al déficit fiscal en un instrumento de la política económica reactivante, simplemente al poner un límite al financiamiento monetario de los desequilibrios presupuestarios y su reemplazo por financiamiento externo.
Lo mismo ha ocurrido con la política monetaria, que fue muy expansiva en la etapa pretequila (además de entrar mucho capital bajo la forma de hot money, el BCRA bajaba los encajes bancarios).
La revaluación
Estos dos hechos provocaron una importante apreciación del tipo real de cambio, aunque se discute aún si ha implicado o no sobrevaluación real. La alta tasa de desempleo que tiene nuestra economía daría la sensación de que las grandes ganancias de productividad que el sector productor de transables ha logrado frente al de no transables dentro de la convertibilidad, no han logrado compen-sar el efecto perverso del enorme “gap” en el crecimiento de los pre-cios minoristas respecto de los mayoristas.
Adicionalmente, desde abril de 1995 el dólar se apreció respecto del promedio de las monedas europeas en alrededor de un 20%, afectando la competitividad Argentina porque el peso está pegado a la moneda norteamericana. Finalmente, en el último año y medio, la apreciación real se profundizó por la caída promedio del 40% de los precios internacionales de los granos que nuestro país exporte de manera intensiva.
En este contexto se producen las devaluaciones masivas de los países del sudeste asiático, a pesar de que su ahorro representa el 35% del PBI y han tenido ganancias espectaculares de competitividad durante muchos años. El castigo provino de la conjunción de los régimes de tipo de cambio que alineaban sus monedas domesticas al dólar norteamericano, que se había apreciado en un 50% desde abril de 1995 respecto del yen japonés.
Brasil, sin embargo, es un problema más concreto que Asia para la Argentina, dado que es un socio comercial de enorme magnitud y en el cual nuestro sistema bancario ha invertido mucho al haber financiado una gran cantidad de proyectos orientados o venderle productos y servicios a nuestro vecino.
Está claro que aunque el paquete fiscal anunciado por el presidente Cardoso termine a duras pena siendo creíble, Brasil puede le a una deflación interna importante que provocará una corrección de precios relativos (mejoramiento de su tipo real de cambio) no menor.
Así, la Argentina estaría enfrentando una apreciación real del tipo de cambio producida por errores serios de política económica de la primera etapa de la convertibilidad, y como consecuencia del aumento del dólar en el mundo en los últimos dos años y medio, la caída de los precios de los granos y la corrección deflacionaria de Brasil.
Lo que el gobierno argentino no debe hacer es pensar en aumentar impuestos si la situación fiscal se deteriore por una desaceleración en el ingreso de capitales, ni tampoco plantear hoy la venta del banco Nación para impedir la desaceleración inevitable que se viene en la tasa de crecimiento a partir de 1998.
Aumentar los impuestos cuando languidece la entrada de capitales externos es incurrir en el mismo error cometido en el primer trimestre de 1995 cuando el sector privado, además de soportar el credit crunch del sistema financiero, tuvo que pagar “shock de rusticidad fiscal’ y así la recesión se hizo más profunda de lo que hubiera sido si en lugar de aumentar impuestos se hubiera bajado el gasto.
Desde el punto de vista filosófico conceptual es correcto pensar que toda actividad que pueda ser realizada por el sector privado no sea prestada por el sector público.
Adicionalmente, al privatizarse el Banco Nación, toda su actividad de fomento altamente deficitaria quedaría transparentada mediante el presupuesto fiscal del Gobierno que año tras año debe aprobar nuestro sistema político por medio del Congreso.
La Nación – Pág. 4 – 20 de Noviembre de 1997