La verdadera opción para que Argentina tenga crecimiento sostenido, como por ejemplo lo ha tenido Chile desde los ´80, consiste en dejar de actuar y pensar dentro de un esquema capitalista prebendario y fiscalmente irresponsable que ha causado nuestra decadencia secular. La Argentina tiene que adoptar un capitalismo bien competitivo de economía totalmente abierta al comercio mundial, sin déficit fiscal (para evitar atrasos cambiarios insostenibles) e impuestos bajos (para ser competitivos). Ese es el camino. Por ahí pasa el futuro.
Frente a esta necesidad, Menem parece no haber aprendido nada del desastre que él mismo generó. Sigue insistiendo con la ya desgastada idea de que los salarios en dólares sean altos para que el consumo doméstico también sea alto y así crecer sin demasiado esfuerzo, pero con enorme rédito político en el corto plazo, hasta que el financiamiento externo se corte de manera abrupta y ocurran crisis como en 2001/2002.
El ex presidente debería entender que un país como Argentina que es muy poco competitivo a estándares internacionales (no en vano hemos elegido como gran proyecto estratégico nacional unirnos a un país pobre como Brasil) no puede tener los costos en dólares de Londres, cosa que absurdamente pretendimos durante la década de la convertibilidad. Las consecuencias de haber desafiado a la ley de gravedad están a la vista. Además, reeditar la política de atraso cambiario es totalmente incoherente con la idea de ir al ALCA. La lección que Menem tiene que aprender es que cuanta más apertura se introduce (no hay duda que Argentina tiene que abrir más su economía), menos atraso cambiario tiene que existir para que haya un equilibrio sostenible.
A su incoherencia con el tema cambiario, Menem le agrega otra en el tema fiscal: por un lado propone bajas de impuestos al trabajo (además de la eliminación de impuestos distorsivos como el que grava el cheque y las retenciones), baja del IVA, etc. pero al mismo tiempo desea cerrar un acuerdo con el FMI a la velocidad del rayo. Menem sabe que para 2004 el FMI pretende alrededor de 4% del PIB de superávit fiscal primario (hoy es de 2,5% del PIB). Pero con las reducciones impositivas que sugiere quedarímos a 5,5% del PIB de diferencia con respecto a lo que exigiría el FMI. Las diferencias son aún mayores si aumenta los salarios un 30% como promete. El círculo es redondo, no es cuadrado. Si bajamos impuestos y subimos los salarios no podemos acordar rápido con el FMI y si queremos cerrar ya y ahora un crédito Stand-By hay que pensar en más ajuste fiscal, que podremos discutir si tiene que ser de baja de gasto público o de suba de impuestos, pero que nunca será de baja de impuestos y suba de salarios.
El viejo esquema
Néstor Kirchner, por su lado, plantea como alternativa el modelo de la producción y el trabajo, que supuestamente nos dará empleo y equidad social. Es el viejo modelo de la economía cerrada y la sustitución de importaciones, apoyado por una gran participación del Estado a través de la obra pública y las políticas sociales distributivas. Este modelo lo aplicamos desde 1930 y así nos fue. Es el pasado fracasado y lo plantea como la solución para la Argentina. Hay una mejora esta vez, que es la promesa de respetar la disciplina monetaria y los equilibrios fiscales. Si lo cumple, como lo hizo el Ministro Lavagna, podremos evitar desenlaces catastróficos de experimentos similares anteriores. Podremos también crecer durante un tiempo por la capacidad instalada ociosa que quedó en esta recesión. Pero no es posible pretender que encerrados en el Mercosur y practicando el distribucionismo agrandando el Estado, salgamos de la decadencia. Su promesa inicial es un gran plan keynesiano de obra pública. También pretende subsidiar a todo aquél que tenga problemas, particularmente si son pymes y están radicadas en el interior del país. ¿De dónde sacará los recursos?
De la lucha contra la evasión y de gravar más a los ganadores del modelo. Bajar la evasión cuando los impuestos que paga la gente son la contrapartida del amiguismo y el clientelismo político y no bienes públicos, necesitará de media Argentina tras las rejas, con lo cual queda la duda de quién terminará pagando impuestos. Por otro lado, si pretende gravar al capital más de lo que se lo hace en el resto del mundo, el capital se irá de nuestro país y los mayores impuestos lo terminarán pagando los trabajadores a los cuales él quiere beneficiar con la redistribución. El gobernador de Santa Cruz también quiere que Brasil sea el proyecto estratégico de Argentina como país. Nuestro gran vecino es un país pobre, por lo tanto, el proyecto de Kirchner es el de Argentina pobre. De esta manera, no queda claro qué va a redistribuir si su proyecto es perpetuar la pobreza en la cual hemos caído y ni hablar del delirio de eliminar, en los hechos, el sistema de capitalización cuando en Brasil Lula no sabe cómo hacer ya para bajar el déficit previsional de su sistema de reparto.
Roguemos a Dios por el bien de los argentinos que si gana el 18 de mayo haga la inversa de lo que hoy está sugiriendo, haciendo o escribiendo. Un cambio en el buen sentido es improbable pero no habría que descartarlo, sino recordemos la gran diferencia entre el Menem-Facundo Quiroga de la campaña electoral de 1989 y el Menem-Enzo Ferrari al mando del Ejecutivo Nacional después del acto electoral del mismo año. Miremos también el caso de Lula que no hizo más que despotricar contra el FMI durante la campaña y hoy es un alumno aplicado. Pero hoy por hoy, las incoherencias de Kirchner no tienen nada que envidiarle a las de Menem.
De cara al futuro podemos recordar un proverbio japonés: La visión sin acción es un sueño y la acción sin visión, una pesadilla.
Nota Original: LA NACIÓN | 11/05/2003