Dolarizar en Argentina es un error típico de fanáticos

Gasto Público en las nubes y pésimamente asignado, alícuotas impositivas formales salvajes, mercado laboral regulado, costos laborales altos, desempleo creciente, términos del intercambio en permanente caída, fuerte apreciación del tipo real de cambio, son todos problemas que tiene hoy Argentina de índole absolutamente real (y no monetario-cambiaria) que deberían tener al Gobierno totalmente “prendido” en vez de perder el tiempo con el proyecto de dolarización de la economía.

El “marketing” que el Gobierno ha hecho del proyecto de dolarización (hasta ahora a salido bien pero es una osadía hablar mal de la convertibilidad entre tanto marasmo financiero internacional) apunta a presentarlo como un medio idóneo para bajar la tasa de interés doméstica y de esa manera aumentar la tasa de inversión de la economía y generar mejoras en la situación fiscal nunca vista antes en nuestra historia contemporánea.

Sin embargo, la verdad del “rational” de la propuesta no pasa en realidad por lo que se ha presentado. En efecto, mostrar la dolarización como un instrumento para crecer, es una estrategia desarrollista más propia de las ideas de Cavallo que de la escuela de Chicago. La verdad es que si bien hace años que se piensa en la dolarización, presentarla hoy y por este equipo económico es para hacer cero la probabilidad que Argentina devalúe ante un ataque especulativo por la crisis de Brasil y de esa manera, en realidad, evitar un ataque especulativo por más que Brasil no pare de deteriorarse.

Esta manera de pensar sería correcta si el único motivo por el cual las economías sufren ataques especulativos es por la posibilidad de devaluación de la moneda doméstica. Lamentablemente, para frustración de aquellos que en Argentina practican el “reduccionismo” cambiario (al sugerir que hoy todos nuestros problemas son monetarios-cambiarios), las cosas no son así.

Es cierto que históricamente la devaluación en Argentina fue un método de los gobiernos para generar impuesto inflacionario como método de financiamiento de los déficits fiscales, método que quedó eliminado con la hiperinflación y la ley de convertibilidad.
Pero hay otro objetivo que se puede perseguir con la devaluación que es ajustar mediante un tratamiento de shock la demanda doméstica a un nivel más bajo que antes porque hay salida de capitales (esta última puede producirse por una gran cantidad de factores distintos a la posibilidad de devaluar).

Hay países que no pueden devaluar, como por ejemplo, la Argentina y cada vez que hay una reducción de los flujos de capitales (el Tequila y hoy) el ajuste de precios relativos hacia una depreciación real se hace con deflación y no con devaluación nominal como hizo el Sudeste Asiático.
Por lo tanto, no es que los países que devalúan son tontos y los que no como la Argentina son “piolas” sino que el que no puede devaluar, si se atreviera a hacerlo, sí corrige precios relativos en el medio del caos macroeconómico y esa no es justamente la “idea”.

Si la Argentina no puede devaluar por su “prontuario” macroeoconómico ¿porqué otro motivo podría sufrir un ataque especulativo?. La verdad es que entre el deterioro de los términos del intercambio que estamos experimentado de manera ininterrumpida desde hace ya dos años, la consecuente fuerte apreciación real del tipo de cambio, la caída de Brasil, la fortísima suba de la tasa de interés doméstica y, por lo tanto, de la recesión en la que ya estamos desde hace tres trimestres consecutivos, tranquilamente podemos experimentar una reducción de los flujos de capitales aunque eliminemos a la moneda doméstica.

El motivo es que la pérdida de capital que experimentaría un inversor ante una hipotética devaluación es uno de los tantos motivos que lo podrían llevar a sacar los fondos invertidos en Argentina pero no es el único. El “cocktail” conformado por los sucesos mencionados más arriba es lo suficientemente poderoso como para que exista algún miedo acerca de quién queda vivo en nuestro país una vez que se hayan producido todos los ajustes que provocarán todos los acontecimientos adversos que estamos sufriendo.

En definitiva, si por el suceso que sea, es necesario que los precios relativos internos cambien, el adoptar al dólar como moneda doméstica no implicará evitar los “dolores de parto” que provocan las correcciones de precios relativos, particularmente cuando son hacia las depreciaciones reales (apreciar es extremadamente rentable en términos políticos), lo cual puede provocar un “wait and see” de los capitales internacionales.

Más aún, podría darse la aparente paradoja de que como hemos eliminado la moneda doméstica y por lo tanto hemos consagrado que los ajustes los haremos por cantidades y nunca por precios, el inversor tenga más miedo todavía por su inversión en Argentina y saque su capital debido a que los problemas domésticos los enfrentaremos desde la dolarización en adelante a lo “Picapiedras”.

En ese sentido, es importante puntualizar que el único régimen cambiario y monetario que podía sacarnos de la emergencia hiperinflacionaria era la convertibilidad y que no caben dudas que es el mejor régimen mientras sigan durando los problemas de expectativas, reputación e incertidumbre que justificaron su lanzamiento. Pero también es cierto que mirando el muy largo plazo no es el mejor régimen que una economía puede tener porque achica de manera notable los márgenes para hacer política económica.

Ejemplo: en la época previa al Tequila, cuando entraba capital, se privatizaban las empresas públicas y bajaba la tasa de interés internacional, o sea, cuando la “marea iba para arriba”, de manera permanente el Gobierno achicaba los márgenes de acción para que el BCRA fuera prestamista de última instancia.
Sin embargo, cuando vino el Tequila, se bajaron encajes, se emitió moneda contra redescuentos y se crearon Fondos Fiduciarios contra más deuda externa para asistir a los bancos con problemas.
O sea, se hicieron malabares para que el BCRA fuera prestamista de última instancia cosa que, en principio la teoría pura de las “cajas de conversión” no permite.

O sea, es bueno poner el “carro delante de los caballos” ante situaciones extremas como las que justificaron el lanzamiento de la convertibilidad en 1991. Pero creer que llevar al extremo esta teoría al punto de plantear que la eliminación de la moneda doméstica es buena, es un absurdo total. No hay ningún arreglo institucional que pueda suplantar la voluntad de los hombres.
O sea, si la sociedad es mediocre bastardeará a la moneda extranjera (¿se lo imaginan a Greenspan emitiendo moneda para salvar casos como el del Banco Mayo?) y si es de primera categoría cuidará su moneda propia.
Pensar que siempre, independientemente del contexto, es mejor menos grados de libertad (para hacer política económica) que más, pone las cosas en el terreno equivocado.

Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 22/02/1999

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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