Las recientes notas en Ambito Financiero de los funcionarios del gobierno kirchnerista Débora Giorgi y Matías Kulfas, abundan en argumentos en defensa del modelo industrial argentino nacido en 2003. En realidad sería 2002, cuando el padrino de la pingüinera, Eduardo Duhalde, devalúo, reimplantó las retenciones agropecuarias y licuó las deudas empresarias con la pesificación asimétrica, todas oraciones sacras del credo populista autóctono.
En sus artículos, tanto Giorgi como Kulfas comparan el crecimiento económico de su modelo industrialista contra el de períodos donde se aplicaron planes, algunos con tufillo liberal (2 años de Tablita, 10 de convertibilidad) y otros (17 años entre las concertaciones militares, el Plan Austral, el Primavera, etc.) variantes del populismo, pero que todos terminaron muy mal, con tremendas crisis económicas y financieras. Obvio, el "modelo productivo", hasta ahora, les gana por lejos a cualquiera de ellos, incluso a todos juntos. Como dirían los chicos, es una "masa". No parece ser la mejor manera de validarlo: compararse contra aquellos que terminaron en colapsos o caos.
Es que luego de unas de las peores crisis financieras y económicas de nuestra historia, con un peso que se devaluó casi 75% en sólo 6 meses, un dólar que tuvo una de las peores caídas del último siglo, un mundo que creció como pocas veces luego de la Segunda Guerra Mundial y con políticas fiscales, monetarias y comerciales locales orientadas a inflar todo lo posible la demanda interna, no hay muchos períodos de 8 años en nuestra historia con un crecimiento económico tan alto como el de 2003 a 2010 (no así con la pobreza, la indigencia y la inequidad distributiva que son iguales a las de mediados de los ´80 o los ´90).
Justamente, uno de nuestros graves problemas como sociedad, es pensar que la Argentina de largo plazo, no es más que la suma de cortos plazos de bonanza como el actual (Cavallo tuvo su "agosto", lo mismo que Sourrouille y Martínez de Hoz y ya sabemos como terminaron). Nada que ver. Ya sea en el último siglo, el último medio siglo o los últimos 35 años, crecemos menos que el mundo, motivo por el cual estamos en decadencia. A la larga, vamos perdiendo lugares en el ranking mundial de países. Adicionalmente, al crecer tan poco (e independientemente de las megacrisis que cada dos por tres sufrimos), la tendencia en pobreza e indigencia también es negativa. En Argentina al menos, bajo crecimiento sostenido y alta pobreza van de la mano.
¿Cuántos períodos de auténticas ideas liberales de apertura al comercio bien hecha (bajando aranceles y no atrasando el tipo de cambio), políticas fiscales prudentes (la Tablita y la convertibilidad hicieron explotar la deuda pública) y alta exigencia educativa (nuestra educación está en una deliberada caída libre), hay a lo largo del decadente periplo que hemos recorrido desde la Gran Depresión de finales de la década del 30 hasta nuestros días? Poco y nada.
Ya que el kirchnerismo es una de las tantas y maravillosas versiones que nos ha dado el peronismo, es importante tener en cuenta que entre 1983 (democracia) y 2010 el peronismo gobernó 19 años, el 68% del tiempo. Entre 1975 (Rodrigazo) y 2010, 21 años, el 58% del tiempo. Entre 1946 (primer presidencia de Perón) y 2010, 31 años o el 48% del tiempo. Y entre 1930 y 2010, 31 años o el 39% del tiempo.
O sea, Argentina es básicamente peronista. Así que el partido del General no se puede hacer el distraído con lo que nos pasa. Es más, la idea económica central del peronismo, la que le da sustancia y contenido es el "populismo industrial" y éste también es la columna vertebral de las propuestas y políticas económicas de casi todo el resto del arco político. Hasta de los militares que muchas veces han asaltado el poder. Por eso, se aplica en nuestro país, prácticamente sin solución de continuidad desde hace más de medio siglo de atraso. A pesar de ello, Giorgi y Kulfas lo defienden con una pasión que casi conmueve.
El populismo industrial, que privilegia el desarrollo industrial porque supuestamente da empleo y beneficia a los pobres (no es así porque nuestra industria hoy es muy capital intensiva), condena a los demás sectores a un rol sólo de apoyo a la industria porque considera que únicamente generan rentas para los parásitos ricos que viven en el campo o tienen un pozo de petróleo. Si por una remera de algodón, que la usan hasta los pobres, se pagan fortunas como hoy, no importa, es para desarrollar una industria fuerte que compita con las mercaderías enemigas del exterior. Este industrialismo K exige que el sector agropecuario pague retenciones a la exportación, se le cierren los registros de exportación, se prohíban las exportaciones o sufra vejaciones a manos de acuerdos espurios empujados por el gobierno, como el que hoy ocurre en el mercado del trigo por el cual al productor se le paga 25% menos del precio internacional descontada las retenciones y los fletes.
La idea del "industrialismo a la argentina" consiste en cerrar todo lo que se pueda la economía a la competencia importada y que el agro tenga una rentabilidad mínima para que haya alimentos baratos que aumenten el salario real y las masas urbanas tengan mayor capacidad de comprar bienes industriales. También exige que se graven las exportaciones de energía y otros insumos industriales, para que la industria tenga costos bajos y pueda "agregar valor". Y demanda que se controle el sector financiero, para que haya tasas de interés que permitan el financiamiento barato de la industria o el financiamiento del consumo de bienes industriales. Finalmente, controla también las tarifas de servicios esenciales para evitar la reducción del salario.
Esta trasnochada idea de lo "industrial" y su entronización en nuestra política económica desde hace décadas (en contraposición de aperturas comerciales bien hechas, con un Estado austero y una sociedad educada), es una de las causas de nuestra decadencia, por más que los cortos plazos que genera y más con bonanzas internacionales como las actuales, sean tan adictivamente dulces.