Parecería ser que en materia fiscal no hemos aprendido nada del desastre en el cual terminó la convertibilidad. La convertibilidad terminó cayendo como consecuencia de un aumento fenomenal del gasto público cuyo déficit resultante se financió con un endeudamiento externo extravagante.
Y ahora, de nuevo, estamos haciendo crecer exponencialmente el gasto con la diferencia que su contrapartida es una presión impositiva formal salvaje y totalmente distorsiva y el default de la deuda que dificulta.
Hoy, el gasto público en términos reales ya es igual al gasto público que hizo colapsar a la convertibilidad. De esta manera, ya nos queda claro a los argentinos que la corporación política prefirió el dólar a $3 y no a $1 antes que bajar el gato público.
O sea, todo el sufrimiento de nuestra sociedad por los salarios reales por el piso (según la propia OIT están en el menor nivel de los últimos 30 años), pobreza, indigencia, violación de contratos, estafas, pesificaciones, etc, se ha producido para que la clase política siga manteniendo inalterable su esquema de prebendas, corruptela, clientelismo y amiguismo respecto del nivel existente antes del colapso de 2001/2002. Nada más que ahora hay una suerte de aggiornamento respecto de la década del 90 dado que antes gastábamos en salarios y ahora lo hacemos en planes sociales.
Luego de haber llegado, después del tequila, a los 20 puntos del producto, el gasto público cayó al 15% del PIB en el tercer trimestre de 2002 y, hoy, ha vuelto al 20% del PIB, con una recaudación que creció 7% del PIB y con un producto que ha crecido solo el 6%.
Por lo tanto, hay circunstancias en las cuales se puede mejorar la situación fiscal y no generar recesión. Esto nos lleva claramente a que es falso lo que dice el gobierno cuando afirma de que más ajuste fiscal implica recesión y abortar el proceso de reactivación. Desde mediados del año pasado ha ocurrido un hecho que prueba que ese argumento es falso porque hemos aumentando la recaudación, mejorado el supérvit fiscal y, sin embargo, el producto también creció y mucho. Lo que pasa es que el gobierno, por encima de un superávit fiscal de 2.5%/3% del PIB, quiere seguir con su política de gastar cada peso que se recauda por la reactivación económica. Así, es obvio que mejorar el superávit fiscal implicará aumentar la presión impositiva sobre el sector privado y eso sí generaría recesión. Entonces, el verdadero problema es que el gobierno no para de gastar.
El gasto público sin intereses aumentará $15.000 en 2003. Si se hubiera ahorrado algo más en una muestra de responsabilidad y sin necesidad de ocasionar una nueva recesión, ya hubiéramos cerrado con el FMI, el acuerdo sobre la deuda o se podrían haber eliminado los impuestos distorsivos como las retenciones a las exportaciones o el impuesto al cheque o bajado las alícuotas de IVA o Ganancias.
Dado que el gasto público ha demostrado que es totalmente inflexible nominalmente y solamente cae en términos reales, producto de las crisis macroeconómicas que provoca, la presión impositiva que estamos cristalizando con este nuevo aumento del gasto público no hace más que conspirar contra el crecimiento .
Nota Original: REVISTA FORTUNA | 08/09/2003