La convertibilidad estalló por el mismo motivo por el cual hoy la Argentina del «modelo productivo» es campeona del mundo inflación: un gasto público que sube de manera vertiginosa (más en la fase alcista del ciclo), genera déficit fiscal, éste se financia con deuda externa en los 90 o emisión monetaria hoy.
Nada tuvieron que ver con la crisis 2001/2002 algunos estigmas noventistas como la apertura de la economía al mundo, alguna regla de juego más o menos del capitalismo competitivo, las privatizaciones, un BCRA independiente y la libertad de mercados. Insisto, aquel desastre fue, como el fin de la Tablita y la hiperinflación del 89, hijo de un despilfarro fiscal previo que duró demasiado. Ni los «ortodoxos» de los 90 ni mucho menos los heterodoxos del presente K lo supieron entender.
Sin embargo, una de las primeras cosas que se hicieron en 2002 fue reimplantar las retenciones a las exportaciones, impidiendo que el productor local de exportables gozara de los precios internacionales con el argumento de capturar la «renta extraordinaria» (claro, las rentas del etrusco proteccionismo industrial son «remuneración al trabajo argentino»). Los impuestos a la exportación fueron seguidos por la imposición de límites al peso de la faena vacuna (Roberto Lavagna), cierres de los registros de exportación, la intervención del Mercado de Hacienda de Liniers, el de Frutas y Verduras, los acuerdos corruptos entre Gobierno, molinos y traders de granos para pagarle al productor local de trigo y maíz hasta un 30% menos que el precio internacional (menos fletes y retenciones), etcétera.
Así, los mercados «morenizados» (o sea, apretados, controlados y manipulados) pasaron a tener una demanda artificialmente alta y una oferta artificialmente baja. Por ejemplo, «servir barata la mesa de los argentinos» terminó siendo un chiste de mal gusto. Hoy la leche en sachet entera que paga el consumidor local sale el disparate de $ 4,50, hasta un 30% más que en muchos países de Europa con 3 veces nuestro PBI per cápita, mientras que nuestro productor recibe la miseria de $ 1,50.
En el mercado de los combustibles, hoy en la picota por la decisión del Gobierno de expropiar el 51% de YPF, las políticas oficiales en los casi 9 años de kirchnerismo han provocado que las reservas de gas cayeran un 55% y las de petróleo, un 15% (en el mundo y la región hubo una gran expansión) y en 2012 el déficit de la balanza comercial energética puede llegar al récord histórico de los u$s 7.000 millones en 2012. Todo esto con el precio del crudo en un nivel extraordinariamente alto y con un mundo que, con sus dificultades, sigue creciendo a una tasa más que razonable y demandando combustible.
Obvio, con un mercado intervenido, regulado y en los últimos 4 años con YPF distribuyendo el 90% de las utilidades (en vez de sólo el 25% y reinvertir el resto) y el productor recibiendo sólo el 55% del precio internacional del crudo y el 25% en el caso del gas (por el sistema de retenciones establecido en octubre de 2007), en vez del 100%, no se podría esperar otra cosa que la pérdida ocurrida del autoabastecimiento energético.
¿Cuál es la conexión entre este castigo a los productores de exportables y el cierre de la economía al giro de divisas al exterior con el «corralito verde» (octubre 2011) y a la competencia importada con las DJAI (febrero 2012)?
El populismo industrial
La idea del industrialismo «a la argentina» consiste en cerrar todo lo que se pueda la economía a la competencia importada y que el agro tenga una rentabilidad mínima para que haya alimentos baratos que aumenten el salario real y las masas urbanas tengan mayor capacidad de comprar bienes industriales. También exige que se graven las exportaciones de energía y otros insumos industriales para que la industria tenga costos bajos y pueda «agregar valor». Y demanda que se controle el sector financiero, para que haya tasas de interés que permitan el financiamiento barato de la industria o el financiamiento del consumo de bienes industriales. También controla las tarifas de servicios esenciales para evitar la reducción del salario. Total, los subsidios que hay que pagar para que no haya que vivir con velas lo financian la recaudación récord que generan los términos del intercambio (también hoy en récord histórico) y el impuesto inflacionario del Gobierno producto de su déficit fiscal, el gran inflador de la demanda interna, ésta, a su vez, el gran tótem del populismo industrial.
Una década después de iniciado ese camino y a pesar de que tenemos todo a favor en el mercado mundial, sufrimos récord de inflación planetaria (y acelerándose), fuga de capitales, fuerte desaceleración de la economía, parate en la creación de empleo privado y con un BCRA que se queda con sólo el 20% de los dólares que compra en el mercado, producto de las dificultades fiscales del Gobierno que le requieren permanente asistencia.
Entonces, el camino no es el adecuado. Sustituir sanas políticas fiscales, monetarias, de apertura al comercio y mercados libres por un fisco deficitario, emisión monetaria, cooptación del BCRA, controles, precios máximos, intervenciones y cierres y rupturas de mercados requiere, para que la economía funcione «bien», un mundo siempre soplando a favor nuestro, una bajísima tasa de interés internacional y una soja permanentemente firme e incluso en ascenso. O sea, que Dios sea kirchnerista.