Como ocurre cíclicamente, Argentina vuelve a tomar medidas de restricción de sus importaciones con los gastados argumentos de la necesidad de proteger las fuentes de trabajo, el desarrollo de un capitalismo de origen nacional y la mejora en la distribución del ingreso.
Argentina es de los países emergentes con peor performance macroeconómica y mayor deterioro distributivo de los últimos 60 años en el mundo. Sin embargo, una de las tantas y nocivas ideas que han estado más presentes a lo largo de ese período es la de que el libre comercio (o el comercio lo menos intervenido posible) es una mala palabra, un mal necesario que hay que sufrirlo en mínimas cuotas: sólo lo que no se puede producir localmente. Toda ocasión ha sido y es propicia, como en estos días, para cerrar la economía a la competencia importada y dificultar al máximo las exportaciones agropecuarias y de energía.
Esta suerte de "populismo industrial", que tanto prende en nuestra sociedad, a pesar de haber traído éxitos muy transitorios (hoy y cada vez que hubo términos del intercambio altos como los del primer Perón de mediados del siglo XX y el peronismo de izquierda de 1973) es el medio para conseguir una mejora en la distribución del ingreso, único objetivo que se plantea el populismo, por más efímera que sea su permanencia en el tiempo. De hecho, durante el kirchnerismo, no ha habido ninguna mejora distributiva respecto de la situación promedio de la convertibilidad. La diferencia entre los que más y menos ganan sigue siendo de 24 veces como antes del colapso de 2001 y el Coeficiente de Gini, sigue en 0.47 como al principios de los 90.
El populismo, que privilegia el desarrollo industrial porque supuestamente da empleo y beneficia a los pobres (no es así porque nuestra industria hoy es muy capital intensiva), condena a los demás sectores a un rol sólo de apoyo a la industria, pues considera que únicamente generan rentas para los parásitos ricos que viven en el campo o tienen un pozo de petróleo. Si por una remera de algodón, que la usan hasta los pobres, se paga mucho como hoy, no importa, es para desarrollar una "industria fuerte, nacional y popular". Este industrialismo K exige que el sector agropecuario pague retenciones a la exportación, se le cierren los registros de exportación, se prohíban las exportaciones o sufra vejaciones a manos de acuerdos espurios empujados por el gobierno, como el que hoy ocurre en el mercado del trigo por el cual al productor se le paga 25% menos del precio internacional descontada las retenciones y los fletes.
La idea del industrialismo "a la argentina" consiste en cerrar todo lo que se pueda la economía a la competencia importada y que el agro tenga una rentabilidad mínima para que haya alimentos baratos que aumenten el salario real y las masas urbanas tengan mayor capacidad de comprar bienes industriales. También exige que se graven las exportaciones de energía y otros insumos industriales, para que la industria tenga costos bajos y pueda "agregar valor". Y demanda que se controle el sector financiero, para que haya tasas de interés que permitan el financiamiento barato de la industria o el financiamiento del consumo de bienes industriales. También controla las tarifas de servicios esenciales para evitar la reducción del salario. Total, los subsidios que hay que pagar para que no haya que vivir con velas, lo financian la recaudación récord que generan los términos del intercambio (también hoy en récord histórico) y el impuesto inflacionario que genera el gobierno.
A pesar de la desastrosa experiencia que sido para nuestro país el industrialismo argentino de cierre de la economía y rechazo a la competencia importada, éste se aplica casi sin pausa (podemos poner como excepciones en el último medio siglo a la Tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad, juntas no suman más de 12 años) desde hace más de 60 años y con particular énfasis cuando nuestros términos del intercambio son tan favorables como desde 2003.
A veces, el argumento para el proteccionismo han sido los estrangulamientos externos por escasez de divisas, otras el atraso cambiario y otras como ahora, el derrumbe de la balanza comercial por el boom importador (y la probable desaparición del superávit en cuenta corriente) que en parte genera el gobierno con su propia política proindustrial de demanda interna al rojo vivo por un gasto público rampante y tasas de interés reales fuertemente negativas.
El rechazo hacia el proteccionismo industrial que surge de estas líneas no implica de ninguna manera, validar por descarte, las desastrosas aventuras de endeudamiento externo como fueron el plan de Martínez de Hoz y la convertibilidad que atrasaron tanto el tipo de cambio que no sólo desapareció la industria que sustituye importaciones (la única que cuenta para el kirchnerismo gobernante) sino que también entraron en crisis la industria que exporta, el campo y el turismo. Las aperturas de las economías hay que hacerlas de manera consistente. Si bajamos algo los aranceles a la importación como fue la aparición del Mercosur, no se puede atrasar el tipo de cambio como lo hicieron Menem y Cavallo durante los ´90 porque después la apertura al comercio va a durar lo que un suspiro. Justamente es lo que pasa hoy, momento en el que ni siquiera tenemos libre comercio con Brasil (cosa que debería de haber ocurrido en 2005) en una clara violación del espíritu del Tratado de Asunción de 1991 y nos peleamos con China porque no paramos de ponerle medidas antidumping luego que la declaramos economía de mercado a fines de 2004 cuando Néstor Kirchner alucinaba con recibir más de u$s 20.000 millones de "chinodólares".
Obvio que hay países industriales con altos niveles de vida que se protegen de algunas exportaciones que son sensibles para nosotros (no para el gobierno de Cristina Kirchner), pero siguen siendo economías muy abiertas al comercio. Además, entre otras cosas, la experiencia internacional de los países emergentes exitosos, es contundente. Todos han apostado al libre comercio de manera unilateral (Chile en los ´80) o dentro de áreas comerciales (México con el NAFTA a mediados de los ´90), en vez de usar las herramientas proteccionistas que permite la OMC al máximo posible como nosotros hoy. Esto generará ganancias rentísticas extraordinarias en los sectores que el gobierno quiere proteger, cuando se las niega al campo, a la industria exportadora y al turismo. Nadie debería tenerlas, el libre comercio es la solución y una herramienta clave para el progreso.