La presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, ha estado particularmente locuaz en los últimos días. Primero afirmó de manera temeraria que no le preocupaba incumplir el programa monetario a pesar de que hacía sólo tres meses se habían relajado las ya laxas metas monetarias originales (de 2010) y cuando habían transcurrido tan sólo algunos días de la publicación del de 2011 (tiene una disparatada expansión monetaria del 40%).
Y como cualquier kirchnerista que quiere transformarse en uno de paladar negro, Marcó del Pont fue por más y se animó a afirmar que pagar deuda (externa) con reservas (cosa que comenzó en 2010 luego del culebrón con Martín Redrado) es equivalente, monetariamente hablando, a hacerlo con deuda externa y superior, desde el punto de vista de la defensa del modelo industrialista.
Es tan fuerte que un banquero central desprecie el cumplir las metas que él mismo se fija y la aceleración de la tasa de inflación que ello implica, que huelgan los comentarios. Pero si Marcó del Pont considera (absurdamente) que la función de un banquero central es maximizar el crecimiento de corto plazo sin importar cumplir con su mandato de preservar el valor de la moneda (baja inflación), está más para ministra de Industria que para presidir el BCRA.
La segunda de sus diatribas, la vinculada con el pago de la deuda con reservas, da más tela para cortar que la osadía de ser presidenta de un Banco Central y despreciar la inflación.
Sobre la equivalencia monetaria de ambas políticas, su afirmación es cierta en un ejercicio hipotético en el que se suponga que a hoy ya se acumularon para siempre todas las reservas que se querían porque a partir de ahí, la cantidad de dinero no se moverá un ápice ya sea que se usen esas reservas o se coloque deuda externa para repagar deuda (externa). De ahí su enojo y el ventilador que prendió sobre el supuesto deseo de cobrar comisiones por parte de aquellos que no están de acuerdo con el uso de reservas para pagar deuda. Debería ser más cauta de lanzar sospechas de negocios raros por parte de los que no apoyan sus iniciativas cuando pertenece a un Gobierno jaqueado por escándalos de corrupción.
En un sentido dinámico, su afirmación sobre la equivalencia monetaria es tan disparatada como el desprecio que manifestó sobre su propio programa monetario porque el BCRA seguirá comprando reservas emitiendo dinero y generando un impuesto inflacionario del 30% anual para luego transferírselas al Tesoro y que éste pague su deuda. Sin embargo, no habría emisión monetaria alguna si es el Tesoro el que coloca deuda externa para luego repagarla.