¿Qué misterioso tesoro tendrá la industria argentina que hace más de medio siglo no para de protegerse contra todo tipo de invasión importada y además siempre pide más? ¿Acaso vive en un mundo que no comprende la maravilla inigualable que anida en las entrañas de las fábricas argentinas, razón por la cual no hay límite a la tensión que se puede generar con el resto del mundo en materia comercial?
Durante los ´90 cuando Argentina tenía un régimen de convertibilidad de su moneda (dólar fijado por Ley del congreso más respaldo en divisas del 100% de la emisión monetaria del Banco Central), se encareció tanto en dólares debido a que la inflación llegó a niveles internacionales recién a fines de 1995, que directamente le importaba a países ricos como Estados Unidos y Europa, razón por la cual tenía grandes déficits comerciales con el primer mundo. Era una etapa de importantes superávits comerciales con Brasil, a pesar del crecimiento económico argentino en la era Menem.
Luego que en 2002 el peso argentino se devaluó 60% en términos reales, transformando al país en una auténtica fábrica de pobres, a la única nación del planeta que le podíamos comprar productos importados era (y es) nuestro vecino brasileño. De esta manera, hoy Argentina tiene grandes déficits en su comercio exterior con Brasil y superávits con Estados Unidos y Europa. La situación inversa a la de los ´90.
Pero lo que no ha cambiado es el espíritu contestatario de los industriales argentinos con los productos que vienen del exterior. Antes se quejaban de la invasión importada proveniente del país del Tío Sam y el Viejo Continente. Hoy lloran amargamente por la “depredación” que sufren a manos de su hermano mayor del Mercosur. En realidad, lo vienen haciendo y obteniendo diversas ayudas desde las épocas del ex Ministro de Economía argentino Roberto Lavagna que creó los Mecanismos de Acción Competitiva (MAC).
La primera reunión entre empresarios argentinos y brasileños para autorregular el comercio llevada a cabo en Buenos Aires pasado miércoles 25 de marzo, fue un absoluto fracaso. Del encuentro participaron productores de muebles de madera, autopartes como baterías, frenos y embragues, vinos y Denia.
En el caso de las baterías, los productores argentinos les propusieron a sus pares brasileños reducir el cupo de exportación hacia la Argentina en un 60% para pasar de 1,5 millón de unidades a sólo 600.000. En el caso del denim el deseo de los fabricantes argentinos fue una limitación del 100%, o sea de dejar de vender directamente y en el caso de las autopartes 30% menos. Por supuesto que la respuesta brasilera no se hizo esperar. Contestaron con un rotundo no y las conversaciones seguirán ahora en San Pablo en algunas semanas.
Entre las medidas de cierre de la economía que está aplicando el gobierno de Cristina Kirchner y la caída en la demanda de consumo más inversión argentinas por la fuga de capitales que hay, las importaciones ya están cayendo más de 30% pero nada detiene las presiones de los industriales argentinos para que su gobierno los siga protegiendo, ahora, de la amenaza brasileña.
Pero si tratar de importar lo mínimo no alcanza para proteger a los empresarios argentinos y a las reservas del Banco Central, el gobierno ya se está encargando de llamar hasta telefónicamente a subsidiarias argentinas de empresas multinacionales para “sugerirles” que demoren en comprar en el mercado las divisas necesarias para girar las utilidades a sus matriz.
Cuidar las reservas del Banco Central hasta con presiones mafiosas, proteger a la industria hasta pelearse con su hermano, mentir con las estadísticas del país, tensionar al máximo a la sociedad, todos son rasgos distintivos de la política de los Kirchner. Si Brasil hubiera sabido que éste iba a hacer su socio comercial hace casi 15 años cuando arrancaba el Mercosur ¿lo hubiera hecho? Todo diría que no.