Seguramente a muchos habrán contado alguna vez la historia de la Argentina. Un país que tuvo un ingreso per cápita más alto que el de Estados Unidos en el siglo XIX, que llegó a tener el tamaño de la economía de Francia en el XX y que hoy es uno más del montón.
Este relato no es más que una desilusión. Una sucesión de frustraciones. Una película cuyo final deprimente se conoce desde antes de su comienzo. Como mirar "Titanic" y esperar que el barco no golpee el iceberg, sabiendo en el fondo que es inevitable.
El argentino siempre ha buscado explicaciones (más bien, excusas) para intentar comprender esta realidad. Ha encontrado muchas, y de las más diversas: ha culpado al neoliberalismo, al modelo agroexportador (vigente cuando el país era "el granero del mundo"), al FMI, a la colonización española, a las victorias sobre los ingleses en 1806 y 1807, a las maldiciones vudú… Nunca se detuvo, sin embargo, a mirar su propio ombligo. Las causas han estado mucho más cerca de lo que siempre quiso creer.
NO HAY MISTERIOS. Los factores que permiten que un país crezca y se desarrolle son simples y conocidos. No son ningún misterio, secreto o truco de alquimia. Las naciones que más han crecido en los últimos años presentan varias características en común. La primera de ellas es el tamaño del Estado. En general, la participación de los impuestos y del gasto público en el PIB es relativamente baja en estos países. Además, presentan déficit fiscales acotados, mostrando incluso superávit en algunos años. En la Argentina, en cambio, durante el período 1960-1989 el déficit fiscal global promedio (esto es, una vez pagados los intereses de la deuda pública) del sector público consolidado fue del 6% del producto, número exorbitantemente alto. Luego de la hiperinflación, esta cifra pasó a ser ligeramente menor al 1%. En el primer período, la Argentina tuvo un crecimiento promedio del 2,3% anual. En el segundo, del 3,6% anual.
Esta crisis que vivió el país a finales de la década del ochenta provocó un cambio drástico en la manera de pensar la política fiscal en la Argentina. La hiperinflación sufrida en 1989 eliminó toda posibilidad de continuar usando la emisión para financiar los agujeros fiscales. Una sucesión de desastres impedirían también la financiación en el mercado de capitales: la cesación de pagos de diciembre de 2001, la pesificación de 2002, la reestructuración feroz de la deuda de 2005 y el nuevo default provocado por el dibujo sistemático de la inflación desde enero de 2007. Es más, hoy los títulos públicos argentinos valen menos incluso que cuando el país se encontraba formalmente en default. La reciente confiscación de los depósitos previsionales que los trabajadores tenían en las AFJP no hace más que echar más leña al fuego.
La etapa confiscatoria no comenzó con este último hecho. Ya había aparecido un primer intento en marzo con la suba de las alícuotas de los derechos de exportación de los productos agrícolas, básicamente de los granos. El conflicto político, económico y social que desencadenó este anuncio derivó finalmente en su no aprobación en el Congreso la madrugada del 18 de julio, tras cuatro meses de una virtual parálisis del país.
Este mismo Congreso fue, sin embargo, el que aprobó la eliminación del régimen previsional privado. Esto fue, ni más ni menos, robarle a la gente los ahorros que estaba acumulando para su vejez, sólo para pasárselos a una agencia estatal que ha mostrado déficit crónicos durante los quince años del régimen mixto y que sobrevive a base de recursos impositivos que resignan tanto la Nación como las provincias. Todo esto para dotar de mayores ingresos al apetito voraz que tiene el Gobierno y que habrá de acrecentarse durante el año que viene, siendo 2009 un año electoral.
La presión impositiva ha llegado con los Kirchner al 34% del PIB, o al 48% tomando sólo a la economía en blanco. Es un porcentaje similar al que se puede ver en Europa, pero ¿se puede decir que la Argentina brinda la misma calidad de seguridad, educación, salud y protección social que el Viejo Continente? Como la respuesta es no, cabe preguntarse entonces a dónde van a parar todos esos recursos. Como buena parte de estos ingresos estatales se destinan a mantener un aparato corrupto y clientelar, el Gobierno incurre en lo que se conoce en economía como "tirar los recursos al río", es decir, desperdiciarlos o tirarlos a la basura.
La apertura comercial es otro de los factores que marcan el crecimiento y el desarrollo de un país. Al estarse expuesto al intercambio mundial, los consumidores tienen más opciones para elegir. Para ellos más es siempre mejor, sobre todo cuando se puede escoger en cantidad, calidad y precio. Del lado de los productores, la apertura los obliga a invertir en el país generando ganancias en productividad, logrando que sus bienes se vuelvan más competitivos tanto en el mercado interno como en el mundial. Esto implica también una baja de sus precios, lo que mejora la situación de los compradores locales.
En general, las naciones que más crecen son las que se encuentran más abiertas al comercio mundial. Un indicador de esto es el que mide la suma de importaciones y exportaciones sobre el producto de un país. Chile e Irlanda, que mantuvieron este indicador en torno al 50% y 200% respectivamente, han tenido períodos de crecimiento espectaculares, con tasas de 5,1% y 6,1% promedio anual. Además, una vez que se incorporó a la Organización Mundial del Comercio, el crecimiento de China fue espectacular. Está demostrado también que el intercambio logra reducir la volatilidad en las tasas de crecimiento del PIB.
La Argentina ha tenido una expansión pobrísima desde 1975 comparada con países similares. En estas tres últimas décadas, no obstante, pueden diferenciarse claramente dos períodos. El primero abarca desde 1975 hasta pasada la hiperinflación de 1989. En este tiempo el crecimiento promedio anual fue nulo y el grado de apertura comercial se ubicó en 15,6% del producto en promedio. El segundo comenzó en 1991, previo a la instalación del régimen de convertibilidad con el dólar, hasta nuestros días. Aquí la economía argentina creció al 3,8% anual promedio y mostró un ratio de apertura de 24 puntos del producto.
La evidencia de cómo afecta la apertura comercial al crecimiento de los países y al de la Argentina en particular ha sido más que concluyente. En estos tiempos en que se avecina una recesión mundial a una escala inédita y en que los países desarrollados abogan por no entorpecer los lazos comerciales, la Argentina ha elegido una vez más el camino opuesto: ha implementado medidas antidumping y aumentado aranceles a la importación. Tampoco deben olvidarse los derechos a las exportaciones agrícolas y de combustibles que rigen desde 2002 y cuyas alícuotas han subido escalonadamente desde entonces. A su vez, no es descabellado pensar que el año que viene el Gobierno incurra en una nueva devaluación en una medida de lo que se conoce como "beggar thy neighbour" o "arruiná a tu vecino". Lamentablemente, la limitación mental e ideológica de los industriales argentinos así como de su gobierno les impide pensar en una herramienta para mejorar la competitividad que no sea vía la depreciación de la moneda.
Por supuesto, también existen otros factores que ayudan al crecimiento. Una población bien educada dota a un país de capital humano imprescindible para el desarrollo. Esto era algo de lo que la Argentina se jactaba de tener hasta no hace mucho tiempo. Sin embargo, los últimos exámenes internacionales (o mejor dicho, los alumnos que los realizaron) han dejado al país muy mal parado. Hoy también oímos acerca de bochazos masivos en las universidades públicas que toman exámenes de ingreso, en una clara muestra de la deficiencia de la escuela secundaria argentina.
EN CONCLUSIÓN. El premio Nobel de economía Douglass North recibió este galardón por sus estudios sobre la relación entre las instituciones y la economía. Sostuvo que "las instituciones forman la estructura de incentivos de una sociedad así como las instituciones políticas y económicas y son, en consecuencia, el determinante subyacente del desempeño económico". Con reglas de juego que cambian todos los días, el crecimiento es difícil. En marzo de 2007 el Gobierno mostraba la libre opción jubilatoria como un mérito suyo y un derecho de la población. De hecho, aún lo afirma la página web de la Casa Rosada. Ahora, la libre opción desapareció junto con el régimen de capitalización. Tampoco ayuda un Poder Judicial donde desde los jueces menores hasta la misma Corte Suprema es elegida casi a dedo por el que le toque estar sentado en el sillón de Bernardino Rivadavia.
Lo que la Argentina debería hacer de aquí en adelante es abrirse al comercio eliminando todo tipo de impuestos al comercio exterior, reducir la presión fiscal sobre el sector formal de la economía, lo que debería venir de la mano con una baja del gasto público y mantener un tipo de cambio competitivo. Además, se deberían establecer reglas de juego claras y mantener la independencia judicial. De esta manera se ahuyentaría la incertidumbre del sector privado para invertir y asegurar el crecimiento.
Los países que se desarrollan parecen hacer todos lo mismo. La receta para crecer sostenidamente es simple y clara. Por alguna razón, la Argentina creyó que apelando a la heterodoxia le iría mejor.