El contenido de los discursos (25/3, 27/3, 31/3 y 1/4; 4 en siete días) de la Presidenta Cristina Kirchner con motivo del paro agropecuario que se extendió por más de 3 semanas, pusieron de manifiesto la amorfa moralidad de la política de una Argentina en la que parece que el fin siempre justifica los medios.
Los Kirchner constituyen un matrimonio que amasó en los últimos 30 años una fortuna constituida por más de 20 propiedades declaradas, depósitos por varios millones de dólares y una interesante cantidad de vehículos de buen porte. Esto los han transformado en una familia que se ubica cómodamente en el 10% más rico de la sociedad santacruceña, aquella que a nivel nacional muestra que la diferencia entre los que más ganan y los que menos tienen no baja de la extravagante cifra de 25 veces, nivel al cual cayó luego de la estabilización macroeconómica a partir del segundo trimestre de 2003.
Sin embargo, llama la atención cómo declaman la necesidad de mejorar la distribución del ingreso de una manera crispante, poco edificante e insostenible como sacarle a un sector (los productores de materias primas básicas, el campo y la energía en Argentina) para distribuirlo entre el resto de la sociedad (industria, trabajadores y la burocracia estatal), en vez de apuntar como lo hicieron nuestros verdaderos padres de la patria a la educación y la salud básicas en procesos de largo plazo. Esto sin tener en cuenta que el impuesto a la ganancias ya persigue un objetivo distributivo, además del recaudatorio. ¿Porque entonces tiene que existir un impuesto específico del tamaño gigantesco de las retenciones agropecuarias e hidrocarburíferas para redistribuir? ¿Y si en vez de que el gasto público crezca al 40% anual para prebendas, clientelismo y corrupción, lo hiciera al 20% pero sólo para subsidiar a pobres e indigentes en serio? Después de todo, el país no se estaba incendiando en 2004 cuando Néstor Kirchner pisó el acelerador de este rancio distribucionismo setentista.
La falsedad de los argumentos ensayados por la Presidenta y su Ministro de Economía Martín Lousteau para justificar el desastre que están haciendo con el campo y la energía, así como antes su marido Néstor lo hizo con el crédito público con la circense reestructuración de la deuda que capitaneara el camaleónico Roberto Lavagna, es total.
Parecería que el único sector en el cual hay concentración (según las ya poco creíbles cifras oficiales el 80% de la producción de soja y girasol está en manos del 20% de los productores de soja y girasol) ¿Acaso no hay concentración en el mercado petrolero en el que el pingüino Eskenazi comprará de aire la cuarta parte (ya compró el 15%) de Repsol YPF que vale más de u$s 15.000 millones? ¿Y con el mercado del cemento que ya ha merecido sanciones de parte del gobierno de Néstor Kirchner en 2005 por más de u$s 250 millones? ¿Y del sistema bancario donde los depósitos de sólo cuatro bancos amigos como el Nación, el BAPRO (salvado de la quiebra por los contribuyentes de la Provincia de Buenos Aires), el Francés y el Río acumulan nada menos que la mitad de los depósitos de un sistema que cuenta con 88 entidades financieras? ¿Y que decir de una sola empresa como Techint que tiene el monopolio de la producción de caños para la industria petrolera?
Claro, como dijo Cristina Kirchner el 31/3, el agro, el gas y el petróleo sólo generan riqueza (toda una gentileza porque seguramente habrá querido decir “renta”, o sea, cobrar sin trabajar), en cambio la industria y los servicios proveen riqueza y además empleo (elemento clave para su obsesión distribucionista de corto plazo) ¿Pensará lo mismo ahora que por el paro agropecuario se cortó la cadena de pagos en el interior, hay desabastecimiento de alimentos, industrias como la de autos sufren enfriamiento en su demanda y la construcción está cayendo en Capital Federal?
Los Kirchner son inentendibles. Como buenos hijos de Perón, toda su política está basada en plantear una negociación corporativa, o sea, con unos pocos, los que tienen el poder en cada mercado, ya sea porque así es naturalmente o porque ellos lo cierran a la competencia internacional con elevados aranceles a la importación o porque el “coronel” Guillermo Moreno los destruye para luego dar subsidios para que sus participantes no se fundan (carne, lácteos, trigo, maíz, feedloteros, polleros y ahora productores chicos de soja) y queden así a merced del clientelista mesianismo pingüino. Sin embargo, luego se quejan del poder concentrado. Un médico por favor.
El impuesto cobrado a la producción de soja y girasol por la vía de retenciones móviles para todos pero devolución de la suba respecto de la alícuota fija del 35% sólo para el 20% de la producción de soja y girasol (el neto es un impuestazo al 20% de productores que concentran el 80% de la producción), será de muy difícil puesta en práctica. Todavía está herido de muerte el subsidio para 15.000 tamberos ¡se imaginan a más de 60.000 sojeros y girasoleros!
Pero la parte de su pieza de oratoria del 31/3 que quedará en la memoria absorta de todo productor agropecuario, chico, mediano o grande, fue aquella dedicada a la caracterización de la soja. La Presidenta dijo que la soja es sólo un yuyo que crece sin ayuda alguna, que no forma parte de la dieta de los argentinos, que desplaza a la producción de trigo, carne y leche que sí comemos y por si fuera poco, tiene como principal herbicida al glifosato, químico que en Colombia es utilizado para matar a las plantas de coca. Para Cristina Kirchner entonces la soja es una suerte de depredador yuyo silvestre medio cocainómano.
Esta es una edificante muestra de la gran dignidad y alta moral de nuestra política. Debido fundamentalmente a la soja, el gobierno tiene superávit fiscal y externo (este último gracias a que como no nos gusta a los argentinos como alimento se lo tiramos al resto del mundo) con el que machaca hasta el hartazgo para justificar porqué el modelo productivo es a prueba de balas (cosa que es mentira). Pero si la soja pega un grito ante la decisión del gobierno del 11/3 de primero hacerles caer la rentabilidad, para después mandarlos a la quiebra, sus productores son complotadores que quieren de nuevo el golpe de los militares genocidas del 76 ¿No será mucho?
Por si Cristina Kirchner no lo sabe o no la ilustró bien el informante al cual aludió el 31/3, la soja, lejos de ser un yuyo deriva de un antecesor silvestre del Sudeste Asiático que ha sido fuente fundamental de alimentación en su área de origen durante siglos y su interés por cultivarla apareció en los EE.UU. en 1974 por el requerimiento de grasas y aceites comestibles que generó la Segunda Guerra Mundial (Acsoja). Además, no crece sola como dijo la Presidenta sino que en su desarrollo está involucrada la genética, años de tecnología, los criadores de semillas, royalties a las multinacionales, tiene que estar a veces asilada para que se adapte a los distintos suelos, se la tiene que curar, hay que usar herbicidas, insecticidas, fungicidas, etc. Si el agro se ha ido corriendo hacia la soja no sólo fue por la suba de los precios en Chicago (las odiadas rentas extraordinarias del campo que los progres consideran que hay que expropiar) sino porque Guillermo Moreno con sus satélites de Miceli, Peirano y ahora Lousteau, destrozaron el mercado de la carne, la leche y el trigo.
A veces parece que en la Presidenta pesan demasiado los viajes “chic” y la poca propensión de remangarse los pantalones para estudiar.
(*)Nota publicada el día de hoy en Ambito Financiero con el titulo "Si el agro se volcó hacia la soja, es por culpa de Moreno" en páginas 9 y 11