Así como hoy la Argentina recibe un vendaval de dólares producto de precios de sus commodities de exportación, durante la primera mitad de los 90, la nueva era globalizadora que se iniciaba después de la caída del Muro de Berlín atrajo inversión extranjera directa y mucho capital financiero. Así se enjugaba parte del déficit fiscal con la esperanza de que la reforma estructural -privatizaciones y desregulaciones- iba a repagar la deuda externa.
Grueso error. Se terminó haciendo un default payasesco que todavía mantiene al país fuera del mercado internacional de capitales. No fue la política del ajuste permanente, entonces, la que sumió en la peor crisis de la historia a la Argentina, como afirmó ayer en la Asamblea Legislativa Cristina de Kirchner. Al contrario, fue una política fiscal absolutamente irresponsable que derivó en la cesación de pagos y una devaluación homérica. ¿A ella en aquellos 90 se le ocurrió impedir alguno de los déficits de Domingo Cavallo? No se recuerdan en las discusiones de los presupuestos en el Congreso grandes críticas suyas al delirio gastador de los menemistas. Tampoco su marido adherente de cuanta propuesta imaginara el entonces famoso economista. Con el diario del lunes (o sea, con el plan fracasado), es fácil ser el mejor técnico de fútbol (y golpear, de paso, a los 90 en su totalidad).
Luego del desastre en el cual terminó la convertibilidad (por sus propios méritos y no como dice el menemismo por culpa de Eduardo Duhalde), santificada en su hora buena por el FMI, los EE.UU., los grandes bancos de inversión internacionales, las calificadoras de riesgo, nuestros banqueros, toda la sociedad argentina y la propia hoy presidente, la mesa estaba servida para que medio planeta político se reacomodara, ahora hablando pestes de lo que antes vitoreaba. Así es que surgió el famoso « modelo productivo», mezcla escatológica de producción con estafa, al mejor estilo del primer Perón: redistribución del ingreso, el campo y la industria como parásitos sólo para proveerles de alimento y energía barata a la industria y el Estado omnipresente (el sector blanco de la economía ya paga la salvajada de 46% del PBI de impuestos igual que los ricos países del G-7).
Se le fue la mano al gobierno en el énfasis redistributivo basado en el aumento del gasto público y el camionero Hugo Moyano definiendo la política salarial porque desde 2004, la inflación comenzó a acelerarse luego que en 2003 tuviéramos una «paupérrima» suba de precios de 3,6%. En 2005 comenzaron los acuerdos de precios light de la mano del elegante Roberto Lavagna. Con una inflación bordeando 15%, a fines de 2005 y principios de 2006, vino la dupla Felisa Miceli y Guillermo Moreno para combatirla. Los acuerdos de precios se convirtieron en « aprietes a los precios». Así es que subieron las retenciones a los alimentos y al petróleo, se prohibieron exportaciones, se cerraron los registros de exportación a varios productos y se intervinieron tanto el Mercado de Hacienda de Liniers como el Concentrador de frutas y verduras. En definitiva, si los precios no bajaban, se destruían los mercados para que el sistema de precios no proveyera información alguna sobre dónde invertir y de esa manera fuera el Estado el que tenía que cumplir ese rol.
Ese es el principal anuncio económico de ayer de la flamante presidente. Su pacto social no será, como ella dijo, para ser gendarme de la rentabilidad empresaria (precios) ni para dirimir internas sindicales (Hugo Moyano y el cuasi epistemólogo de la ciencia de ganar dinero Luis Barrionuevo) sino que tendrá metas sectoriales cuantificables de producción, inversión y exportación y además se hará una investigación exhaustiva (desde el nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología) de cuáles tienen mucha y poca competitividad para así direccionar los esfuerzos en investigación y desarrollo.
Pero, como además manifestó su lástima debido a que todavía no somos un país industrial, porque ello implica ser rico (cosa que no somos), quiere terminar con la eterna lucha entre campo e industria, sometiendo al primero. O sea, quiere que el campo (granos, cereales, leche, carne, etc.) baje la guardia y se someta frente al nuevo «modelo de acumulación (de ganancias) de matriz diversificada ( industrialización peronista) con inclusión social (Estado gigantesco)» o MAMDIS en el que habrá lupa microscópica sobre las ganancias del agro y para los sectores industriales «sensibles» (algunos de los cuales emplean mano de obra esclava) existirá la mirada del gigante SKA, radiotelescopio de un kilómetro cuadrado de superficie, con el que los astrónomos del mundo tienen la esperanza de echar una mirada al pasado del universo.
En resumen, palos para el campo y el petróleo, zanahorias para la industria (la Presidente utilizó el eufemismo de «sinergias») en un contexto de planificación micro bien centralizada.
Para ello, necesita de una macroeconomía que no estalle y evitar que se repita la eterna discusión que se plantea en la Argentina periódicamente: cambio de 180 grados en el programa en curso ante su colapso. A su vez, esto requiere como mínimo solidez fiscal, cuestión que este setentismo sabe mal (sólo opta por subir impuestos), pero la aprendió. En un gobierno alucinado con el tema distributivo, esto deviene en presiones impositivas cada vez más altas y distorsivas («matriz diversificada»).
La idea de industrializar el país, sometiendo al campo y al petróleo al pago de cada vez más impuestos, intervenciones y destrozo de mercados para intentar un cambio en nuestras naturales ventajas comparativas (exportación de agro y petróleo y la industria compitiendo con las importaciones) puede llevar en algún momento y en algunos sectores a que importemos lo que hoy le vendemos al mundo. Ejemplo, la leche en 2009 si Guillermo Moreno sigue expropiando a los tambos y con el petróleo a fines de 2011. Así, no se entiende su idea de que América latina sea clave en la provisión de alimentos y energía a escala mundial.
Finalmente la ya hoy en funciones de presidente, asumió correctamente al desastre educativo que está sufriendo el país. Los exámenes internacionales PISA de 2006 nos colocan en el 10% peor en el mundo en ciencia, lengua y matemática. El problema es si la necesidad de educar mejor se entiende cómo preparar mejor a los chicos para su «modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social» (MAMDIS). O sea, para que sean operarios cada vez más aptos y no como mentes más abiertas, cultas en general y fuertes en las ciencias duras.