El ciclo expansivo de la economía latinoamericana continuará durante este año y el próximo, estimándose tasas de crecimiento de 5.0% a/a y 4.25% a/a respectivamente, convirtiéndolo en el más extenso e intenso del último medio siglo. Apoyados en un contexto internacional extraordinariamente favorable, con crecimiento de la economía mundial y con precios de las materias primas que continúan en niveles históricamente altos, los países de la región han aprovechado esta coyuntura para reducir su vulnerabilidades ante shocks externos manteniendo los superávits tanto en las cuentas externas como en las fiscales, disminuir el nivel de endeudamiento, aumentar el empleo y reducir la pobreza, en un contexto de baja inflación.
Pese a que el crecimiento es generalizado en todos los países, no todos tienen la misma visión en cuanto al rol a desempeñar en la economía mundial. Así, podemos agrupar a los países que apuntan a una mayor inserción en los mercados internacionales buscando una mayor relación con los países desarrollados y por otro, los que buscan cerrar su economía al capitalismo moderno, asignándole mayor participación al Estado.
En el primer grupo encontramos a la mayoría de los países de la región. Quizás, por su peso histórico y por su activa participación en las negociaciones con los países más desarrollados, son liderados por Brasil, pero no podemos dejar de mencionar a México, Chile y otros países como Colombia, Perú y Uruguay. Este grupo de países, desde mediados de la década pasada y más allá de crisis de corto plazo, vienen llevando a cabo reformas pro-mercado; además tuvieron crecimiento económico en un contexto de inflación controlada. Al mismo tiempo no se detienen en las negociaciones para abrir nuevos mercados para sus exportaciones y atraer mayores flujos de inversiones directas.
No son pocos los logros alcanzados hasta el momento. Brasil se encamina a la categoría de “investment grade”, título que ya poseen Chile y México. Chile es el país con mayores acuerdos de libre comercio del mundo, logrando tratados con Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y recientemente con China. Colombia y Perú están a punto de cerrar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, en tanto que Uruguay apunta a un tratado de protección de inversiones también con la principal potencia mundial. Como dato adicional, tanto Brasil como Chile fueron invitados a formar parte de la OCDE, organización que agrupa a los países más desarrollados del mundo.
En el otro extremo (si se quiere: a la izquierda) están los países alineados con la política del venezolano Hugo Chávez. Este último, envalentonado por los altos precios del petróleo y su poder como uno de los principales países proveedores de crudo, aprovechó este contexto para dar impulso a lo que denomina la “Revolución Bolivariana”. Así, con los extraordinarios recursos fiscales que le generan las exportaciones de combustibles, el gobierno chavista los utiliza para darle un fuerte impulso al gasto público y amenaza con la expropiación de algunas empresas de servicios públicos. Además de esta especie de pseudos-comunismo, Chávez tampoco vaciló en alinearse con países muy cercanos al terrorismo mundial y políticamente opuestos a Estados Unidos, tales como Irán y Cuba.
También utilizó su mayor protagonismo para llevar su influencia otros países de la región, apoyando a los candidatos de izquierda en las elecciones presidenciales que se llevaron a cabo en los últimos dos años. Sin embargo, lamentablemente para él, sólo dos de ellos logaron la presidencia: Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. Estos dos no tardaron en aplicar la doctrina de Chávez: Evo Morales nacionalizó los hidrocarburos y Rafael Correa revocó un tratado bilateral de inversiones con Estados Unidos.
¿Dónde está Argentina? Fiel a su historia de política exterior, Argentina está en una Tercera posición: por un lado quiere aparentar reforzar los lazos con Lula y por otro, al único presidente que visita es a Chávez. Esto no sorprende si se tiene en cuenta que en el revolucionado siglo XX, Argentina nunca adoptó una posición definida: durante la Segunda Guerra Mundial se declaró neutral (sólo le declaró la guerra al Eje cuando Berlín no era más que una montaña de escombros), en la Guerra Fría “coqueteó” tanto con Kennedy como con Krushev y sólo se involucró en la Primera Guerra del Golfo Pérsico, cuando Menem se desvivía por pertenecer al Primer Mundo, aunque poco hacía por parecerse a ellos. A fin de cuenta, Argentina siempre fue abanderada de la tercera posición y nunca definió su rol ni en la economía mundial ni en la relación con sus vecinos latinoamericanos.
Hoy en día, decimos que Argentina tiene una tercera posición porque no amenaza con apropiarse de los medios de producción y propiedad privada al estilo Chávez (por lo menos por ahora), aunque sí lo hace con las ganancias empresariales, todo para mejorar la distribución del ingreso, principal preocupación del presidente Kirchner. Así, mientras mantiene un tipo de cambio competitivo y protege a la industria local contra las importaciones chinas y brasileñas, aumenta la presión impositiva para apropiarse de las utilidades empresariales.
Hasta el momento, con esta estrategia se aseguró cuatro años de alto crecimiento económico, con la industria y la construcción batiendo records, aumentó el empleo y logró quebrar la tendencia del empeoramiento de la distribución del ingreso, característico de las tres décadas precedentes. Quien se llevó la peor parte fue el agro y el sector petrolero, a quienes se les aumentó fuertemente la carga tributaria vía retenciones, de manera de mantener mayor control sobre los precios internos y redistribuir las ganancias “caídas del cielo” por el alza de los precios internacionales de los commodities.
El mayor nivel de actividad y con los precios de las exportaciones en niveles récord, los ingresos fiscales del gobierno aumentaron de manera espectacular, ganando 9.5 pp del PBI (pasaron del 22.7% del PBI en 2002 a 32.2% del PBI estimado para este año). Más parecido a Chávez que a Lagos y Bachelet, Kirchner utilizó todos los ingresos adicionales para aumentar el gasto público casi lo mismo de lo que crecieron los ingresos, jaqueando así el superávit fiscal. Este mayor nivel de gastos, que al igual que los ingresos están en niveles récord, fue en mayor medida a aumentar los salarios y el empleo público, las jubilaciones mínimas, resucitar la inversión pública y darle subsidios al sector privado, especialmente a las empresas proveedoras de servicios públicos para que éstas no aumenten las tarifas. En definitiva, la política fiscal es funcional a la redistribución del ingreso: le aumentan la carga impositiva a los que pueden pagar impuestos y luego aplican esos ingresos para gastarlos en la población con alta propensión al consumo.
El descalabro fiscal argentino es de tal magnitud que le está poniendo fin al ciclo de alto crecimiento con superávit fiscal. Sin recursos propios y con los mercados de créditos internacionales vedados por la reciente historia del país (y aún con la liquidez en los mercados financieros), el gobierno necesitará cada vez más de los títulos colocados a Venezuela (“Chávez-dependencia”) a no ser que esté dispuesto a hacer un ajuste fiscal ¿nueva suba de impuestos?
Esta situación es más delicada dado que el estímulo que le da el gobierno al consumo, vía suba del gasto y de los salarios privados, viene acelerando la verdadera inflación (no la mentira que publica el instituto de estadísticas de argentina, el INDEC), que ya se ubica por encima del 20% a/a (de las más altas del mundo).
En definitiva, Argentina no puede definir una posición con sus vecinos dado que está inmersa en su coyuntura local, sin una estrategia de desarrollo de largo plazo. Quiere inversiones, pero prefiere recibir en su despacho a los sindicalistas y viajar a Caracas (cuanto mucho a Madrid) en lugar de acercarse a los países más desarrollados, tal como lo vienen haciendo sus vecinos. Es la típica decadente tercera posición que aprendimos hace más de medio siglo.