Kirchner después de tres años ¿Y ahora que?

La vuelta del peronismo al poder después de casi 20 años en marzo de 1973 se producía con el fundamental apoyo de Montoneros, grupo armado de la izquierda peronista que, conducidos mayormente por jóvenes de clase media-alta de educación católica, compartían los ideales de la revolución cubana con la particularidad de que veían a Perón como el líder que podría llevarla a cabo en nuestro país.

El presidente Kirchner, desde que se hizo cargo de los destinos de la Argentina ha reconocido permanentemente compartir los ideales revolucionarios de aquellos combatientes y más recientemente, en oportunidad de festejar sus primeros 3 años de gobierno en un multitudinario acto en Plaza de Mayo en Buenos Aires dijo “al fin hemos vuelto a la Plaza”, en una clara alusión a lo que ocurría hace 33 años cuando el peronismo revolucionario ganaba las elecciones de la mano de Héctor Cámpora.

Lo que está viviendo Argentina hoy es algo que la sociedad ya había votado mayoritariamente y que no se pudo llevar a cabo por el golpe militar de 1976. No es algo fruto de la casualidad o de solamente frustrados planes económicos militares y menemistas. Obvio que estos han puesto su “granito de arena”, pero no hay que despreciar el peso de la voluntad popular abortada hace ya mucho tiempo por la fuerza de las armas de los uniformados.

Por otro lado, el aggiornamiento es importante. Las armas han sido reemplazadas por la difamación e impunes “aprietes” que bajan desde lo más alto del poder para tener periodistas e intelectuales adictos y empresarios domesticados en la fijación de precios. Además, el avance del estado en la economía se produce a través de la ruptura y desconocimiento de contratos firmados hace poco más de 15 años en vez de las salvajes expropiaciones socialistas del siglo XX.

No es entonces como sostiene el ahora posible candidato presidencial, el ex Ministro de Economía de Kirchner, Roberto Lavagna, que el Presidente ha girado hacia posiciones de izquierda desde su impactante paso por las elecciones legislativas de octubre 2005. Kirchner siempre fue de izquierda, sólo estaba esperando el momento para “blanquear” cuáles eran realmente sus intenciones y el rotundo triunfo del año pasado le dio la seguridad necesaria para hacerlo.

A su vez, lo que no dice Lavagna es que él también hizo un discutible negocio político con Kirchner, en una lacerante demostración de que toda la Argentina política es un travesti de tamaño gigante. Avaló durante toda su gestión el default de los contratos de las privatizadas declarado por su antecesor Jorge Remes Lenicov, lo mismo que con la deuda pública. Luego realizó una quita tan extravagante a nuestros pasivos externos que hoy, un año y medio después del “closing” y con mínimas tasas de interés en los EE.UU., no hemos podido colocar ni un centavo de deuda pública en el mercado internacional de capitales. Y por si esto no fuera suficiente, convirtió al autócrata de Hugo Chávez en el prestamista de última instancia de Argentina. Hoy Lavagna se queja de todo y dice que si no respetamos los contratos, el plan económico puede caerse. Para el Guinness de la hipocresía política.

Ocurre algo extraño. Hace más de 70 años con sus aires de ética incomparable, el populismo ha prendido en la epidermis criolla como pocas cosas en la historia gaucha. Pero desde la vuelta de la democracia hace casi un cuarto de siglo, el travestismo político se ha desarrollado tanto que en las elecciones legislativas de 2005 era más fácil ver partidarios del peronismo duhaldista pasándose a las filas del kirchnerismo a cambio de “cajas” políticas que hinchas de fútbol del Club Boca Juniors.

Lo mismo podría decirse de los menemistas transformados en kirchneristas y de los radicales defendiendo la “concertación plural” de la Casa Rosada. O sea, por dinero, los viejos enemigos se han transformado a la velocidad del rayo en hermanos de sangre. Sin embargo, la aprensión de la clase política argentina para aceptar las reglas de mercado basadas en los precios que se pagan por las cosas es impactante. Se la pasan controlando, regulando, interviniendo y subsidiando todo.

¿Qué es lo que se viene de cara a las elecciones presidenciales de 2007?

El gasto público excluido los intereses de la deuda, está en niveles record históricos de 25,5% del PIB y la presión impositiva sobre la economía que está en blanco (2/3) llega al 45% del PIB, nivel nunca visto antes en Argentina y además está por encima tanto del promedio de las economías emergentes como del poderoso y rico G7.

El Estado argentino que por falta aparente de presupuesto deja que niños de nuestro norte sean completamente analfabetos o se mueran de hambre y permite la polución ambiental en cualquier lugar que huela a “pulmón de manzana”, ha decidido volver a cumplir el rol de empresario que había abandonado en los 90 por el desastre que hizo durante cuarenta años desde la finalización de la segunda guerra mundial. El Correo, el servicio de aguas en la región metropolitana, el ferrocarril General San Martín, los yacimientos carboníferos de Río Turbio, el espacio radioeléctrico (Arsat), la energética Enarsa, la aerocomercial Lafsa, que nunca llegó a volar pero tiene denuncias judiciales por corrupción. Ahora tomará porciones del paquete accionario de Aerolíneas Argentinas y de Aeropuertos Argentina 2000.

A pesar de haber logrado los primeros cuatro años (2003-2006) del más extraordinario crecimiento económico en el último siglo, Kirchner sabe que todavía no puede descorchar champagne porque hasta ahora su presidencia ha fracasado totalmente en conseguir un objetivo que fuera planteado por él mismo con sinceridad meridiana en el discurso que pronunciara frente a la Asamblea Legislativa el 25 de mayo de 2003: su gobierno venía a redimirnos de décadas de profundización sin pausa de la inequidad distributiva, por lo que su plan económico era esencialmente un programa para mejorar drásticamente la distribución del ingreso.

A lo largo de su mandato, el Presidente ha hecho, de manera totalmente equivocada, lo imposible para mejorarla. Primero, el gasto público en salarios, jubilaciones, planes sociales y transferencias varias al sector privado ha crecido $ 60.000 millones (100%) desde 2001. Segundo, los sectores que peor remuneran la mano de obra como muchos de los sustitutivos de importaciones, han recibido tanta protección frente a la competencia importada que el proyecto de libre comercio con Brasil quedó archivado y a otros, como la construcción, les está dando un gasto público en obra pública de 3,5% del PIB, récord en los últimos 17 años.

Tercero, los aumentos de salarios por decreto y los que salen desde las convenciones colectivas de trabajo (que es como si salieran por decreto por la presión que ejerce el Ministerio de Trabajo a favor de los sindicatos) han hecho que los salarios reales blancos ya estén hoy 10% por encima de los de diciembre de 2001, aunque a los informales todavía les falta 30% y a los estatales 42%).

Cuarto, ha roto todos los mercados necesarios para evitar que los precios reflejen costos y/o rentabilidades que dificulten el objetivo distributivo. Sólo un ejemplo entre muchos: para que los combustibles no subieran al compás de la espectacular escalada internacional del petróleo, el gobierno argentino fijó mediante “acuerdos de precios” el valor del crudo y del gas en boca de pozo y estableció también retenciones móviles a las exportaciones. Ahora estamos importando gas y energía eléctrica.

El objetivo del gobierno es inflar todo lo que se pueda la demanda vía aumentos del gasto público y de los salarios privados para asegurarse que las empresas enfrenten un muy buen nivel de actividad, compren insumos, demanden personal, etc. Luego el gobierno con presiones les impide que los mayores costos vayan a precios y recuperen el margen de ganancia perdido por la suba del gasto público y los salarios. El objetivo termina siendo que los que más tienen pierdan relativamente frente a los pobres, de ahí que para el gobierno es central que los márgenes empresariales caigan para mejorar la distribución del ingreso. Si por ello se rompe el mercado intervenido, será el Estado el que aparezca de nuevo arbitrando costos, precios y subsidios para levantar la oferta perdida.

En ese sentido suenan ridículas algunas de las recientes ocurrencias provenientes del gobierno argentino. El superministro Julio de Vido sostuvo que “el país está abierto a las inversiones”, como si el mundo estuviera haciendo cola para invertir en Argentina. Por su parte, el presidente Kirchner ha dicho que quiere “un país con previsibilidad, al cual vengan inversiones extranjeras a crear trabajo”, cuando somos los campeones de la ruptura de contratos. No menos absurdos son sus viajes por el mundo, mayormente a España, tratando de vender la “marca Argentina”. El respeto y sostenibilidad de reglas competitivas de mercado no pueden sustituir las decadentes y a veces corruptas negociaciones corporativas lideradas por Estados con éticas vidriosas.

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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