La tentación a efectuar comparaciones entre Argentina y Brasil es demasiado grande como para evitar caer en ella. De hecho, las mismas son una constante en casi todas las disciplinas y la economía no ha sido la excepción. En los últimos meses muchos economistas insinuaron que en Argentina se debería imitar la política de apreciación del tipo de cambio implementada en Brasil con buenos resultados en materia de inflación. Sin embargo, poco se ha dicho sobre las verdaderas causas del actual proceso inflacionario argentino y la carencia de un diagnóstico adecuado es lo que ha llevado a recomendar los remedios equivocados. Argentina necesita reducir significativamente su tasa de inflación, pero hacerlo “a la brasilera” sería un grave error.
Hacia mediados de 2003 la inflación minorista en Brasil llegó a registrar tasas cercanas a 15 % interanual. Había empezado a acelerarse en el último trimestre de 2002 luego de que el real tocó fondo al cotizarse en 3,77 por dólar (en promedio) durante octubre. Desde abril de 2003, las autoridades monetarias optaron por dejar caer paulatinamente el valor del dólar y el efecto que esto tuvo en la inflación se hizo evidente a principios de 2004, llegando a registrarse menos de 6% a/a con un tipo de cambio que no llegaba a los 3 reales por dólar.
Estos son los números que los partidarios de la apreciación del peso argentino esgrimen a la hora de justificar lo eficaz que sería la medida para frenar la inflación. Hasta el FMI ha osado exponerlos en sus vanos intentos de persuadir a las autoridades argentinas a seguir el ejemplo de su país vecino. Sin embargo, un proceso de estabilización de precios como el descrito en el párrafo anterior tiene implícito un concepto de vital importancia para el crecimiento sostenido, a saber, el concepto de Tipo Real de Cambio (TRC).
Mantener un TRC consistente con las principales variables micro y macroeconómicas de un país es una condición necesaria para el crecimiento sostenido. Cuando esto no ocurre se verifican enormes dificultades para insertarse al mundo sin que ello implique grandes desequilibrios en el mercado laboral. Las diferencias en productividad, gasto público, presión tributaria, restricciones al comercio y términos del intercambio hacen que los países necesiten distintos TRC para lograr altas tasas de crecimiento. Un país con baja productividad debe tener necesariamente un TRC depreciado para poder competir con el resto del mundo. Lo mismo para el caso de los que tienen una elevada presión tributaria, excesivo gasto público y restricciones al comercio. Todas estas variables tienden a disminuir la competitividad.
La presión inflacionaria, tanto en Brasil como en Argentina, obedece a factores que indican una clara tendencia hacia la apreciación del TRC. En este sentido, lo único que hicieron las autoridades monetarias de Brasil fue evitar que la misma se verifique vía inflación y por eso decidieron dejar caer el valor del dólar. Pero una medida como esta podría generar grandes problemas si se aplicara en Argentina por la sencilla razón de que las políticas de fondo implementadas en ambos países fueron muy diferentes.
Brasil acumula siete años de crecientes superávit primarios junto con una política de largo plazo que fomenta la inversión y el ingreso de capitales extranjeros merced de las claras señales de respeto de las reglas del juego. El haber evitado el default de la deuda pública es un ejemplo de ello. Además, las exportaciones brasileñas no dejaron de crecer e incluso se aceleraron mientras se apreciaba el TRC. Todo esto hace que una apreciación del TRC no genere mayores inconvenientes en el largo plazo.
El caso argentino, diametralmente opuesto. A pesar de que en Argentina la devaluación del peso permitió lograr un elevado nivel de superávit fiscal (alcanzó 5% del PIB en 2004), las medidas adoptadas en los últimos tres años fueron en la dirección equivocada. Tanto la presión tributaria como el gasto público no dejaron de incrementarse. Este último creció más de 22% en 2005 y ya volvió al récord histórico de 25% del PIB registrado en 2001. Esto, junto con los numerosos aumentos de salarios por decreto hizo que la inflación supere el 12% durante el año pasado.
A diferencia de su principal socio, Argentina no mantiene una política que asegure el cumplimiento de las reglas del juego. No sólo ha defaulteado su deuda pública sino que ha repudiado aquella porción de sus pasivos que no entraron al canje. Tampoco se cumplieron los contratos con las empresas privatizadas y se fomentaron innumerables aberraciones contra la libertad económica. La prohibición de exportar energía a Chile (hace dos años) y carne al mundo (hoy) es una profundización de la irresponsabilidad imperante en materia económica.
Recién entonces cabe preguntarse: ¿Cómo deberían las autoridades argentinas bajar la tasa de inflación? Si bien podría reducirse notablemente si se dejara caer el precio del dólar, se estaría convalidando una apreciación del TRC incompatible con su actual estructura económica. La mejor manera de atacarla es haciendo foco en sus verdaderas causas. Dejar de inflar la demanda interna con aumentos de gasto público y salarios por decreto sería el remedio más adecuado. Generar certidumbre sobre el cumplimiento de los contratos permitiría aumentar la inversión y reducir la presión sobre el nivel de precios doméstico.