Reinventando la rueda

Hace menos de un mes los Presidentes de Argentina y Brasil, firmaban en la ciudad de Buenos Aires un documento fundacional, de esos que están llamados a abrir una nueva hoja de la historia, denominado el “Consenso de Buenos Aires” por oposición al “Consenso de Washington”.

En el imaginario popular de los países de la región este último está en la raíz de los problemas de pobreza, marginación y exclusión que vivimos . El razonamiento es simple: si después de 10 años de reformas obtuvimos malos resultados, las políticas aplicadas fueron erróneas. La respuesta es dar media vuelta y marchar en la dirección opuesta. Resumiendo, el Consenso de Washington estaba equivocado, por la razón que fuera, y es necesario elaborar un conjunto nuevo de principios.

Como habitualmente sucede en la discusión de ideas, los malentendidos y confusiones se consumen buena parte del tiempo. Primero, el Consenso de Washington no es una receta para el desarrollo económico. Es un conjunto de principios esenciales para evitar problemas macro: disciplina fiscal, redirección del gasto público hacia actividades que brinden alto retorno económico y mejoras en la distribución del ingreso, reforma tributaria (simplificar, bajar alícuotas y extender la base impositiva), liberalización financiera, tipo de cambio competitivo, liberalización comercial, privatizar, desregular, asegurar el cumplimiento de los derechos de propiedad

Sintetizado de esta manera por John Williamson en 1990, se trataba de un conjunto de medidas bastante innovador y fuerte luego de la década perdida de los `80. Recordemos que varias economías latinoamericanas estaban en default, con altos niveles de déficit fiscal que muchas veces llevaba a altas tasas de inflación, empresas públicas que no funcionaban y daban pérdidas, economías cerradas.

El propio Williamson reconoce que se trataba de un “mínimo común denominador” del consejo que las instituciones multilaterales de Washington tenían para ofrecer a los países latinoamericanos para salir de la dramática situación en que se encontraban. No pretendía convertirse en una receta general con prescindencia de las condiciones particulares de cada país.

Los problemas del Consenso de Washington pasaron por haberle dado una connotación ideológica, quitándole flexibilidad, y por haberlo aplicado de manera equivocada. En muchos casos no hubo disciplina fiscal alguna, ni redireccionamiento del gasto público, ni reforma tributaria eficientes sino cambios impositivos que expropiaban al sector privado con alícuotas altísimas y distorsionantes. En otros, se flexibilizó al extremo la cuenta capital sin realizar aperturas al comercio profundas, generando una apreciación del tipo real de cambio, etc.

Propone , esencialmente , combatir el hambre, la pobreza , el desempleo, la exclusión y marginación social, fortalecer el rol del Estado en el proceso económico, mejorar la educación, incorporarse al mundo digital, potenciar el desarrollo científico y la investigación aplicada, tender hacia condiciones decentes de trabajo, apoyar una integración comercial
“limitada”, participar en los foros mundiales desde una perspectiva del Mercosur, así como condenar las acciones unilaterales a nivel internacional sin la aprobación de la ONU.

En su mayoría se trata de objetivos que todos compartimos, por lo cual no tiene sentido su discusión. La pregunta es cómo los alcanzamos y ahí es donde el denominado Consenso de Buenos Aires se hunde. Recorriendo el texto del mismo sólo se pueden rescatar dos formas de alcanzar los objetivos, también bastante vagas e imprecisas: crecimiento sostenido y crear un ambiente de negocios e inversión productiva;

Pero la pregunta del millón es, claro, ¿cómo hacemos para crecer sostenidamente y para crear un ambiente de negocios adecuado?

En el mejor de los casos el “Consenso de Buenos Aires” no es más que otra mera declaración grandilocuente con pocos efectos prácticos. Los problemas siguen siendo los mismos y las soluciones siguen brillando por su ausencia. En el peor de los casos podría tratarse del primer mojón en un camino que nos lleve a otra década de pobre performance macro.

Nota Original: AMÉRICA ECONOMÍA | 21/11/2003

José Luis Espert

José Luis Espert

Doctor en Economía

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