En la peor crisis económica y social de nuestra historia la tentación de redistribuir ingresos desde los que más tienen hacia los de menores recursos es muy alta. ¿Es esto posible? Ya hemos expropiado los ahorros con el default y la pesificación, hemos congelado las tarifas y reimpuesto derechos de exportación y sin embargo estamos peor que en diciembre de 2001 en materia distributiva. El punto es que los límites para cualquier política distributiva son escasísimos en nuestro país. No es posible gravar diferencialmente a los que más tienen, pues se llevan su capital o emigran.
Así, los impuestos siempre los terminan pagando los de abajo, con bajos salarios o desempleo. Tampoco es posible con procesos migratorios que nos dejan sin lo mejor de nuestro capital humano y nos traen pobreza de países limítrofes.
Por otro lado, cualquier política distributiva a través del gasto requeriría un Estado a la europea. Estamos a años luz de eso. El distribucionismo, al igual que el endeudamiento imprudente, es una vía utópica para el crecimiento. Los aparentes beneficios de corto plazo, si es que existen, tienen costos descomunales de descapitalización en el mediano plazo. Sólo creceremos sostenidamente cautivando al capital, teniendo un capitalismo competitivo y un sector público austero y equilibrado. La solidaridad social tendrá que ser la excepción, no la regla que mata a la gallina de los huevos de oro.
Nota Original: LA NACIÓN | 17/11/2002