La discusión en la Argentina hoy es patética. La derecha “zombi” en los últimos diez años llora por el default y la devaluación y la izquierda “picapiedra” quiere más destrucción porque la que ya hizo desde el 14 de octubre del año pasado, no le alcanza. En el medio, 37 millones de argentinos en la peor crisis de la historia.
Nuestra derecha, caracterizada por liberales de café (ya sean empresarios o intelectuales) que viven declamando el libre mercado para los giles que no tienen poder de lobby pero se reservan para ellos los cotos de caza de las ganancias fáciles producidas por sus empresas radicadas en zonas de promoción industrial, aperturas “truchas” como las de Martínez de Hoz en los ´80 y Menem en los ´90, bancos que se atragantaban de bonos públicos, etc., mantuvo la boca cerrada durante una década sobre lo que estaba pasando en Argentina. Claro, el lucro de poco esfuerzo que acumulaban en base al feroz endeudamiento externo contraído a tasas levemente superiores que las internacionales para financiar gastos de consumo e inversiones en no comerciados que más tarde terminaron siendo impagables, constituía una verdadera “papita fina” que no merecía el escarnio de la crítica a los déficits fiscales monumentales que estábamos acumulando y que en algún momento, sin duda, nos colocaría en el infierno que es hoy vivir en Argentina.
Los economistas que le dieron (y le siguen dando) letra pulcra y sofisticada a sus intereses corporativos, fueron los economistas de la “buena onda”, el reduccionismo monetario o directamente inescrupulosos que dicen lo que conviene según el momento y de dónde provenga el honorario, daban lustrosa buena letra a la “patraña” de apertura del Mercosur, al malogrado Plan de Infraestructura de De la Rúa, a las alquimias de Cavallo y a cuanto engendro de política económica saliera de la galera del Ministro de Economía de turno siempre que el “mamarracho” fuera rentable para su clientela, demostrando que así como eran economistas, tranquilamente podrían haber sido vendedores de tachuelas porque ninguna víscera les vibraba por el bien común (sólo se trataba de maximizar beneficios) y terminaron haciendo que el capitalismo fuera visto por la gente como su enemigo, a favor de intereses corporativos, corruptos y prebendarios. Hoy son los mismos que se rasgan las vestiduras con el default y la devaluación y que dan la sensación que estuvieron viviendo en un frasco de dulce de leche durante una década entera. Esto es muy, muy extraño porque lo primero que enseñan en los cursos básicos de Economía es que la acumulación de déficits fiscales lleva irremediablemente a grandes crisis económicas que pueden ser default y devaluación como en la Argentina de hoy. Entonces, que el común de los mortales no haya sido capaz de ver lo que estaba ocurriendo vaya y pase ¡Pero un técnico, es muy extraño!
Amenaza
Muy mal debería sentirse hoy la derecha fatua de la última década porque si existe una amenaza trotskista (Luis Zamora) en Argentina, en parte se debe a la “buena onda” vacía de contenido de aquellos que se negaron a ver que dado que no podíamos volver a devaluar luego de la hiperinflación (por el caos que se generaría) pero al mismo tiempo íbamos a devaluar si teníamos indisciplina fiscal, nunca abrieron la boca en diez años sobre la “bomba de tiempo” que se estaba construyendo con perverso cuidado al ver a un fisco que ponía el gasto público tan alto como nunca se había hecho previamente en nuestra historia y encima financiado externamente, después de dilapidar el producido de la venta de empresas públicas.
En general, la misma derecha que hizo fortunas fáciles durante la convertibilidad en base al endeudamiento regalado desde el primer mundo, es la misma que hoy se está fundiendo junto con sus empresas a causa de ingresos pesificados, una economía en implosión y pasivos externos impagables. Por supuesto que aprovecha muy bien la “volada” de xenofobia que se está apoderando de argentinos poco cultos que creen que todo lo malo que nos pasa es una conspiración internacional para “quitarnos el agua y la tierra” y ya le dan “manija” a lo loco al verso de que todo capitalismo nacional es bueno y todo lo extranjero es malo. No en vano se habla cada vez más del nacimiento de un proceso sustitutivo de importaciones que puede surgir al calor de la feroz depreciación del tipo de cambio y de la inexistencia de financiamiento para importar producto del default con aplauso del Congreso.
Conceptos
En este sentido hay que dar una discusión conceptual. El capital nacional no es mejor que el capital extranjero. En un mundo globalizado, el capital nacional puede enviar sus ganancias al exterior como así también el producido de la venta de sus empresas a no residentes, tanto como los extranjeros que invirtieron aquí. De hecho, en la última década el aumento de los activos de residentes argentinos en el exterior (fuga de capitales) fue de USD 80.000 millones, mientras que el crédito de los extranjeros a la Argentina fue de USD 100.000 millones y la inversión extranjera directa de USD 80.000 millones. O sea, el capital es capital y si se lo quiere gravar más allá de lo internacionalmente aceptado o no ve con claridad el horizonte futuro de sus negocios, se va y el que termina pagando el impuesto es el pobre a través de menores salarios y/o más desempleo.
Resulta inconcebible ver retrospectivamente cómo los argentinos decíamos que lo bien que nos iba a principios de los ´90 era por nuestra “genialidad” y ahora que estamos en la peor crisis de la historia decimos que es culpa del FMI o de los Estados Unidos que vienen por nuestra “dignidad”. Estas frases rimbombantes, efectistas pero vacías de toda sanidad mental, son típicas de la izquierda autóctona que nos supimos dar. En ella militan versiones “light”, bien corporativas y corruptas como el radicalismo y el peronismo (el menemismo no es ni de derecha ni de izquierda, sí es el paradigma de lo inescrupuloso) y variantes más “pesadas” como Carrió o trotskistas como Zamora. En última instancia, nuestra izquierda es una fiel representante del complejo de inferioridad que tenemos los argentinos frente a los que les va bien porque siempre tenemos que poner a ellos como la causa de que a nosotros nos vaya mal. Además, esta actitud desnuda una soberbia insana cuando se dice que “ahora vienen por nuestra agua y nuestra tierra” ¿Tan maravilloso, único e irrepetible es lo que tenemos que nos quieren borrar del mapa? Algunas más que una cruz en el pecho, necesitan un psicólogo de bolsillo.
El drama bancario ha exacerbado estos espíritus xenófobos y aquí el caradurismo de la izquierda es excesivo. Bien facilista, nunca se rasgó las vestiduras cuando en la última década el gasto público crecía de manera enloquecida creando un mar de parásitos en el sector público y se financiaba externamente para exponenciar el crecimiento fácil pero al mismo tiempo, insostenible. Se concentraba en criticar lo poco bueno que dejó el líder del menemismo: privatizaciones (demasiado monopólicas), apertura (“trucha” al estilo Mercosur) y algo de desregulación de mercados. Toda su violencia verbal era muy marketinera (aunque bien certera en términos de rating popular): había que ser cruenta con la Ferrari, la corrupción y toda aquello que llegara fácil a la gente, aunque de contenido y de recomendaciones serias de qué hacer con el país, nada, cero absoluto. Y cuando hacia fines de 2001 se venía el default de la deuda, por poco pedían la destrucción de los bancos y de las AFJP, olvidándose que detrás de los bancos estaba la pobre gente con sus ahorros de toda la vida y detrás de las AFJP “yacían” sus ahorros futuros.
La izquierda no quiso entender nunca que luego de años y años de una política fiscal demencial, con un crecimiento espeluznante de los depósitos y con bancos que estaban atragantados de deuda pública (¿habrán descontado los banqueros un Plan Bonex futuro?), la estafa al ahorrista era inexorable, tal como había ocurrido a fines de 1989. Porque una cosa hay que aprender. En economía se puede hacer cualquier cosa, lo que no se puede evitar son las consecuencias. La Ley de Gravedad existe. Hoy es mucho más fácil echarle la culpa a los bancos, culpa que sin duda tienen en parte, que rasgarse las vestiduras por no haber votado en contra de los aumentos de gasto público que cada presupuesto planteó para la sociedad en la última década con la patética excusa de los costos sociales que tal medida tendría. No tienen ni la más mínima lógica. Cuando entraban capitales del exterior, no habrían la boca sobre lo que estaban financiando y cuando se van, los extranjeros tienen la culpa de todo.
Patetismo
Lo mismo ocurre ahora con el patético proyecto del diputado Darío Alessandro para investigar el comportamiento de los exportadores con la liquidación de las divisas. Hace poco, en un “evolucionado” acto de política económica, el gobierno comenzó a obligar a los exportadores a que liquiden sus divisas en el mercado único de cambios, creyendo de manera absurda que por decreto se puede “generar” demanda de pesos. Alessandro cree que en un régimen de tipo de cambio libre, si no se le pone a los exportadores la pistola en la cabeza, no liquidarán las divisas. Eso sí, si al segundo siguiente los exportadores compran dólares por el mercado libre fugando lo que previamente ingresaron, al diputado Alessandro no le importa, ése es otro problema porque ya liquidaron. Sería bueno que los miembros de la comisión que decide los candidatos al Premio Nobel de Economía se dieran un paseo por estas pampas donde se darían cuenta que algunos mamíferos también piensan y lo hacen tan, pero tan bien, que a lo mejor merecen el preciado galardón.
Lo que hicimos mal en la última década fue tener un fisco que gastó sistemáticamente más de lo que pudo, endeudó al país hasta atragantarlo de papeles, atrasó el tipo de cambio como loco, hizo una apertura muy trucha como el Mercosur, privatizó de manera monopólica y siguió con el capitalismo corporativo y prebendario que venimos aplicando desde hace por lo menos medio siglo. Si esto es de derecha, izquierda o centro es un problema de segundo orden. Sí es cierto que necesitamos una meritocracia en el gobierno, en el Congreso y en la Justicia. Un auténtico capitalismo competitivo en materia económica basado en el respeto a los derechos de propiedad, apertura comercial y equilibrio fiscal. Este es el camino de países a los cuales nos podemos parecer como Chile y México. Más adelante todavía están Australia y Nueva Zelanda.
Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 30/05/2002