El fin de la convertibilidad

Ley de Responsabilidad Fiscal que se relaja cuando se torna difícil cumplirla, alteraciones a la Ley de Convertibilidad cuando se vuelve incómoda, cambios en la Carta Orgánica para adaptarse a las necesidades de corto plazo, fijación de tasas de interés y de los precios de las terceras monedas, Ley de Intangibilidad de los Depósitos cuyo espíritu se viola a los dos meses, controles de cambio, congelamiento de depósitos. Lamentablemente, Argentina se “sovietiza” y va rumbo a una profundización de la crisis.

Si bien puede resultar algo arbitrario fijar el comienzo de la decadencia argentina hace 70 años, lo que siempre estuvo presente fue el déficit fiscal como instrumento esencial para promover el crecimiento económico. Cuando el mercado de capitales internacional se abría, en el sentido de encontrarse muy líquido, el financiamiento del déficit se hacía con recursos del exterior (endeudamiento o privatizaciones como en los ´90) y la apertura de la economía al comercio internacional en bienes, no se la usaba como una forma de cambiar la función de producción, sino que se hacía una tímida apertura para evitar una tasa de inflación muy alta. Cuando el mercado internacional de capitales se cerraba por cuestiones externas y/o por nuestros disparates de política económica, el financiamiento del desequilibrio fiscal se hacía a través de la emisión monetaria y para que el aumento de la demanda interna no se “perdiera” por las importaciones, se cerraba la economía para reactivar.

Irresponsabilidad

La hiperinflación de 1989 dictaminó la muerte de este último modelo de política económica que, además, estaba rodeado por el intervencionismo estatal permanente, con discrecionalidad, sin reglas, con incentivos perversos para la sociedad donde la irresponsabilidad era la norma de convivencia, controles de precios, de tasas de interés, etc. La convertibilidad nacida en 1991, generó la esperanza de que décadas de déficit fiscal y toda la parafernalia de malformaciones de política económica generadas por decisiones erradas más una economía completamente desconectada del mundo (hecho funcional al modelo) por décadas, iban a desaparecer.

Todo lo contrario. Lo que cambiamos fue la manera de financiar el déficit fiscal pero seguimos insistiendo en la indisciplina presupuestaria. Primero se vendieron todas las empresas públicas ya sea a no residentes o a residentes que financiaban la compra tomando crédito foráneo. Luego comenzamos a endeudarnos en el exterior. Más tarde el gobierno se quedó con todo el crédito doméstico y finalmente terminó defaulteando la deuda ante el fracaso del déficit cero anunciado pomposamente como el plan de la independencia.

Así como la hiperinflación fue un elemento paradigmático que demostró cabalmente la defunción del modelo de déficit fiscal financiado domésticamente con emisión monetaria y una economía cerrada para reactivar, el default de la deuda pública declarado el 01/11/01 es el más claro indicador de la muerte del modelo de déficit fiscal financiado externamente y con una apertura de la economía que no busca una verdadera inserción de la Argentina al mundo sino que es un elemento para evitar demasiada inflación por el déficit público. No se puede decir que una apertura trucha como el Mercosur sea realmente apertura. Es una pieza más de nuestro capitalismo corporativo, populista y demagógico.

Punto Final

En definitiva, el tener déficit fiscal independientemente de cómo se financie y usar a la apertura de la economía para cualquier cosa menos para lo que debe ser usada (importar más para exportar más), es un modelo que murió totalmente. ¿Qué hacer entonces? Lo que correspondería es asumir la defunción del modelo de crecimiento de los últimos 70 años basado en el déficit fiscal y pasar a tener un presupuesto público que maximice el ahorro interno, o sea equilibrio fiscal y respecto de la apertura habría que usarla no con fines antiinflacionarios sino para insertarse al mundo como Dios manda que es abrirse por completo al comercio, para lo cual hace falta un tipo de cambio realista.

Sin embargo, una vez que el modelo de déficit fiscal, economía cerrada y atraso cambiario quedó claro que estaba agotado, Argentina de a poco comienza a “involucionar” al ir para atrás en todo lo poco que se había ganado en la última década. La idea del déficit cero queda claro que no fue una decisión estratégica para maximizar el ahorro interno sino un mero escape a la cesación de pagos abierta ante el corte del financiamiento externo de julio pasado y además, aparece cada vez más deshilachada por la caída en la recaudación y las crecientes resistencias de la corporación política de dejar de usar al gasto público como un instrumento para generar poder en vez de que sean impuestos que vuelven a la sociedad bajo la forma de bienes públicos.

La consecuencia es que volvemos a emitir moneda para financiar el déficit fiscal. Patacones, LECOP, Cecacor, Cecor, Quebracho, Bocanfor, son todas manifestaciones de una misma cosa: en Argentina no habrá ajustes fiscales adicionales más allá de los hipócritas teatros de discusión sobre los “costos sociales del ajuste” a los cuales nos tiene acostumbrada nuestra impresentable clase política por un lado y un gobierno que supuestamente quiere tener equilibrio fiscal e insiste con el déficit cero. Aquí se acabó con la idea de la disciplina fiscal y vamos a un déficit cero cada vez más trucho, bien “a la argentina”: ingresos en pesos+terceras monedas para pagar el gasto primario que no efectivizó en pesos y gastos que probablemente se publiquen solamente en pesos. Burda patraña para engañar a argentinos crédulos para que hagan el “click” consumiendo más y reactivar para durar un poco más.

En cuanto a la apertura de la economía, el consenso es que no hay que devaluar pero hay que recrear un sistema de reembolsos a las exportaciones y aranceles a la importación. En buen romance, una parte importante de los industriales argentinos (la UIA es el paradigma) prefieren tipo de cambio atrasado y cierre de la economía en vez de tipo de cambio alto y apertura porque de esa manera pueden importar bienes de capital e insumos baratos y vender caro sus bienes finales a los consumidores argentinos en vez de tener que competir en el mundo con una protección no distorsiva como lo sería un peso bien depreciado.

Respecto de los controles de precios, hemos vuelto a ellos luego de que varias Provincias comenzaran a emitir cuasimonedas que, para que fueran aceptadas, no tuvieron mejor idea que obligar a los comerciantes a tomarlas al 100% de su valor nominal y que el BCRA fijara un encaje del 100% para aquellos depósitos que estuvieran remunerados con una tasa de interés por encima del promedio del mercado. Se está discutiendo un proyecto en el Congreso para gravar diferencialmente a los que ganaron por encima de un cierto monto en los últimos años y a los que giren dividendos y utilidades al exterior. O sea, acá los mismo políticos que fundieron al país gastando cada peso que se recaudaba en los últimos años no tienen el menor escrúpulo de intentar hacernos creer que los que ganan plata, o peor (vuelta a la xenofobia), los que giran dividendos al exterior son los culpables del fracaso estrepitoso de la convertibilidad. Y para cerrar el círculo de terror, ahora no sólo congelamos los stocks de ahorro de la gente sino que establecemos un control de los flujos a través del “revival” de los controles de cambio, transformando a la economía argentina en una verdadera cárcel con cadena perpetua. Los que ya estaban ahorrando no pueden salir y los que entren nunca más saldrán.

El modelo de política económica de los últimos 70 años de hacer siempre déficit fiscal financiado con emisión de moneda o de deuda pública dependiendo de si el mercado internacional de capitales está cerrado o abierto con una apertura de la economía usada sólo para evitar inflación no da para más. Así como el momento de hacer déficit cero no era el 9 de Julio pasado cuando el gobierno anunció el ridículo Plan de la Independencia sino desde el mismísimo momento del lanzamiento e la convertibilidad en Abril de 1991, ya casi no nos queda tiempo ni margen para cambiar el modelo hacia uno de alto ahorro interno (equilibrio fiscal), mucha apertura de la economía (aranceles mínimos para importar todo a la misma tasa) y un tipo de cambio alto, porque el deterioro económico, político y social es cada vez mayor y puede terminar siendo incontrolable.

Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 04/12/2001

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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