Desde el punto de vista de la evaluación, o sea, de la calificación profesional que puede hacerse de lo poco que se conoce del acuerdo con el FMI, hay que decir que es bueno en el corto y en el mediano plazo. Otro tema distinto es la probabilidad de cumplimiento en el corto de la Ley de Déficit Cero que luce difícil a la luz de la magnitud del ajuste que hay que hacer y las restricciones políticas y sociales que puede enfrentar.
Es bueno porque gracias al anuncio de que el FMI podría desembolsar antes de fines de setiembre u$s5.000 millones para fortalecer las reservas y darle un colchón de financiamiento al gobierno que se había comido en los últimos meses casi todos sus depósitos, hemos logrado parar la corrida bancaria que nos estaba "llevando puestos". No se puede decir que la salida de capitales ha parado de manera definitiva pero por lo menos de manera transitoria sí.
Es bueno que el FMI a instancias del Tesoro americano ponga sobre el tapete la discusión de los niveles de endeudamiento público que tiene Argentina como elemento que frena el crecimiento sostenible y por lo tanto puntualizar la necesidad de bajar el peso de la deuda.
Es bueno porque si Argentina, aún intentando en serio ir a déficit fiscal cero, llega un momento que "tira la toalla" y dice que no puede pagar en las actuales condiciones, no podrá ser acusado de "outsider" por parte del mundo porque el principal país del planeta, con un poder enorme en el FMI, es el que ha puesto de manera explícita el tema de la deuda argentina sobre la mesa. Y al respecto es importante aclarar una cosa. No existe ninguna operación voluntaria y amistosa de deuda pública que permita bajar el peso de la misma sobre nuestra economía, simplemente porque nadie, en condiciones de mercado sería tan estúpido de aceptar un valor presente de flujos de deuda de capital e intereses menor al que tiene hoy.
Lo que sí se puede hacer es mejorar el perfil de vencimientos de la deuda como se hizo con el Megacanje a costa de un empeoramiento en el largo plazo. Pero esto no tiene nada que ver con bajar el peso de la deuda.
Para reducir el peso de la deuda, hay que sentarse con el acreedor y decirle que la deuda en las actuales condiciones es impagable, que necesitamos una quita sobre el valor del capital, plazos más largos, cupones de intereses más bajos, etc. O sea, bajar el peso de la deuda es renegociarla en condiciones que no son ni amistosas, ni de mercado, ni voluntarias sino que están más cerca de ser un Plan Brady que otra cosa. Por lo tanto, cuanto más amistosa sean las operaciones de deuda que haga el gobierno en el futuro, menor será la probabilidad de que el peso de la deuda baje.
Es bueno también que se empiece a discutir una mayor apertura comercial de la economía, porque no cabe duda que más allá del corto plazo que nos tiene tan absorbidos, no cabe duda que el modelo de economía cerrada, endeudamiento externo y atraso cambiario no da más y que es inexorable que en algún momento nos abramos más a la competencia internacional. Lo que sí es incoherente desde el punto de vista técnico, es discutir más apertura y no discutir el tipo de cambio. Es importante que de entrada lo tengamos claro porque sino vamos a cometer disparates del tipo de la convertibilidad, sancionando por ley la fijación del valor de dólar y el mismo tiempo aumentamos el gasto público sin intereses 120% en dólares en una década. Las consecuencias ya son más que contundentes: un Estado fundido, el país fundido, desempleo récord en la historia, pobreza extrema, etc.
El gran problema es el cumplimiento del déficit cero.
En noviembre del año pasado cuando Argentina recibió el Blindaje, se comprometió con el FMI a tener un déficit fiscal en el gobierno federal de $6.500 millones durante 2001 con una meta de $3.100 millones para el primer trimestre. Sin embargo, cuando finalizó marzo, el desequilibrio acumulado desde enero era de $3.100 millones, o sea, $1.000 millones por encima de lo pactado. Hubo que pedir un waiver y para continuar con el programa fue necesario prometer que la meta anual de $6.500 millones no se modificaba y que el desvío del primer trimestre sería compensado en lo que restaba de 2001. Esto implicaba $2.400 millones de déficit en el segundo trimestre y $1.000 millones en los últimos 6 meses del año.
Más allá que Cavallo cometió todo tipo de dislates desde que llegó al Ministerio de Economía por segunda vez en la última década (usó reservas excedentes del BCRA y reservas de los bancos para financiarse, metió la convertibilidad ampliada, el factor de empalme, la discrecionalidad de los planes de competitividad, se peleó con los mercados, no recibió a la misión del FMI en marzo y en materia de cambios impositivos fue una verdadera pesadilla), pretender hacer creer a los mercados que de un déficit mensual de casi $1.000 millones como venía en el primer semestre se pasaba del día a la noche a $170 millones en el segundo con una economía en plena recesión con recaudación impositiva en picada y con anuncios de baja de gasto que no sólo daban vergüenza ajena por lo que se anunciaba (lucha contra la ineficiencia, la burocracia, etc.) sino que tampoco se veía en los números concretos de gasto público, lucía totalmente imposible.
Se comenzó a especular entonces con nuevos y groseros ajustes fiscales que si no eran viables llevarían a la Argentina a la reprogramación de la deuda, la devaluación y la confiscación de los depósitos. De ahí a una corrida bancaria como la que tuvimos, particularmente durante julio y en agosto hasta el martes 21 cuando sale el comunicado del FMI, había un solo paso. Sale entonces Cavallo a anunciar el 10 de julio el déficit cero. Nadie le creyó y la corrida continuó y con más virulencia todavía. Así que tuvo que recurrir al apoyo de quienes él ni siquiera había atendido unos meses antes (la gente del FMI) para lograr la credibilidad que él no conseguía.
Si bien todavía no se conocen detalles del acuerdo (Cavallo se está cuidando mucho de no darlos a conocer para no pelearse demasiado como va a tener que hacerlo particularmente con el tema de la coparticipación), es obvio que el FMI nos apretó con una "morsa" para tomar todos los recaudos posibles de que cumpliremos la promesa de pasar de un déficit federal de $11.500 millones anuales a 0 de golpe.
Respecto de este punto y como puede verse en el cuadro adjunto, para pasar en el gobierno federal de $11.500 millones anuales a 0 la baja de gasto público tiene que ser del 51%. Esto implica que en algunos trimestres como el que estamos transitando con 13% puede alcanzar y en otros como el que viene se necesita casi 60%. En las provincias deficitarias para que lleguen a déficit 0 el ajuste tiene que ser del 17% y a nivel consolidado de $15.000 millones, o sea, 5,5%. Un esfuerzo realmente bestial que, en un contexto de nula entrada de capitales profundizará en el corto plazo la recesión, la caída de la recaudación y la necesidad de volver a insistir con más baja de gasto público, cosa que pone muchas dudas sobre su sostenibilidad desde el punto de vista técnico, político y social.
En definitiva, sin que nada sea inexorable, es bueno que con el acuerdo con el FMI se haya parado la corrida, se sientan las bases para el mediano plazo de Argentina consistentes en la posibilidad de renegociar la deuda con el FMI y el Tesoro americano detrás y una verdadera inserción de nuestro país en el mundo a través de mayor comercio y menos deuda. El corto plazo es otra historia totalmente distinta a lo discutido con el FMI y el Tesoro americano para el largo plazo, porque Argentina en poco tiempo puede desbarrancarse por la tensión insoportable que puede significar el cumplimiento del déficit cero.