Fiel a sus características superficiales, la política en Argentina vive de frases hechas y al mismo tiempo vacías y ridículas. Recordar la famosa “con la democracia se come, se educa, se cura” de Alfonsín que terminó yéndose por la ventana, la de “vamos a pulverizar el desempleo” de Menem cuando fue él quien provocó el desempleo más alto de la historia de nuestro país, la de “el déficit fiscal servirá para crecer” del Presidente De la Rúa cuando estamos peleando el fantasma de la cesación de pagos gracias al blindaje. Otra no menos falaz y dañina ha sido la de que “durante la convertibilidad Argentina ha tenido enormes ganancias de competitividad”. Esta tiene infinitos autores que forman parte del séquito de cortesanos que sin mirar un número con alguna cuota de decencia hablan por hablar.
Lamentablemente, Argentina no sólo es menos competitiva hoy que hace 40 años sino que casi no tuvo ganancias de competitividad durante los 10 años de convertibilidad a pesar del “guitarreo” permanente en el sentido contrario.
El concepto de productividad hace referencia al número de unidades de producción de lo que sea (PBI, industria,
servicios, agro) por unidad de factor de producción utilizada para generar esa unidad de producto. A su vez, los factores de producción son tierra, capital físico, capital humano (educación) y trabajo físico. Entonces, uno podría hablar de la productividad de cada factor de producción dividiendo las unidades de producción por la cantidad de cada factor utilizada y también podría hablar de la productividad en el complejo de factores (el famoso “residual” de Solow) que pretende establecer, por ejemplo, cuánto del crecimiento del producto per cápita u obrero ocupado obedece a mejoras en la eficiencia con la cual se usan los factores de producción y no a la incorporación de unidades adicionales de los factores de producción.
O sea, bien podría ocurrir que el producto por obrero ocupado creciera por la incorporación masiva de capital físico y no por una mayor eficiencia en el uso de los factores de producción existentes. Sería esperable que al aumentar el stock de capital, también aumente el producto por obrero ocupado, pero este hecho no obedecería a que hay mayor eficiencia en cómo se combinan los factores sino a que hay más oferta de otro factor de producción: el capital.
Productividad
Desde el punto de vista conceptual, para analizar los determinantes del tipo real de cambio en el largo plazo, una
de las cosas que importa (las otras son la situación fiscal,
los términos del intercambio y la deuda externa neta) es la productividad en el complejo de factores de producción del sector transable respecto de la productividad, también en el complejo de factores, pero del sector no transable (este concepto se llama “competitividad”). Una vez realizada esta medición habría que ver el mismo concepto en los países con los cuales comercia el país en cuestión.
O sea, para analizar la sostenibilidad del tipo real de cambio de Argentina que está detrás del 1×1 importa la productividad
en el complejo de factores de producción de Argentina, respecto de la productividad en el complejo de factores de Brasil, EE.UU., Europa, Chile, etc. Argentina bien podría tener ganancias de productividad (definidas como antes se lo hizo), pero si los demás países lo hacen más rápidamente, estaríamos perdiendo posición competitiva, con lo que quedaría cuestionada la sostenibilidad del tipo real de cambio en el largo plazo.
Así como del dicho al hecho hay un largo trecho, desde la teoría hacia la práctica también. Por eso, la literatura sobre econometría aplicada a los problemas de sostenibilidad de los tipos reales de cambio es usual que mida la competitividad de una economía como la diferencia en las tasas de crecimiento del producto industrial por obrero ocupado de la economía en cuestión respecto de economías con las cuales comercia ponderada por el peso del comercio que cada una tiene.
Cuando se hace un análisis de estos números para la Argentina en los últimos cuarenta años se llega las siguientes conclusiones.
1) Hoy somos menos competitivos en 2,9% que hace 40 años, algo así como que haberle dado computadoras a los argentinos fue lo mismo que dárselas al “Hombre Mono” que usaría a la pantalla del monitor para ver cómo le queda el taparrabos pero jamás para hacer un clic en Internet.
2) Los cuarenta años que van desde 1960 hasta el 2000, presentaron crecimiento en la primera (los ´60 con 12,7%) y última década (´90 con 6,6%) y caída por dos década de manera continuada, la del ´70 (-9,8%) y la del ´80 (-13,6%).
Los ´60 fueron los años del desarrollismo que comenzó a finales de la década del 50 con los grandes planes de Frondizi que se caracterizaron por la gran incorporación de capital de las empresas internacionales en el marco del plan de sustitución de importaciones (típico caso de crecimiento de la productividad por obrero gracias a la incorporación de capital) y que además de algunas cosas buenas, hubo otras muy malas que sirvieron para profundizar el capitalismo corporativo, prebendista y populista (el gasto público explotó, subió 53% en dólares entre 1961 y 1970) que ya venía desde hacía muchas décadas y los ´90 fueron los años de la “burbuja” llamada convertibilidad.
Hiperinflación
La década del ´70 fue la del Rodrigazo, lsabelita, el Proceso. No alcanzan las palabras para explicar el desastre que fueron esos 10 años. Obviamente que alcanzan menos para describir los ´80. Ahí tuvimos la hiperinflación. Con ese dato está todo dicho y más aún, durante esa década la competitividad experimentó los mínimos niveles históricos: 1985 y 1989.
3) Supongamos que nos queramos poner del lado de algún trasnochado que sea fanático (si es que todavía queda alguno)
de lo que se hizo durante los 10 años de convertibilidad y quitamos así a la nefasta década del ´80 de la serie.
Obtenemos entonces un nuevo año 2000 (2000´ en el gráfico adjunto) sin la caída de los ´80. Aún en este caso, el 2000 estaría por debajo de 1970 (20 años atrás) en 5,6%. Sin duda y a pesar del voluntarismo de muchos, la performance competitiva dentro de la convertibilidad fue muy pobre porque no sólo no alcanzaron para recuperar las pérdidas de competitividad de las 2 décadas anteriores, sino que no se recuperó ni las pérdidas de competitividad de los ’70 (la menos peor).
4) Dentro de la convertibilidad (cuarto trimestre del 2000 contra primero del 91) las ganancias de competitividad son de
la insignificante cifra (teniendo en cuenta la “orgía” de entrada de capitales, privatizaciones, “take over” de empresas extranjeras, etc.) de 5,5%, lograda entre el cuarto trimestre de 1991 y el primero del mismo año cuando la competitividad creció 8,6%.Desde ahí en adelante (ya han transcurrido 9 años), la competitividad viene “ciclando” entre 1,8% y 3,7% respecto del nivel del cuarto trimestre de 1991. En particular en el 2000 la caída fue de 2,8%, respecto de dicho trimestre.
5) Los últimos 2 años y medio (segundo trimestre del 98 hasta el cuarto del 2000) han sido los peores desde que se puso en marcha el plan de convertibilidad. La competitividad se derrumbó 4,4%, caída que es mucho más profunda de lo que lo ocurrió durante el Tequila cuando cayó 2,8% entre el tercer trimestre de 1995 y el cuarto de 1995.
Los resultados mostrados antes son espeluznantes, pero son peores todavía si se tiene en cuenta que el tipo real de cambio se atrasó 87% (cuarto trimestre del 2000 respecto del primero del 91) desde que se puso en marcha el 1×1. Es como que hubiéramos estado presenciando una pelea entre Pulgarcito (las ganancias de competitividad) y el gigante Golliath (el atraso cambiario).
¿Porqué semejante asimetría entre el atraso cambiario y la competitividad?
Entre muchas, habría que resaltar la poca apertura de la economía que es el Mercosur. No se puede mejorar demasiado compitiendo con un par. Para ser grande en serio hay que competir con los grandes. Otra causa es la política fiscal que nos llevó en el 2000 a la cesación de pagos de la cual salimos gracias al blindaje y atrasó al tipo de cambio de manera fenomenal durante la convertibilidad.
No se entiende entonces la vehemencia con la que el Gobierno muestra al blindaje como un premio, cuando en realidad es un salvavidas (¿de plomo?) para financiar el mayor déficit fiscal contemplado en la nueva Ley de “Irresponsabilidad” Fiscal con lo que atrasaremos más todavía el tipo de cambio y la tibieza con la que hasta ahora mira al ALCA.
Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 13/02/2001