Maquiavelo decía en El Príncipe: Cuando se prevén los peligros (y éste es el privilegio de los prudentes), pronto se conjuran, pero si, desconociéndolos, se los deja crecer de modo que nadie los advierta, son irremediables.
Difícilmente esta frase sea más ajustada a la realidad argentina de los últimos 10 años. Cuando la economía volaba durante los primeros años de la Convertibilidad, muy pocos prudentes advirtieron que una parte substancial de la expansión tenía un origen insano. Esa parte era aquella que tenía que ver con un crecimiento espectacular del gasto público financiado externamente (privatizaciones y deuda pública), provocando un aumento de demanda a través de gasto corriente, atrasando el tipo de cambio, aumentando nuestra dependencia y vulnerabilidad a los shocks internacionales y metiendo la semilla de la futura cesación de pagos. A los pocos prudentes que advirtieron los peligros, se los tildaba de antipatrias y aguafiestas, cuando en realidad era cuestión de sentido común opinar de lo insano que era crecer en base a endeudamiento externo para financiar salarios y jubilaciones públicas.
Diagnóstico
Entonces, y parafraseando a Maquiavelo, se desconoció el peligro (fiscal) y las consecuencias fueron irremediables. Argentina, como nunca dentro de la convertibilidad, está al borde del default, además de haber atrasado el tipo de cambio más que con Martínez de Hoz y haber generado el desempleo más alto de nuestra historia. Pero el diagnóstico mayoritario, compartido por los políticos (obvio) y gran parte de los economistas y de la dirigencia empresaria, es que las dificultades económicas y financieras no fueron provocadas por una política fiscal irresponsable sino por la sumatoria de varias crisis externas (Tequila, Asia, Rusia, Brasil y el desplome de los precios de nuestras commodities agrícolas) que le impidieron a la Argentina continuar creciendo a una tasa del 7% anual. Ante esta argumentación, uno se pregunta: ¿por qué Chile no sufrió como nosotros las mismas crisis externas? La respuesta es simple: Porque su política económica fue mucho más sana. Eligió la difícil de abrirse en serio al mundo con aranceles bajos y uniformes (nosotros elegimos el currito del Mercosur), tipo de cambio alto (nosotros lo atrasamos como nunca en la historia) y déficit fiscal casi 0 (nosotros tenemos 5% del PIB). ¡Echarle la culpa a las crisis externas es una falacia digna de mentirosos o ignorantes!
Según este diagnóstico, para volver a montar a la economía sobre esa tasa de crecimiento potencial (presuntamente garantizada por las reformas promercado realizadas desde 1991), no haría falta nada más que reiniciar el circulo virtuoso con un mayor déficit fiscal financiado (ante el cierre de los mercados voluntarios) con el blindaje (nuevo eufemismo por salvataje). Todo muy keynesiano, voluntarista e irresponsable.
La solución keynesiana al desempleo era aumentar el gasto público precario (emplear gente para hacer pozos y volverlos a tapar), sin reparar en la eficiencia y las consecuencias de largo plazo (en el largo plazo estamos todos muertos). La nueva política fiscal responde a la misma lógica: mantengamos el gasto primario (a un nivel insostenible luego de haber sido aumentado en $ 40,000 millones desde 1991) aunque el déficit crezca explosivamente, pues de lo contrario contribuiríamos a una mayor recesión. Las consecuencias no serán otras que perpetuar un peso insoportable para el sector privado y mantener latente la perspectiva de un default, eliminando toda posibilidad de crecimiento sostenible.
El enfoque es voluntarista por varios motivos. Ante todo se asegura que el blindaje será suficiente para conjurar el peligro de default y para iniciar el crecimiento económico. Y la verdad es que, a pesar del compromiso de los $ 35,000 millones avalado por el FMI, todo está prendido con alfileres. Por ejemplo, ¿Qué asegura un comportamiento adecuado de otras fuentes de financiamiento externo?; ¿Se mantendrán las líneas de financiamiento al comercio exterior?; ¿Habrá más o menos Inversión Extranjera Directa en el 2001?; ¿Las empresas y bancos privados podrán renovar al vencimiento sus obligaciones negociables?. O sea, por más que el financiamiento externo al sector público esté cerrado, no hay ninguna seguridad que el comportamiento del resto de la cuenta capital permita crecer en el 2001. Pero también existen dudas sobre el cumplimiento de los compromisos del blindaje. Por ejemplo, ¿Qué instrumentos tiene el Estado para obligar a los bancos a cumplir con el compromiso de renovarle los títulos al vencimiento?; ¿Cómo harán los bancos para renovar las colocaciones si continúa la caída de depósitos?; ¿Podrán los bancos cancelar crédito al sector privado para seguir financiando al sector público? Si fuera así, la recesión se profundizaría más todavía.
Finalmente, aún cuando las dudas anteriores se despejen y la suerte nos acompañe en el futuro inmediato con bajas de tasas en USA, revaluación del Euro y aumento de las commodities, la pregunta relevante pasa a ser la sostenibilidad de este modelo en el mediano y largo plazo. El déficit en el 2000 será de alrededor de $ 7,000 millones según las mentirosas cifras oficiales pero alrededor de $ 13,500 millones cuando hagamos un cálculo correcto corrigiendo por la contabilidad creativa e incluyendo las provincias y las emisiones de bonos por deuda vieja. En el 2001, por los aumentos de intereses y las bajas de impuestos, el resultado esperable es un déficit de $ 15,000 millones (¡sin computar el déficit oculto en el plan de infraestructura!). Con la deuda y los intereses creciendo de una manera explosiva, ¿cómo pretendemos financiar el déficit del 2002 y años siguientes?
Irresponsabilidad
La solución de los keynesianos ofertistas (según la Academia, nuevo y peligroso espécimen de economista que, por congraciarse con su clientela empresaria y/o política, propugna bajas de impuestos en presencia de niveles de gasto y de déficit insostenibles) viene por el lado del crecimiento. Si la economía crece 10% el primer año y 7% en los años siguientes y el gasto primario se congela tal como se comprometió, el déficit se reducirá con el crecimiento de la recaudación. ¿Puede alguien en su sano juicio creer que la tasa de crecimiento potencial de Argentina es del 7% con el atraso cambiario que tenemos, sin rentabilidad empresaria y con un capital humano de muy bajo crecimiento, consecuencia de una pésima educación pública?
La apuesta es por lo tanto irresponsable. En el mejor de los casos, el blindaje evita el default por un tiempito. Es la apuesta del que ya está jugado: Redoblemos la apuesta, ganemos tiempo, mientras tanto quizás un golpe de suerte nos salve, aunque sea por otro rato. Total si la estrategia fracasa, $15,000 millones más de deuda no empeorarán las consecuencias. Pareciera que el gobierno y el FMI (ahora liberado de su anterior rol de defensor de los intereses de los acreedores) comparten una apuesta que si sale mal, creen que el costo lo pagarán solamente los acreedores privados que prestaron irresponsablemente, atrapados en una reprogramación de la deuda. Ojalá fuera tan simple. Pero las consecuencias del default pueden ser para la economía tan graves como las de la hiperinflación. Los bancos no resistirían una corrida de depósitos, el crédito al sector privado colapsaría, el desempleo explotaría y la devaluación seria inevitable. Si esto ocurre, los responsables de este modelo argumentarán que el problema fue político….cuando desde el inicio fue un esquema insostenible de crecimiento en base a deuda.
Para volver a una senda de crecimiento sostenible, primero el estado debe ser solvente y la competitividad debe restaurarse. Para que el Estado sea solvente hay que eliminar el déficit fiscal. ¿Quién debe hacer el esfuerzo? La única manera de compatibilizar el ajuste fiscal con la restauración de la competitividad sin tocar la paridad cambiaria, es que el ajuste lo haga el gasto público. Y que el ajuste sea lo suficientemente importante como para cerrar el déficit y para bajar impuestos que mejoren la rentabilidad y la competitividad. El sector privado ya hizo demasiado al haber generado u$s 40.000 millones anuales de mayor recaudación durante los últimos 10 años, para que los políticos se lo gastaran todo. Sin duda alguna que el ajuste lo debe hacer la política y su clientela. Es lo que corresponde desde una lógica económica, desde un punto de vista ético y porque además la palabra del Presidente ha quedado empeñada desde la campaña cuando dijo que esta vez el ajuste lo iba a hacer la política, cosa que hasta ahora fue una mentira más. No podemos ser tan chantas de pretender que aquello que nos llevó a la casi cesación de pagos (el déficit fiscal) ahora, por el mero hecho de que el Estado haya conseguido un blindaje, sea la clave para crecer. Mentira, el mayor déficit fiscal que se ha consagrado por ley con el nuevo Presupuesto y con la nueva Ley de “Irresponsabilidad” Fiscal (cuyas promesas a futuro ya nadie cree), implica en el mejor de los casos, pan para hoy y caos para mañana. La clase política nos está tomando el pelo a aquellos que pagamos impuestos para que ellos existan: el gasto público, luego que aumentó u$s 40.000 millones desde el lanzamiento de la convertibilidad y puso al país al borde de la cesación de pagos, no baja nunca, pero el gasto del sector privado sí ha sido el pato de la boda, ajustándolo con impuestazos, deflación y desempleo.
Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 20/12/2000