El país creará empleo después de otra crisis

Si se juzga al Plan de Convertibilidad por el tipo y nivel de discusiones que se están dando en la Argentina de hoy, menos de diez años después de la hiperinflación, se lo podría llamar “Manual de la Mala Praxis Económica”, salvo por las privatizaciones y la desregulación de mercados.

Hemos perdido la oportunidad de tener un Estado solvente dado que hoy está más quebrado que en 1991. El Estado vuelve a ser puesto por un gobierno como el “jefe” del crecimiento económico, generando los más “rancios” negocios prebendarios cuando se mira el Plan de Infraestructura, cosa que ya parecía desterrada luego de la hiperinflación. El Estado vuelve a ponerse en el papel de gran “empleador” ante la anemia del sector privado para generar puestos de trabajo que, por definición, serán de nula productividad. Los políticos de la oposición y los sindicalistas que se callaron la boca hipócritamente durante 10 años con el desempleo y los problemas sociales, hoy se rasgan las vestiduras por lo mal que la pasa la gente. Conociendo los costos de eficiencia que tiene cerrar la economía a la competencia internacional, cada dos por tres hay avances hacia la prehistoria económica.

En particular, con el tema del empleo hay que puntualizar que Argentina convive con 2.000.000 de personas sin trabajo desde hace más de 6 años y con el desempleo más alto de su historia, paradójicamente con el plan económico que más hizo crecer al país en un siglo. Una cosa de locos que sin dudas obliga a estudiar bien un tema que es complicado y espinoso a la vez. Veamos cuáles han sido los factores que han producido la estrafalaria y lamentable cifra de más de 15% de personas en condiciones de trabajar, sin trabajo.

1) La política fiscal desde 1991 ha sido directamente demencial y de una irresponsabilidad única. Es imperdonable que habiendo privatizado todo, echado a miles de empleados públicos del Estado y puesto a las alícuotas impositivas en niveles salvajes, estemos hoy con dificultades para pagar la deuda pública.

El motivo de este drama es que el gasto público aumentó $40.000 millones en los últimos 10 años (120%) todo financiado con endeudamiento externo que hizo “volar” el crecimiento económico y a la inflación doméstica también. Recordemos que Argentina tuvo tasas de inflación internacionales recién a mediados de 1994. Hasta ahí, el promedio anual de aumento de precios anduvo en el 50% anual que era 50% anual en dólares, cosa absolutamente loca en principio porque todos los elementos de inflación inercial habían sido removidos en abril de 1991 junto con la sanción de la Ley de Convertibilidad. Lo que la inercia inflacionaria no pudo, sí fue capaz la ignorancia sobre la relación entre política fiscal, su financiamiento y el tipo real de cambio. La elevada inflación que sufrió la convertibilidad hasta casi la llegada del Tequila, toda transferida a los salarios nominales merced a los “solidarios” sindicalistas, encareció a la mano de obra (75% en el gráfico adjunto) tanto como a los helados y a los cortes de pelo. Una mano de obra cara y de baja productividad, sin duda era y es un aliciente a no contratar trabajo.

Y aquí aparece un tema que es el cambiario o, lo que es lo mismo, la evolución de los salarios en dólares (ver gráfico adjunto). En Argentina desde abril de 1991 parece que nos hubieran hecho una “lobotomía”. Dado que pasamos por la hiperinflación cuyo símbolo fue el dólar loco que iba siempre para arriba (nunca en la historia el tipo de cambio estuvo tan depreciado como en la híper) y dado que teníamos una ley que fijaba la paridad nominal entre el dólar y el peso en uno por uno, ya no había que hablar más de los precios relativos. Hacerlo era una herejía y de mal argentino. El dólar pasó a ser algo “sacro”. Cosa rara porque si en una economía hay n bienes, existen n-1 precios relativos de los cuales el dólar es uno de ellos.

Asimétrico

En realidad, la cosa debería haber sido al revés. Dado que (como se decía antes) “habíamos cerrado la jaula y tirado la llave”, más que nunca deberíamos haber prestado atención a cómo el tipo de cambio se iba atrasando en vez de nunca hablar del tema porque todo lo relacionado con el tema cambiario es asimétrico. Es lindo atrasar el tipo de cambio cuando se está en boom de crecimiento del producto, el consumo, se ganan elecciones por robo, etc. Pero cuando la cosa se da vuelta, o sea, cuando hay que empezar a depreciar, se largan lágrimas de sangre como está pasando ahora y dado que hay una tendencia natural en los gobiernos a no aceptarlo y más aún, se insiste en una salida hacia delante tratando de “inflar” un poco más, ahora vía la obra pública y no ya más a través del consumo público corriente como fue la primera etapa de la convertibilidad, todo se complica más de la cuenta. Sobre llovido, mojado.

Entonces, una cosa que ha quedado clara de este “experimento” llamado convertibilidad es que no sólo importa el gasto público financiado con emisión monetaria sino que el gasto público financiado con entrada de capitales (privatizaciones más deuda pública externa), también importa. En definitiva, importa el gasto público financiado con dinero “outside” que es lo que “infla” y atrasa el tipo de cambio, sean billetes emitidos por nuestro banco central o los emitidos por el tío Greenspan. Y más aún, hasta el gasto público financiado con impuestos es anicompetitividad.

2) Además del aumento de los salarios en dólares (atraso cambiario) que ya era un germen lo suficientemente importante para generar desempleo, hay que sumarle los impuestos al trabajo que se mantuvieron muy altos y los siguen siendo durante toda la convertibilidad. Claro, había que mantenerle la “caja” bien resguardada a los pobres sindicalistas, no vaya a ser que se murieran de inanición. Sumado a esto, hay que agregar que le desregulación “tibia” del mercado laboral comenzó desde el Tequila cuando ya el desempleo era de más del 18% y no desde el mismo momento del lanzamiento de la convertibilidad para darle consistencia lógica a la regla cambiaria del uno por uno.

3) La apertura de la economía es y seguirá siendo un problema porque nunca fue pensada como una apertura en serio para integrarnos al primer mundo sino más bien como una pata más del corporativismo y prebendismo típicos de la
Argentina “disfrazados” de apertura de la economía. Claro, respecto de una Argentina en autarquía como la de los ´80, sin dudas que lo que se hizo en la Convertibilidad es meritorio. Pero desde el “deber ser”, abrir la economía hubiera implicado ir a un arancel promedio del 6%/7% uniforme y generalizado, o sea, que todos los sectores pagaran un arancel de importación bien bajo y que todos pagaran el mismo nivel.

No se hicieron así las cosas. El arancel externo promedio hoy es del 14%, con los sectores que son capital intensivos gozando de protecciones efectivas muy superiores al 14% dado que los aranceles para importar bienes de capital andan entre el 3% y 5%. Con impuestos al trabajo del orden del 30% y con salarios en dólares que ya superan en 65% los que existían al principio del Plan de Convertibilidad, la cuenta para el empresario ha sido y es fácil: sustituir mano de obra por capital. Lo más insólito de todo es que cada vez que se anuncia desde el Gobierno con bombos y platillos un nuevo plan proexportador siempre contiene algún elemento de fomento a la importación de bienes de capital. Entonces tengámoslo claro. A lo mejor los planes proexportadores aumentan las exportaciones, pero otra cosa totalmente distinta es que las mayores exportaciones generen más empleo. Exportaciones y empleo son dos “animales” totalmente distintos. Para hacerlos “jugar” juntos hay que pensar un poco.

Es claro entonces que además de haber ido a una pseudo apertura comercial, fue técnicamente mal hecha al introducir mucha protección efectiva a los sectores capital intensivos o más aún, inducir desde la política comercial a una sustitución artificial y distorsiva de mano de obra por capital en toda la economía, cosa que no tiene nada que ver con el abaratamiento del costo del capital que hubo después de abril de 1991 por la caída del riesgo país. O sea, hemos tenido una pobre apertura comercial y además distorsiva, típica de un desarrollismo que podía ser opinable en los ´60 pero que en la globalización de los ´90 luce disparatado.

Seguramente, la apuesta de los que pusieron en marcha a este verdadero “Bebé de Rosemary” en el que se ha convertido la convertibilidad (¿lindo de juego de palabras, no?) fue la de “inflar” la economía vía aumento del gasto público financiado con entrada de capitales externos y que la “capitalización” vía una política comercial protectiva de los sectores capital intensivos permitiera ganancias de competitividad (aumento del empleo) que compensaran el atraso cambiario provocado por el “expansionismo” fiscal. El fracaso ha sido total.

Después las cosas comienzan a mezclarse porque se bien todavía la economía es cerrada porque la apertura es poca, el atraso cambiario que existe es tan grande que da la sensación de que la apertura es infinita. Luego todo se complica más todavía porque si el problema es el atraso cambiario ¿hay que devaluar? No. Pero algo hay que hacer porque con más Planes Trabajar de ninguna manera salimos.

Al desempleo se lo combate con crecimiento pero del sano, no el de “anabólicos” que viene con el gasto público como piensa el Gobierno. El crecimiento no va a venir sino se despeja un fantasma del cual no se quiere hablar pero sobrevuela: la cesación de pagos de Argentina. Los intereses de la deuda pública a este paso serán de $14.000 millones en el 2001 y de casi $20.000 millones cuando De la Rúa esté cerca de finalizar su mandato. Imposible de pagar y esto se sabe. Por lo tanto, cuanto antes hagamos una baja de gasto público de $10.000/$15.000 millones mejor y de paso eliminemos el federalismo fiscal y que cada Provincia se arregle con lo que recauda a nivel local. Si no, el tipo de cambio sólo, se encargará de hacer todo esto con mucho más dolor.

Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 28/07/2000

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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