Por lejos, la convertibilidad es el período de mayor recaudación de impuestos de los últimos 30 años. Esto no sólo se debe al formidable crecimiento de la economía sino a que también, la presión impositiva formal, se encuentra en niveles “salvajes” desde el punto de vista histórico.
Desde 1970 (ver el gráfico adjunto), hemos tenido cuatro puntos de inflexión en la recaudación total de impuestos.
Un primer mínimo fue 1975 como consecuencia del “Rodrigazo”. Luego vino el fin de la “Tablita” en 1981, seguida por un paupérrimo desempeño de la economía que siguió hasta 1983 cuando se produjo el advenimiento de la democracia. En tercer lugar, viene todo la recuperación del “Austral” que finaliza en 1986 y por último, 1990, marca un nuevo mínimo cuando todavía el fin de la hiperinflación parecía una quimera.
Ya dentro de la convertibilidad hay 2 etapas bien marcadas: una de suba y otra de caída. Entre 1990 y 1993, la recaudación crece 6,5% del PBI (2,1% del PBI acumulativo anual en tres años), desde 15,1% del PBI hasta 21,6% del PBI y a partir de allí y hasta hoy hemos perdido casi 3,0% del PBI fruto de una caída de 2,0% del PBI en la recaudación previsional (por las bajas de aportes patronales que comenzaron en 1994 y el traspaso de aportantes desde el sistema de reparto al de capitalización luego de la privatización del sistema) y 1% del PBI en la recaudación de tributos (IVA, Ganancias, Combustibles, etc.). Entonces, si la recaudación aumentó 3,5% del PBI dentro de la convertibilidad, quiere decir que la elasticidad recaudación-impuestos ha sido de 1,3 ¡qué más se puede pretender!
De todas maneras, es verdad que cuando se compara la recaudación de impuestos en términos del PBI de Argentina con países de similar grado de desarrollo, da la sensación que la cultura evasora autóctona es grande. Pero al respecto caben varios comentarios.
El primero es ¿quién dijo que el PBI de Argentina está bien calculado? Hay que recordar que en 1992 cuando se cambió de “base” desde 1970 hacia 1986 y para el mismo período, había una diferencia de casi 40% entre ambas bases que jamás fue explicado con detalle cuando en realidad debería haberse escrito un “libro” para justificar cómo un “teórico” cambio de precios relativos generaba 40% más de valor agregado (en ese sentido y para ser justos, es excelente el trabajo recientemente elaborado por la Dirección de Cuentas Internacionales del Ministerio de Economía publicando los nuevos números externos de Argentina desde 1992).
Además, son incesantes y hasta groseros los “dibujos” en materia fiscal para cumplir con el FMI. Al respecto vale citarse como ejemplo bien reciente que en enero de 1999 de los u$s 2.010 millones en efectivo por la venta de las acciones que el Estado mantenía en YPF, u$s 532 millones fueron contabilizados como si fueran impuestos, cuando en realidad es una privatización aquí y en la China. Por otro lado, cuando se necesitaron exportaciones de más en 1998 para estar bien cerca del compromiso de déficit comercial con el FMI, aparecieron u$s 700 millones de la nada y jamás se explicó nada, más allá de una insignificante nota de pie de página en el comunicado de Comercio Exterior.
O sea, ¿quién cree que la información oficial, salvo honrosas excepciones, es cristalina como para pensar que el PBI oficial es realmente el PBI de Argentina y no el PBI que al poder político de turno se le ocurrió y afirmar de manera contundente que haciendo un “cross section” nuestro país recauda menos que otros de similar grado de desarrollo y que por lo tanto la evasión impositiva es grande?
Segunda cuestión. El sentido de pagar impuestos es que exista un Estado que provea bienes que si fueran prestados por el sector privado se los haría en un nivel subóptimo. Este es el caso de los bienes públicos como salud, educación, justicia, seguridad, defensa exterior, etc. Pregunta: ¿está toda la sociedad, viendo la extravagante cantidad de plata que gasta el Estado y lo mal que la asigna, contenta con cómo le vuelven como bienes públicos los impuestos que paga?
Al respecto, es importante tener en cuenta que en el presente el Estado gasta u$s 30.000 millones más de erogaciones primarias (gasto público sin intereses de la deuda) que antes del lanzamiento de la convertibilidad y solamente 10% del PBI menos que en los peores años de la década del 80, reducción que se debe exclusivamente a la desaparición de las empresas públicas que, dicho sea de paso, tienen como contrapartida la generación de rentas monopólicas en el sector privado.
En tercer lugar, cuando se hacen los cálculos de la evasión que existe en Argentina y se deduce así el potencial recaudatorio, ¿quién dijo que esos impuestos evadidos serían recaudados?
Es muy probable que en muchos casos la evasión sea la única alternativa de sobrevivir a un cambio estructural impactante como el que ocurre desde hace casi 10 años en un contexto de fuertes distorsiones de precios relativos y gasto público que nadie ve que le vuelva en verdaderos bienes públicos como para tener incentivos a pagar impuestos. Por lo tanto puede ocurrir que la alternativa para el “policy maker” sea ¿impuestos o desempleo?
En cuarto lugar, el régimen impositivo actual y más, luego de la última reforma impositiva es directamente “kafkiano”, nadie lo entiende bien y eso es una tentación permanente para evadir. Todo proyecto impositivo futuro debería pensar en la simplificación y en la reducción de alícuotas como condiciones necesarias para que sea pagable, aunque para esto último sea necesario mucho valor político porque requiere de una baja grosera del gasto público muy superior a la pactada con el FMI para 1999.
Finalmente, hay cuestiones de estrategia macroeconómica que deben ser tenidas en cuenta cuando se lanza una reforma impositiva como la que rige desde 1999. En un contexto donde la fuerte apreciación real del tipo de cambio, que viene desde el lanzamiento mismo de la convertibilidad y acelerada recientemente por una caída en los precios de nuestros principales commodities de exportación del orden del 25%,
no es transitoria y donde los números externos de Argentina muestran para 1999 el 5º mayor déficit en cuenta corriente
(4.4% del PBI) entre los 30 países en desarrollo más importantes, suena poco “inteligente” una reforma impositiva
que al gravar relativamente más a los sectores más endeudados
y con más activos fijos como el campo y la industria, aprecia más todavía el tipo real de cambio.
Nota Original: ÁMBITO FINANCIERO | 03/05/1999