El modelo de política económica de Argentina sigue siendo, básicamente, inconsistente y difícil de sostener. Por un lado, gasto público todo lo alto que se pueda financiado con impuestos procíclicos (IVA y Ganancias) y cuando éstos no alcanzan se usa, también al extremo (gracias a la enorme liquidez internacional que existe desde 1991), el endeudamiento externo para maximizar el nivel de actividad. Por otro, legislación laboral que obliga a que los ajustes pasen por el nivel de empleo en vez de por los salarios nominales.
Independientemente de quién los genere (sector público o privado) y contra qué se producen (consumo o inversión), los déficits en cuenta corriente de la balanza de pagos siempre importan dado que no son más, ni menos, que la contrapartida del endeudamiento externo neto que hace un país con respecto al resto del mundo, o sea la entrada de capital.
Esta última variable es extremadamente volátil y para un país pequeño en particular, es exógena, o sea: no está bajo su dominio, no la puede manejar. Por lo tanto, el mantener una mirada atenta sobre su nivel y sostenibilidad en el tiempo, es un deber que todo Ministerio de Economía debe cumplir.
La “historia oficial” de la convertibilidad, vista desde la identidad macroeconómica básica, es que el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos no importaba en absoluto porque se generaba por el comportamiento optimizador del sector privado y no por el déficit del sector público dado que éste estaba en equilibrio (en el cuadro adjunto puede verse que el déficit fiscal oficial promedio anual en el período 1992-1996 fue de 0,6% del PBI).
Una economía con semejante ortodoxia fiscal ¿cómo es posible que, luego de la devaluación mexicana, haya experimentado una recesión de 4 trimestres consecutivos, la casi caída del sistema financiero y de la convertibilidad y aumentar, desde octubre de 1994, la tasa de desempleo en un 50%?
Para ser consistentes con la historia oficial, si no fue el sector público el que provocó la baja tasa de ahorro nacional, que es lo que siempre está en la base de las dificultades para sostener la tasa de crecimiento, entonces en algo se “equivocó” el sector privado: o consumió demasiado o invirtió en exceso en el sector productor de bienes no comerciados.
Algo de esto hay pero no por el lado del consumo. En el período 1992-1996 el PBI creció al 5,1% anual, el consumo al 4,6% y la inversión al 11,1%. Si para inferir qué sector (comerciado o no comerciado) fue más importante en la generación de inversión, se utiliza como estimador a las importaciones de bienes de capital durante el período, se llega a la conclusión de que el sector que más invirtió fue el productor de no comerciados (se podría concluir lo mismo solamente con una dosis mínima de lectura de los diarios del período).
¿Por qué invirtió tanto el sector productor de no comerciados?. Más allá de la enorme reducción del costo del capital en todos los sectores por la caída del riesgo país, el sistema de precios es el que determina todas las decisiones privadas, por lo tanto, la “señal” que desde éste se le dio a los agentes privados fue de que el sector productor de no comerciados era, relativamente, el de mayor rentabilidad, por lo tanto, también era donde más sentido tenía invertir. Esto ocurre si hay apreciación del tipo real de cambio.
En una economía de mercado, donde los precios se determinan libremente, en principio no habría nada que decir.
Pero este razonamiento falla porque una apreciación real importante como la que se ha producido en la Argentina (veamos sino a la tasa de desempleo en niveles récord) no puede haber ocurrido sin un activismo fiscal muy importante del sector público (el Banco Central no puede hacer política monetaria por la Ley de Convertibilidad).
Este hecho salta a la vista cuando se hace una medición consistente y macroeconómicamente relevante del déficit fiscal (como la que hemos realizado con el Dr. Mario Teijeiro en un trabajo llamado “La política fiscal durante la Convertibilidad”) al sumar a la versión oficial, los déficits de las Provincias, al Banco Central, a las cancelaciones de deuda vieja con proveedores y jubilados (nunca hubieran gastado sin el BOCON en la mano) y a todos los Fondos Fiduciarios que han proliferado desde hace dos años. De esta manera (ver cuadro adjunto), el déficit fiscal relevante macroeconómicamente durante el período 1992-1996 fue de 3,5% del PBI, 5 veces mayor que el 0,6% del PBI de la versión oficial.
Entonces, las decisiones racionales que tomó el sector privado durante el período se basaron en un conjunto de precios relativos fuertemente distorsionado por el accionar deficitario del fisco argentino quien, por lo tanto, es el principal responsable del enorme proceso de endeudamiento externo privado y público del período y de las dificultades para sostenerlo. Obviamente que también ha tenido una gran participación en el crecimiento económico de esos años al haber financiado su desequilibrio en el exterior vía deuda pública y privatizaciones.
Una postura más ortodoxa hubiera traído como consecuencia crecer a tasas más bajas pero sostenibles, elecciones más peleadas, menos desempleo y menos volatilidad en general.
Ámbito Financiero – Pág. 11 – 6 de Mayo de 1997