Cuando a principios de la década del 80 EE.UU. comenzó aumentar la tasa de interés para luchar contra la aceleración en la tasa de inflación, la bonanza que toda la región sur América (incluyendo a la Argentina) había experimentado durante la segunda mitad de los años 70 por el ingreso de capitales producto del reciclaje de los petrodólares, se transformó en un calvario que en el caso de nuestro país se consumió toda la década del 80 teniendo un penoso final con la hiperinflación de
1989.
La explicación ex-post que desarrolló la profesión (con la cual coincido plenamente) para explicar el triste fin de la “tablita” de Martínez de Hoz fue que había una incompatibilidad absoluta entre la tasa de expansión monetaria, producto del déficit fiscal, y la fijación de una tabla cambiaria con una tasa de devaluación preanunciada y decreciente.
En realidad y para ser más precisos desde el punto de vista conceptual, fue el ingreso de capital externo el que permitió “financiar”un tipo real de cambio bajo el producto de déficit fiscal con expansión en el nivel de actividad, “boom” de importaciones, déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos y fuerte acumulación de reservas hasta que se cortó el flujo de capital desde el exterior.
Una vez que ocurrió esto, las devaluaciones para bajar el gasto interno y cerrar el déficit externo, que ante la salida de capital se había tornado imposible de financiar, fueron incesantes y la economía entró en crisis.
En abril de 1991 llega la Ley de Convertibilidad la cual, para que quede bien claro, no impidió nunca el financiamiento monetario desde el BCRA al gobierno (al permitir que deuda del gobierno en moneda extranjera sea respaldo de otra deuda del gobierno como es la base monetaria) y tampoco el financiamiento del gasto público mediante el endeudamiento en el mercado de capitales. Este punto es importante que sea tenido en cuenta como para comenzar a entender lo que está pasando hoy en la Argentina cuando luego de cuatro años de anunciado el “rey” de los ajustes fiscales en nuestra historia (el Plan de Convertibilidad), nuevamente se anuncia un plan fiscal al mismo tiempo que la Bolsa ha retrocedido más de un 20 % en lo que va de 1995, lo mismo ocurre con la deuda pública, hemos tenido tasas de interés del 80 %, serios problemas en la cadena de pagos, etc. ¿Qué ocurrió? ¿Cómo es posible que luego de estar, supuestamente, en “piloto automático” hacia el primer mundo,
de pronto tenemos problemas? ¿No era que este modelo era a “prueba de balas?
La recaudación de impuestos del consolidado sector público aumentó desde el lanzamiento del Plan de Convertibilidad $30.000 M, las privatizaciones “cash” han sumado más de $10.000 M, la reducción de gasto público por la privatización de las empresas de servicios públicos ha sido de $4.000 M y por el despido de 300.000 empleados públicos (incluidos los que fueron a las empresas privatizadas) se produjo una baja adicional del gasto público de $2.000 M.
Por lo tanto, $46.000 M (15% del PBI ó 60% de la deuda pública o 115% de la entrada de capital externo -$40.000 M- desde hace cuatro años).
Si hoy el gobierno se ve obligado a realizar un ajuste como el anunciado para mejorar el resultado fiscal en pesos del sector público en casi $6.000 M de los cuales $4.000 M provendrían del sector privado. ¿Qué es lo que pasó? ¿Todo el problema fiscal se lo debemos a factores externos?
Lo que verdaderamente ocurrió es que en los cuatro años que tiene de vida la Convertibilidad, primero el gobierno “junto” $46.000 M y después se gastó $46.000 M y en esto no tienen nada que ver ni la suba de la tasa de interés en los EE.UU. (comenzó en febrero de 1994), ni la privatización del sistema provisional (recién comienza a afectar negativamente la recaudación provisional a partir de setiembre de 1994), ni los fallos de la justicia a favor de los jubilados (impactan en el gasto provisional sólo a partir del último trimestre de 1994),
ni México y su famoso “efecto tequila” (empieza a devaluar el 20/12/94), ni la entrada al Mercosur (recién se produce en 1995), ni la guerra entre Perú y Ecuador (febrero de 1995), ni los terribles problemas económicos de Venezuela (son crónicos y además muy viejos), ni la devaluación de Brasil (marzo de 1995).
Simplemente, el gobierno se gastó (aumentó 60% las erogaciones) todo lo que encontró vía impuestos, vía privatizaciones
(por el “cash” y por la reducción de gasto público) y vía la reducción de personal. ¿Cómo lo gastó? El “boom” de recaudación impositiva de $30.000 M se evaporó con la Nación aumentando el gasto en $3.000 M (20%), el Sistema de Seguridad Social $11.000 M (85%), las Provincias $12.000 M (70%) y los Municipios $4.000 M (70%).
Los intereses de la deuda pública se pagaron con las privatizaciones cash, las indemnizaciones por despido del
sector público y la eliminación públicos y el despido de personal público y las amortizaciones de deuda pública se refinanciaron con más deuda -la deuda pública hoy no es distinta de la existente hace cuatro años- $78.000 M. De hecho, la salida de la Argentina del Acuerdo de Facilidades Extendidas (EFF) con el FMI se produce porque el gobierno no podía cumplir con las metas del segundo semestre y no porque el FMI no tuviera fondos suficientes para prestarnos a nosotros y al resto del planeta juntos.
Por su lado, el sector privado también se encontraba en déficit (lo cual era absolutamente lógico) porque había salido a consumir como revancha de la década perdida del 80 y porque estaba invirtiendo. Obviamente que la otra cara del déficit privado era un crecimiento de la economía que superaba un acumulado del 30% en 1994 (uno de los pocos países del mundo que crece ininterrumpidamente desde hace casi 40 años exportando capital es Japón porque tiene un progreso tecnológico sin igual). Ese era el mejor momento para maximizar el superávit fiscal (generando el “famoso” ahorro interno) y de ser necesario (para preservarlo de los “gastomaníacos”) guardar el dinero en un depósito indisponible en el Bundesbank para usarlo cuando la entrada de capital se transformara en salida (¿tan difícil era ahorrar tan siquiera la mitad de aquellos $46.000 M) y dar la señal de que los años de las “vacas gordas” sirvieron para ahorrar lo necesario para pagar la deuda que es la entrada de capital, deuda que por otro lado hay que saber que es extremadamente volátil y cuya cancelación puede ser pedida por nuestro acreedor externo en cualquier momento (en el 80 pasó exactamente lo mismo).
En este contexto de absoluta debilidad fiscal (cuando correspondía por una cuestión básica del ciclo económico maximizar el superávit fiscal ) producida exclusivamente por decisiones política económica domésticas (el “lastre” que implica para la rentabilidad del sector privado un gasto
público (60% más alto que hace cuatro años, sólo puede ser disimulado por una entrada de capital de $40.000 M como la que hubo en el mismo periodo) comienza a subir la tasa de interés
en los EE.UU. (con lo cual ya comenzaba a aflojar algo el ingreso de capitales), luego se produce la salida del EFF con
el FMI (setiembre de 1994) y más tarde, en diciembre de 1994, ocurre la devaluación mexicana. De esta manera, los capitales externos comienzan a salir no sólo de México sino también en la Argentina (Si usted tuviera un papel de Malasia y se entera que Singapur devalúa ¿No saldría de todo papel del sudeste Asiático?).
Acto seguido se produce el desfinancíamiento del sector público (no hay manera de colocar la deuda en el mercado internacional de capitales para refinanciar las amortizaciones del capital de la deuda pública), detrás de éste el del sector privado (se cortan las líneas del exterior) y finalmente el sistema financiero comienza a perder depósitos porque el público descuenta que la manera con la cual en el pasado siempre se intentó evitar el colapso que provoca el desfínanciamiento que surge de la salida del capital sin nada de ahorro interno ha sido la devaluación (por supuesto que frases como “depositen en bancos serios” “van a desaparecer la mitad de los bancos”, etc. no colaboran con la tranquilidad del público inversor).
Al desaparecer el crédito externo y no tener ningún “shock absorber” (por el dispendio fiscal) se entra en una cuasi cesación de pagos. Para salir de ella hay que bajar el gasto interno y el menor gasto desviarlo hacia los bienes no comerciados para eliminar cl déficit en cuenta corriente; como no se puede devaluar por la Ley de Convertibilidad, sólo se puede hacer ajustando fiscalmente (de paso se restablece el equilibrio en las cuentas públicas) y el cambio en los precios relativos en contra de los bienes comerciados internacionalmente se hace mediante la reducción/eliminación de los reembolsos y suba de aranceles a la importación más que proporcional, lo cual, también lleva a un deterioro de los términos del intercambio domésticos (típica receta demostrativa de la impotencia de no haber hecho las cosas bien cuando había que hacerlas o sea cuando había crédito externo).
Más de diez años después de la experiencia de Martínez de Hoz y luego de un plan de reforma estructural como jamás se ha aplicado en la Argentina, estuvimos al borde de una crisis generalizada de desfinanciamiento (público y privado) por la falta de ortodoxia fiscal que ningún hecho externo la causó.
La situación sólo fue agravada por la devaluación mexicana y no causada por ella. Aún sin México (que seguirá siendo un y tembladeral político y económico) el problema fiscal iba a traer problemas serios. Más allá de esto, es fundamental entender que todo plan de estabilización exitoso (independientemente del tiempo que dure) tiene una etapa de expansión y una de contracción ahora ha llegado estrepitosamente.
Algunas reflexiones a tener en cuenta para el futuro serían las siguientes:
1)La entrada de capital es deuda que algún día hay que pagar y ese día nunca se sabe por lo tanto, el déficit en cuenta corriente sí importa (aunque sea generado 100% por el sector privado) desde el punto de vista del diseño de la política económica y siempre hay que tener un “colchón” de liquidez pública de tipo precautorio financiado con superávit fiscal, lejos de las manos de los que aman al populismo, para dar la señal al mercado de que se tienen los fondos necesarios para que ese pasivo sea cancelado en cualquier momento.
En Argentina en este sentido se jugó demasiado al límite con la idea de que era “peligroso” el superávit fiscal porque generaba presiones para lo gastamos todo.
Sí las Provincias son el gran problema como varias veces ha dicho el gobierno, ¿porqué no se hizo antes algo como lo que se piensa hacer ahora con el aumento de 3 puntos del IVA que las Provincias no lo van a poder tocar (siendo un impuesto coparticipado)?
2)El espectacular desarrollo en todo el mundo de instrumentos financieros cada vez más sofisticados genera una enorme vulnerabilidad en la política económica, lo cual hace todavía más necesario poner dinero en la “alcancía” pública en la época en la que la “marca” va para arriba (para solidificar así la situación fiscal y atenuar el ciclo, cosa que vale para los países desarrollados y más todavía para los emergentes) y capitalizar mucho más al FMI para que sea realmente un prestamista de última instancia en situaciones muy excepcionales como las que se están viviendo en México) y la Argentina (ambos son dos casos de salvataje bien claritos dentro del nuevo orden monetario internacional que implica la globalización).
3) La hiperinflación es la demostración más categórica del descontrol fiscal de un gobierno. La otra cara es un espectacular ahorro del sector privado (en 1989 llegó a 22%
del PBI) que se fuga del circuito económico vía la salida de capitales (en 1989 llegó a 7% del PBI).
Cuando decimos que la economía se expande, es porque lo está haciendo el sector privado que se endeuda para crecer (el ahorro interno había caído a 48% del PBI en 1994), por eso la salida del capital de 1989 se había transformado en 1994 en una entrada de más de 3% (del PBI).
En ese momento es donde el gobierno debe ocuparse de ahorrar por todo lo que desahorró antes y provocó la hiperinflación.
4) Por una cuestión elemental del ciclo económico, hay que maximizar el superávit fiscal (particularmente un país con pasado hiperinflacionario como la Argentina) y mantenerlo bien guardado cuando el sector privado está en déficit.
No pueden estar tanto el sector público como el privado en déficit; si uno des-ahorrar, el otro debe ahorrar sino todo es procíclico y entonces el riesgo de fuertes cimbronazos es muy alto. Hoy recaudar lo que el gobierno pretende en el programa fiscal anunciado es tratar de sacarle jugo a las piedras (¿cómo hacen las empresas y los particulares para cancelar deuda por casi $1.500 M en 1995 y transferirle al gobierno otros $4.000 M). Además, el golpe sobre la rentabilidad privada que genera un gasto público 60% más alto que hace cuatro años en un contexto de endurecimiento del mercado internacional de capitales es espectacular. La tasa del desempleo futura seguramente lo mostrará con contundencia
5) La drástica disminución del crédito externo que provoca México en toda la región es “acompañada” en la Argentina por
una extensión hacía los activos financieros del impuesto a los bienes personales y modificaciones por decreto de la “constitución monetaria” que es la Carta Orgánica del BCRA. ¿Será ésta una nueva manera que hemos descubierto de sustituir el ingreso de capitales?
Lo más importante a tener en cuenta para el planeamiento estratégico de corto plazo es que la economía Argentina será de escasísimo nivel de crédito (tanto en cantidad como en el plazo) y debe ser monitoreada con minuciosidad “japonesa” porque la entrada de capitales ha desaparecido prácticamente en toda América Latina debido a que aún con las diferencias que caracterizan a México y Argentina ambas naciones salieron de un “default” público y privado por sendos planes de salvaje financieros articulados por el FMI; Brasil no encuentra la manera de estabilizar la economía luego de la devaluación: resalta la probabilidad de que los EE.UU. vuelvan a subir la tasa de interés para intentar detener la caída del dólar en el mundo; el gobierno no encontró “mejor” manera de incentivar el crédito que gravar a los activos financieros con el impuesto a los bienes personales y finalmente se ha lanzado un paquete de ajuste fiscal cuyo objetivo es mejorar el resultado fiscal en pesos antes del pago de intereses de la deuda pública en $6.000 millones de los cuales $4.000 millones provendrían del sector privado (aunque será difícil lograr un superávit fiscal en pesos que alcance para el pago de los intereses de la deuda pública por $3.800 millones en 1995).
De esta manera hay que repensar, básicamente, todo emprendimiento de largo plazo y privilegiar la liquidez.
La consecuencia directa de ello será una economía con altas tasas de interés activas, mínimo de 20% anual para la primera línea en dólares a 30 días de plazo, un nivel de actividad industrial que crecerá como mucho 1% en el año y un PBI cuya expansión no superará ese guarismo (no hay que descartar, en probabilidad, un escenario de recesión).
Los sectores menos perjudicados serán aquellos relacionados con la alimentación. Los que más sufrirán son construcción y los de consumo durable (autos, línea blanca, etc.) y las pequeñas y medianas empresas. La tasa de desempleo encontrará nuevos récords históricos durante 1995 (tocó el 10,80/, de la población económicamente activa en mayo de 1994). La tasa de inflación medida por el Indice de Precios al Consumidor (IPC) rondará el 4% (nivel muy semejante al de 1994).
Como consecuencia de la caída del gasto interno que traerá el estancamiento del crédito bancario (cuya disminución en el primer trimestre del año alcanza a los $2.000 millones) por la salida de capitales, las exportaciones serán más de un 15% superiores a las de 1994 (estarán cerca de los u$s18.000 millones) pero, de todas maneras, el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos no descenderá de los u$s 10.000 millones (nivel muy similar al de 1994 porque a pesar de que el déficit comercial en 1995 será menor al del año pasado (en 1994 estuvo cerca de los u$s 6.000 millones) aumentan muy significativamente las remesas al exterior en concepto de intereses de deuda pública y privada (para situarse en el presente año en u$s 5.000 millones). De esta manera, las reservas internacionales “cash” del BCRA tendrán, a fines de 1995, un nivel inferior al de finales de 1994 (u$s14.000 millones), cosa que ya estaría ocurriendo por segundo año consecutivo a lo largo de cuatro años de convertibilidad.
Finalmente, puede ser cierto (teniendo muy buena voluntad) que no quedaba otra opción que no fuera anunciar lo que se viene anunciando desde hace una semana en materia fiscal (teoría contrafáctica).
El problema es haber perdido toda la solvencia del sector público que alguna vez se tuvo y que de haberla mantenido no estaríamos contando hoy casi hasta los centavos que se juntan de deuda que nos devuelven (al menos transitoriamente) la capacidad de pago de pérdida , no estaríamos con dudas acerca de la salud del sistema financiero, no pensaríamos en si se bate otro récord en la tasar de desempleo y tampoco estaríamos con la duda de que si el programa fiscal anunciado alcanza porque no hubiera habido necesidad de anunciarlo.
Este “learning by doing” que la Argentina viene haciendo desde una década es la explicación básica de por qué nos cuesta tanto esfuerzo despegar hacia el primer mundo en serio y los márgenes de acción para hacer política económica se van achicando dramáticamente (si este ajuste fiscal no sale bien, ¿qué audacia tiene que anunciar el gobierno para poder salir nuevamente hacia adelante?).
Nota Original: ALZAS Y BAJAS | 01/04/1995