Cómo es posible que habiendo sido el nivel de gasto público y su financiamiento el que provocó crisis homéricas como el fin de la tablita de Martínez de Hoz, la hiperinflación y el colapso de la convertibilidad, otra vez nos hayamos embarcado en un proyecto gastomaníaco como el que comenzó en 2003?
Para una Argentina que muchas veces luce desmemoriada, es importante recordar que en 2003, sólo un año después de una devaluación del peso de más del 70% y de una inflación que había superado el 44%, el aumento de precios fue casi de país del Primer Mundo: 3,7%.
¿A qué se debió ese milagro de bajísima inflación con crecimiento de la cantidad de dinero medido por la base monetaria del 60% anual, términos del intercambio que ya habían subido más del 20% respecto de los pisos de principios de 2002 y con salarios nominales creciendo un 17% anual?
Uno, el proceso de remonetización de la economía luego del undershooting de la demanda de pesos durante la primera mitad de 2002. Dos, el Banco Central dejó que el dólar nominal cayera más del 10% respecto del promedio de 2002.
Pero desde 2004 hasta hoy, la inflación casi siempre estuvo en franca aceleración, con excepción de 2009 (14,7%) cuando tuvimos una recesión de casi un 3%. En efecto, en 2004 fue del 6,1%; en 2005 del 12,3%; en 2006 del 10,7%; en 2007 del 22%; en 2008 del 23%; en 2010 del 26% y en 2011 será del 26,3%.
Es cierto que los términos del intercambio casi nunca pararon de subir en el período (salvo una caída del 8% por la crisis subprime) al punto que hoy están un 20% por encima de mediados de 2007 y son un 35% superiores a los del fin del Gobierno del expresidente Fernando de la Rúa.
Pero ¿qué cosas cambiaron sustancialmente desde 2004 a esta parte que ya somos otra vez campeones o subcampeones mundiales en inflación que trae atraso cambiario y mantiene alta la devaluación esperada (mirar si no, la fuga de capitales en u$s 50.000 millones anualizando septiembre y octubre pasados)?
Primero y principal, producto de un crecimiento del gasto público de $ 500.000 millones (elecciones legislativas 2005 y 2009 y las presidenciales de 2007 y 2011), la situación fiscal pasó de casi un 4% de superávit en 2004 al 2,5% de déficit en 2011; un 6,5% del PBI de deterioro en 7 años con sólo uno de recesión (2009), recaudación impositiva nunca vista antes (por lo alta) y retenciones a las exportaciones para que el Gobierno se apropie de la ganancia de términos del intercambio, también récords históricos.
Las necesidades de caja del fisco están hoy en $ 70.000 millones anuales, producto de pagos relevantes de deuda pública de $ 20.000 millones y un déficit consolidado de Nación y provincias después del pago de los intereses de $ 50.000 millones.
Este déficit ocurre a pesar de que la recaudación de impuestos supera a la de 2002 en $ 600.000 millones (hoy el Estado recauda $ 670.000 millones anuales) con $ 36.000 millones del impuesto al cheque y $ 56.000 millones de retenciones, impuestos que comenzaron a recaudarse dentro del período kirchnerista. Ni siquiera eso ahorraron.
El déficit fiscal de hoy del 2,5% del PBI es similar al de la convertibilidad pero como el financiamiento es inflacionario y/o con reservas del Banco Central (que también es inflación en el mediano plazo al tener que devaluar para recuperarlas), no es venenoso como el de la convertibilidad: países salvajes como nosotros no podemos emitir deuda externa porque a la primera de cambio defaulteamos y le cambiamos el numerario a la deuda (y todo lo que esté en moneda extranjera) más rápido que volando.
Segundo y totalmente conectado al deterioro fiscal, a pesar que luego del conflicto con el campo ya se veía que la demanda real de dinero se estaba desacelerando, el Banco Central siguió expandiendo moneda a más del 10% anual, pudiéndolo hacer por mucho menos para compensar con política monetaria dura el deterioro fiscal que los Kirchner habían provocado. Hoy, la cantidad de dinero crece a un delirante ritmo de más de casi un 40% anual.
No es casual que desde 2007 (nace el INDEK y perdemos el superávit fiscal) reapareciera la fuga de capitales, con u$s 8.900 millones (fue casi cero con Néstor), que en 2008 llegó a u$s 23.000 millones y que en 2011 cerrará aproximadamente en el mismo número, lo que provocó que las reservas del BCRA caigan en una cifra cercana a la etapa de la pelea del Gobierno con el campo (u$s 5.400 millones), cuando nadie dudaba que estábamos en crisis.
El mercado percibe que el dólar tiende a abaratarse de manera insostenible por una inflación local en dólares del 20% anual, muy superior a la inflación internacional, que apenas supera el 2%. Y este fenómeno está causado, a su vez, por políticas fiscales, monetarias y salariales donde todo crece al 30% anual de piso (gasto público, moneda y remuneraciones), lejos de lo que podemos sostener.
En este contexto, lo peor que pudo haber hecho el Gobierno fue lanzar el «corralito verde» (Resolución AFIP 3210/2011) porque despertó la pesadilla de las dificultades que tenía la gente en la época del «corralito» de Cavallo para hacerse de efectivo de sus cuentas en pesos ¿qué tiene que ver una fuga de capitales que descuenta la insostenibilidad de una política fiscal y monetaria con la Policía, la Gendarmería o la AFIP haciendo política cambiaria?
La caída de reservas del BCRA antes del «corralito» verde era en promedio de u$s 280 millones por semana. Durante la primera semana subió a u$s 318 millones y en la segunda fue de u$s 686 millones, ya con fuerte caída de los depósitos en dólares.
Si el «corralito» verde está mal ¿qué hacer?
El Gobierno no tiene asumido ningún compromiso en materia cambiaria así que puede devaluar más rápido de lo que lo está haciendo (sólo un 5% anual) pero dentro de un programa antiinflacionario de ajuste fiscal (recaudamos un 36% del PBI, el 10% del PBI más que en 2002 y tenemos déficit) y monetario.
Si el plan es consistente y el anuncio es creíble no hay por qué soportar una recesión profunda. Pero para ello es necesario desarmar ya el «corralito verde» y dejar de tomar medidas que impliquen cada vez menos libertad para disponer de dólares.
Lamentablemente el pecado de la heterodoxia (que siempre despreció lo fiscal), fue no ahorrar en épocas de vacas gordas. Ahora hay que ajustar, en vez de tomar medidas policíacas absurdas que agravan la desconfianza y alimentan rumores peores.