Desde su asunción en mayo de 2003, hace ya 4 años, los objetivos económicos fundamentales del gobierno de Kirchner no han cambiado: mejorar la distribución del ingreso luego de 30 años consecutivos de deterioro, reindustrializar el país tras el desastre de la convertibilidad y recrear el Estado empresario.
No tiene nada de malo perseguir objetivos distributivos, siempre que se tengan claros los límites que imponen la movilidad internacional de los capitales, los desincentivos al esfuerzo y la realidad mundial. Si se exagera con los impuestos y dado que vivimos en un mundo de capitales móviles, puede ser que éstos huyan y la mayor presión impositiva la terminen pagando aquellos a quienes el gobierno quiere beneficiar, con menos empleo o salarios más bajos, empeorando así la distribución del ingreso. Por otro lado, la educación con altísimos niveles de exigencia a todos por igual, en vez de contextuarla si la condición de si se es pobre o rico, resulta clave para la mejora distributiva en el largo plazo. Finalmente, con China incorporada al mundo civilizado, el tema de la inequidad distributiva ya pasa a ser un fenómeno planetario contra el que poco podemos hacer desde acá, salvo dañarnos a nosotros mismos.
Pero el verdadero problema con los dos primeros objetivos de Kirchner, en realidad, son los medios utilizados para su logro. Su gobierno pretende poner, como lo recomendaba el General, al campo y al petróleo como parásitos exclusivamente dedicados a proveerle de alimento y energía barata a la población (objetivo distributivo) y a la industria en particular para que ésta maximice su rentabilidad (y de esa manera crezca y se desarrolle) sin tanto esfuerzo como el que debería hacer si domésticamente se validaran los precios internacionales de nuestros cereales y el petróleo.
Al mismo tiempo, a la industria se le cierra la economía a la competencia importada y se infla con todo la demanda interna con $ 170.000 millones (7,5% del PBI) de aumento de gasto público en sólo 5 años. Las dos únicas concesiones que tiene que hacer ante semejantes regalos, son pagar la energía eléctrica a precios más o menos razonables, si escasea comprarle fueloil a Hugo Chávez (no vaya a ser que no nos compre bonos de la deuda) y dar los aumentos de salarios que Kirchner quiera.
Pero en el medio de un boom mundial de los precios de los commodities como hoy, hacer que los precios de los alimentos y el petróleo sean baratos fronteras adentro, o sea, que no haya inflación, es como inventar el círculo cuadrado. Por ello aparecen esos elementos retrógrados de las retenciones, las prohibiciones para exportar, los controles de precios, el destrozo de contratos, reglas de juego que duran lo que un suspiro, los vituperios oficiales sobre oligarquías petroleras o vacunas, los aprietes y faltas de respeto del ahora investigado por la Justicia, Guillermo Moreno, etcétera.
Obvio que la respuesta de jardín de infantes de Economía no se hizo esperar: escasez, desabastecimiento y encarecimiento, ya sea porque los precios suben explícitamente o porque sin subir, igualmente lo hacen cuando uno ve que el contenido de los envases se reduce de a poco al tamaño de un grano de arena.
Multas
Así llegamos a las multas decididas el martes por el gobierno con las petroleras, que no serán las últimas porque el boom de demanda no afloja a raíz de que los precios de nuestros «malditos» commodities de exportación siguen muy firme porque el mundo crece como pocas veces en su historia. Nada tiene que ver Kirchner en la recuperación de hoy. En realidad, a esta altura, ocurre a pesar de su gestión económica.
El motivo más mediato de la medida adoptada anteayer es la urgencia electoral de permitir que la siembra del trigo se desarrolle normalmente lo que evitaría también problemas de oferta con la harina y el pan en el futuro cercano y que la gente común no se quede de a pie por falta de gasoil. No habría que descartar tampoco que si el gobierno desea que empresarios amigos de la Casa Rosada tomen parte de YPF ante una salida parcial de la española Repsol, esto se haga para bajar el precio de la megacompañía y de esa manera proveer al desarrollo de un capitalismo nacional (poco serio en verdad).
El tercer objetivo de gobierno que Kirchner se ha planteado, un Estado grande (ya pesa 32% del PBI y los que lo mantienen pagan el equivalentea 45% del PBI de impuestos), es un problema en sí mismo porque la decadencia argentina que comienza con el estallido de la Primera Guerra Mundial hace casi ya 100 años, no tiene que ver con un Estado pequeño sino porque abrazamos las ideas equivocadas del proteccionismo industrial y del Estado socio del sector privado distribuyendo prebendas a troche y moche. Además, desde la segunda mitad del siglo pasado, fueron complementadas por la oleada populista de un fascismo que hasta el día de hoy encandila a parte de la élite gobernante.
Camino errado
Si el gobierno quiere estatizar todo, inclusive una parte del petróleo, como seguramente desea la mayoría de los ardientes espíritus setentistas que lo componen, lo que debería hacer es discutir con el privatizado el valor presente del flujo de beneficios futuros de la compañía sobre bases razonables y pagar por ellos.
Pero no, el camino que ha elegido y más aún cuando se acabó el superávit fiscal, consiste en romper contratos para que el privado no invierta, que escasee el bien que el privado proveía, acusarlo de que por no invertir genera escasez que perjudica al pueblo, aplicarle multas de una siniestra ley de hace 33 años (heredera de la ley contra el agio dictada por la Segunda Guerra Mundial) cuando en la Argentina se aplicaba un control de precios de tipo soviético y finalmente, por la simple acumulación de penalidades, reestatizar empresas de servicios por 2 pesos (recordar el caso Aguas Argentinas).
Si viéramos a un privado hacer esto para comprar una compañía, iría preso más rápido que un tren bala. Pero si lo hace el Estado argentino de 2007, en plena etapa de reivindicaciones setentistas, en realidad nos está redimiendo de las laceraciones del capitalismo salvaje de los 90. Disparate total.