Finalmente Brasil respondió a la nueva andanada kirchnerista de cierre de la economía a la competencia importada de mediados de febrero, pegándonos donde más nos duele en el comercio bilateral: las exportaciones de autos que nuestro vecino ha parado, representan el 80% de nuestras exportaciones de automóviles y el 8% del total de las ventas argentinas al exterior.
Brasil ya se había quejado con vehemencia cuando Argentina aumentó las licencias no automáticas desde 200 a 650 en febrero pasado. En aquella oportunidad, la respuesta del gobierno K fue que estaba utilizando la normativa de la OMC para proteger a sectores sensibles.
Una cosa que se deber tener en claro es que es mentira lo que se dice en estos días en el mundo virtual K de que Argentina se protege porque Brasil lo "primerea". Argentina se protege porque como un disco rayado, hace más de medio siglo que hace lo mismo a pesar que es una de las causas fundamentales de su decadencia: una estrategia de crecimiento basada en un proteccionismo industrial consistente en retenciones y prohibiciones a exportar al campo y al petróleo y altos aranceles a las importaciones de bienes finales industriales.
Y nuestra enfermedad proteccionista llega al extremo que, a pesar de haber firmado en 1991 un tratado supranacional como el Mercosur cuya "constitución" establecía que 15 años después (desde 2006) iba a haber arancel de 0% para importar bienes intrazona, decidió comenzar a protegerse con los famosos Mecanismos de Acción Competitiva (MAC) de Lavagna cuando era Ministro de Economía.
En 2011 Argentina tiende a perder su superávit en cuenta corriente y pasaría a quedar equilibrado, producto que el superávit comercial caería en u$s 4.000 millones porque el déficit con Brasil de u$s 4.000 millones de 2010 se duplicaría a u$s 8.000 millones en 2011.
A su vez, la duplicación del déficit comercial con Brasil es por el boom generalizado de importaciones que estamos teniendo y ello ocurre porque hay un boom de demanda interna de consumo y crecimiento producto de dos cosas.
Por un lado, desde 2005 la situación fiscal no ha parado de deteriorarse a tal punto que hoy, con ingresos que superan a los de 2004 en más de $500.000 millones, tenemos un déficit de 2,0% del PBI, sólo 1% del PBI menos que el recesivo 2009.
Sin crédito internacional y sin requerir del crédito interno (y no afectar negativamente la actividad económica) para financiar el desequilibrio en las cuentas públicas, el gobierno recurrió a los viejos, gastados y decadentes expedientes de la confiscación de los ahorros privados (como cuando eliminó el sistema de capitalización) y del uso de las reservas y del financiamiento monetario del BCRA.
Por otro, el sector privado también ha experimentado (y experimenta) una fenomenal expansión de su gasto. En primer lugar están los excepcionales precios de los productos que Argentina todavía la vende al mundo que le dan más ingreso disponible para gastar. Segundo, el gobierno sigue una política de tasas de interés bien negativas en términos reales (cuando se las compara contra la inflación) para que la gente no ahorre y se consuma "todo". Tercero, no nos olvidemos del tremendo impacto expansivo de corto plazo sobre el consumo interno del "inflador" salarial de la dupla Moyano-Tomada que ha hecho que los salarios en dólares ya sean iguales a los de diciembre de 2001, antes de que el dólar se multiplicara por cuatro en el primer semestre de 2002.
Con gasto fiscal y privado en ebullición, hay un boom de demanda interna que trajo aparejado increíbles crecimientos de la producción industrial (está 50% arriba de los años buenos de la convertibilidad), el comercio, la construcción (aún sin obra pública supera en 70% al período 1996-1998). Obviamente que también provocó un salto espectacular de las importaciones, sin que haya implicado ni implique, ningún desplazamiento de la producción nacional a manos de la competencia importada. La mayoría de nuestras empresas siguen trabajando al límite de su capacidad instalada y generando ganancias altísimas. Y si aún así el gobierno quiere proteger, es menos malo devaluar que cerrar la economía.
Es lógico que con semejante deterioro fiscal y consumismo privado (por la política fiscal, monetaria y salarial del gobierno) la tasa de ahorro doméstica se desplome. Con algo de inversión, sin entradas de capitales y tipo de cambio más o menos fijo, el financiamiento de un eventual déficit de las cuentas externas sería con reservas del BCRA.
Y eso es lo que desespera al gobierno: el agrietamiento de la caja. Pero en vez de aflojar con el "inflador" y ser más moderado en lo fiscal, monetario y salarial, para no perder dólares, cierra la economía a la competencia importada de una manera tal que vivimos en conflicto con todo el mundo. Cuando no es Europa (segunda potencia mundial), es Brasil (nuestro principal socio comercial) y cuando no es ninguno de los dos, el turno es de China, nuestro principal destino de las principales exportaciones de Argentina: las del complejo sojero. Tan suicida como absurdo y real.
Finalmente, habría que preguntarse en qué nivel de patología psicológica entramos los argentinos que preferimos un dólar ahorrado de la sustitución de importaciones (a pesar de la decadencia secular que nos ha generado) respecto de un dólar ganado de la exportación agrícola, petrolera e industrial, cuando ésta última puede dar más empleo y mejores y salarios reales que los que producen para competir con las importaciones, simplemente por el hecho que una apertura comercial bien hecha, no implica pelearse con nadie en el mundo, a diferencia de hoy.