Como dice el refrán, el hombre es un animal de costumbre, por lo tanto, la industria también. Si bien las generalizaciones son odiosas porque siempre hay honrosas excepciones a reglas chocantes, el desarrollo de la mayor parte de nuestra industria se hizo al calor del proteccionismo arancelario que programaba la Cepal hace ya más de medio siglo, basada además en la fallida teoría de Prebisch de la tendencia secular de los términos del intercambio de países productores de materias primas como Argentina.
Por si esto fuera poco, históricamente nuestros gobiernos le agregaron todo un arsenal de medidas para que las exportaciones de alimentos y las de energía fueran mínimas y ambos bienes quedaran baratos a disposición de la industria para que ésta maximizara sus ganancias y creciera: IAPI, retenciones a las exportaciones, prohibiciones de vender al exterior, cierre de los registros de exportación, intervención del mercado de Hacienda de Liniers, al Concentrador de Frutas y Verduras, eliminación de los contratos de futuros, etc. Y por si esto tampoco alcanzaba, los sucesivos gobiernos le han dado la promoción industrial al rojo vivo durante los 70 y los 80 y la “banana” del Banade que estalló en los 90 que generó mucho industrial rico con empresas pobres.
Entonces, economía en autarquía comercial con respecto al resto del mundo -nada de exportaciones ni de importaciones- y todo tipo de ayuda estatal durante décadas, han generado una industria que rechaza la competencia y se la pasa pidiendo subsidios explícitos desde el Estado. Esto no tiene nada que ver con validar los mamarrachos de atrasos cambiarios alucinantes que han generado los Martínez de Hoz, los Cavallo y ahora los Kirchner que han fundido no sólo a la industria sino también al campo y al turismo.
Por supuesto que si en épocas de bonanza industrial ésta reclama como un recién nacido el biberón de la mamá Estado, con mucha más razón en épocas de malaria como las que se vienen. Pero hay que tener claro, el frío de actividad económica que está alumbrando, no sólo afectará a la industria, sino también al agro y al resto de las actividades productivas, pero sin duda que el llanto industrial tendrá un eco inusitado. Después de todo, si hay algo que sabe hacer es lobby para conseguir prebendas que pagamos todos en aras de una supuesta protección del empleo y nuestro dorado futuro europeo.
No hay ningún argumento hoy para proteger a la industria más de lo que ya está (Mercosur más todas las restricciones que ya estaban para importar desde Brasil) porque el mismo enfriamiento de la demanda que se viene impedirá el cuco de la invasión importada que tanto promociona la UIA. Si protegemos a la industria ¿Qué hay que hacer con nuestro campo que enfrenta retenciones promedio del 30% con caída de precios internacionales del 45% y subas de costos de herbicidas, fertilizantes, etc. del 200% o más? Devaluar es menos distorsivo que proteger más cerrando la economía. Pero claro, para los capitostes de la UIA, tan acostumbrados a las alfombras rojas, eso es políticamente incorrecto. No vaya a ser que sean expulsados del edén kirchnerista.
Además, es mentira que la crisis internacional, tal como sostiene la UIA, sea la que vaya a fundirla, sino el atraso cambiario que ahora emerge como un tsunami provocado por el desastre fiscal, energético y de salarios que los Kirchner han causado en el último lustro y sobre el cual la UIA ha mantenido un silencio de radio deleznable porque mientras tanto, estaba haciendo su “veranito” de economía cerrada y demanda inflada a sabiendas que el día que tuviera problemas volvería a repetirse la historia de hacer lobby y conseguir más prebendas.
Esta cosa siniestra está en el centro de nuestra decadencia como país. Algún día tiene que terminar. Cuanto antes, mejor.
Nota escrita en: Dario LA NACIÓN