Los precios crecerán más del 10% anual hasta 2007. Las decisiones de las compañías frente al nuevo escenario. Conflictos salariales, aumento de insumos, tarifas de servicios públicos y precio del petróleo, entre los temas a resolver. El
número límite para que la inflación no corte el crecimiento económico.
La inflación es, para los empresarios argentinos, un buen ejemplo del popular refrán: el que se quema con leche, ve una vaca y llora. Y aunque esta no es la misma vaca ni la misma leche, el Indice de Precios al Consumidor (IPC) marca que habrá un nuevo escenario en la economía argentina, y puede decirse que superará o rondará el 10% durante dos o tres años consecutivos (el actual, más 2006 y probablemente 2007).
La llegada por largo tiempo de los dos dígitos inflacionarios se confirmó al conocerse el IPC de septiembre: 1,2% contra el mes anterior, y casi 9% en lo que va del año.
De todas maneras, el actual no es el contexto de la "década perdida" (los ochenta), cuando disparadas del dólar y reclamos salariales indexatorios se combinaban con un PBI decreciente; ni tampoco el horizonte muestra una hiper como antes de la convertibilidad, cuando el IPC llegó a marcar cuatro dígitos –1,344%– en 1990. La inflación actual es, a diferencia de otros tiempos, moderadamente elevada pero persistente.
Esto se nota inclusive en la comparación internacional. El año pasado la Argentina fue el quinto país de América latina con más inflación, por detrás de Venezuela, Brasil, Uruguay y Costa Rica. Entre enero y agosto de 2005 sólo es superado por Venezuela y Costa Rica. La Argentina llegó al 7,7% en ese período, y se espera que termine el año por encima de 10%, triplicando un promedio mundial cercano al 3%.
La solución macroeconómica a este escenario será similar al estilo Lavagna: gradual, sin políticas de shocks pero siguiendo
el tema día a día. Desde la micro, en tanto, las empresas prevén distintas medidas: negociaciones salariales sobre una base de racionalidad económica, control de costos, márgenes de ganancia que no disparen los precios, entre otras.
Los empresarios en general, y algunos sindicalistas más que otros, saben que las demandas desmedidas pueden resultar victorias pírricas. Porque una economía creciendo al 8 o 9% anual, el dólar artificialmente alto, incrementos de salarios y expansión monetaria, pueden resultar un cóctel inflacionario. Sin contar la expansión de la demanda (interna y externa), nivel de inversión todavía insuficiente y hasta un pequeño atraso de precios relativos.
Con tantas causas, el desmadre de alguna de ellas puede quebrar la barrera psicológica que además de inflación traerá demora de inversiones, recesión (o en el mejor de los casos brusca desaceleración) y empeoramiento de los indicadores sociales. La raya entre inflación controlable y nociva, según los economistas consultados, se cruza entre el 12 a 15%.
"Por encima del 12%, la inflación resulta anti-crecimiento", señala José Luis Espert (Espert & Asociados), y agrega: "La
gente se asusta y cae la demanda; el primer trimestre de este año es un buen ejemplo, pues el IPC anualizado rondó el 16% y el PBI bajó notablemente su ritmo de crecimiento". Miguel Bein, por su parte, advierte sobre los desbordes en las pujas distributivas, que pueden generar subas de costos demasiados violentas, no absorbibles por las empresas. Aún si esto no ocurre, "durante dos o tres años tendremos una inflación cercana al 10%".
Eduardo Curia, un economista cercano al gobierno, tiene la visión menos alarmista: "No hay escalada inflacionaria, más allá de que el incremento de precios supere ampliamente el promedio mundial". También aprovecha para deslindar culpas: "Alrededor del 7% puede considerarse inflación normal, pero 2 a 3% se debe a los grandes comercializadores e intermediarios", señala, abonando la hipótesis presidencial que culpa a los supermercados.
Entre tanto desacuerdo sobre causas y responsables, los diversos economistas consultados logran ponerse de acuerdo
sobre dos puntos: la perdurabilidad del nivel inflacionario actual, como la necesidad de que éste no se dispare demasiado. Otro tema sobre el que generalmente hay acuerdo es señalado por Orlando Ferreres: "Mientras haya superávit fiscal, difícilmente la inflación exceda los valores actuales".
MINI-DISPARADA. El agravamiento de la inflación durante este año tiene algunos indicadores muy claros. Por un lado, cinco de nueve meses marcaron más del 1%, con picos de 1,5 puntos en enero y marzo; contra ningún mes del año pasado superando el 0,9% de abril. Además, desde diciembre pasado los servicios marcaron 9% de crecimiento en el IPC, una décima más que el 8,9% de los bienes. Esta diferencia entre servicios y bienes, aunque leve, marca un quiebre de tendencia: ya es inflación y no simplemente atraso de precios relativos.
Esto es así porque, con el gobierno demorando aumentos de servicios públicos y un tipo de cambio alto, es lógico que los bienes aumenten su precio casi el triple que los servicios. Así ocurrió desde la devaluación hasta hoy: 89,59% contra 36,63%. Además, como anticipó FORTUNA el 1º de agosto último (edición 113), "la inflación reprimida ronda el 12%".
Con la hipótesis del "atraso de precios relativos" descartada, hay otras explicaciones para la inflación perdurable: incrementos salariales desmedidos, mayor demanda para exportación y consumo interno, emisión monetaria, una economía en expansión constante. Esta última es descartada por Ferreres: "China crece al 9% desde hace 30 años, y sin embargo no tiene inflación", sentencia.
La emisión monetaria fue advertida como riesgosa en el Palacio de Hacienda desde principios de 2004. Aldo Abram,
director de Exante, apunta que "el dólar nominal alto, sostenido con pesos que la gente no demanda, genera inflación.
La explicación es simple: esos billetes nuevos sobran en el mercado y, como todo producto en abundancia, su precio tiende
a bajar. Es decir, el peso se deprecia arrastrando al poder adquisitivo, que sólo vuelve a recomponerse con aumentos
de salarios".
Aunque suene a discurso de los noventa, la inflación está empujada por la expansión del gasto público. Hasta Curia lo admite: "La disciplina fiscal se relajó durante los últimos meses, porque el gasto se expandió más que los ingresos. Si las políticas cambiaria y monetaria son dinámica, la fiscal debe actuar como cable a tierra y ser más conservadora".
Después de las elecciones, economistas y empresarios esperan que disminuya el gasto público.
CÓMO ENFRENTARLA. Flexibilidad e incertidumbre manejable forman parte del ser empresario nacional, condiciones sin
las cuales no se podría sobrevivir en la economía argentina. Es cierto que superávit fiscal, dólar estable y PBI expansivo
otorgan previsibilidad; pero también que hay muchos temas por resolver. Entre ellos, tarifas de servicios públicos, demandas
salariales, incremento de costos e insumos, cómo y cuándo invertir sin financiamiento. Las decisiones, tanto para
las empresas como en el sector público, deberán ser tomadas en tiempo, forma, y con precisión de cirujano.
ACUERDOS SALARIALES. El alcance y los detalles de éstos impacta sobre la macro y microeconomía a la vez. A nivel global, la expansión del poder adquisitivo tiene gran impacto multiplicador sobre el consumo y consecuentemente el producto.
Pero también puede producir inflación, porque la demanda de bienes haga subir su precio o las empresas decidan trasladar
el nuevo costo al consumidor.
"Hay que evitar la carrera inflación-salarios, típica de los ´80", señala Abel Viglione, de FIEL. Con los camioneros de
Moyano ganando $ 1.600 pesos de básicos y pidiendo $ 800 más, si las empresas no proponen fórmulas con cierta racionalidad
económica, los conflictos se sucederán uno tras otro. Una de las recetas antiinflación, aún aceptada por los más kirchneristas, es el incremento por productividad.
Como Curia, que hace tiempo pregona la "Fórmula UIA": el salario debe aumentar tanto como la inflación, más un tercio
de lo que se expanda la producción de una rama o todo el sector secundario. Bein, por su parte, tiene otra visión: "No
eran sostenibles los salarios de u$s 800 de la convertibilidad, pero tampoco los actuales de u$s 200, por eso tienen que subir,
aunque generan inflación".
Los empresarios parten de un principio básico, que el gobierno parece dispuesto respetar desde ahora: el ámbito para incrementar salarios son las paritarias, no los aumentos por decreto. Las empresas, para elaborar un marco de previsibilidad, buscarán atar los aumentos de sueldo a variables económicas: producción, productividad o ganancias. La "Fórmula UIA" ya tiene el primer antecedente: el convenio colectivo de trabajo (CCT) firmado por el sector indumentaria, que acordó mejoras al salario fijo y también por criterio de eficiencia.
COMO Y CUANDO INVERTIR. Esa es la cuestión ante un contexto inflacionario y expansivo a la vez. El aumento de precios juega en contra, el crecimiento a favor. Javier Alvaredo, de MVA Macroeconomía, advierte que "el 1% o más de inflación mensual genera ruidos en la planificación de negocios; por ejemplo, pesa negativamente a la hora de invertir.
En épocas de dudas, las inversiones se toman más rápido cuánto menos tamaño tienen las empresas. Por eso las PyMES sostuvieron el proceso inversor hasta el momento; aunque no alcanza. Abel Viglione, de FIEL, explica que "cuando se dio el crecimiento más prolongado, entre 1963 y 1977, la inversión rondó 23% del PBI. Pero en ese entonces el Estado tenía una fuerte presencia en la economía, y garantizaba gran parte de la inversión necesaria".
Las empresas, para decidir una inversión, deben analizar varios factores: estabilidad fiscal, sustentabilidad del crecimiento,
incentivos fiscales, horizonte de precios y tarifas. Por eso "los grandes proyectos industriales vienen a fuego lento", según admite Curia. Mientras que las empresas de servicios esperan la redefinición del nuevo marco tarifario.
Además de un horizonte claro, las compañía invertirán si el gobierno profundiza o inaugura herramientas: promoción de inversiones, incentivos fiscales, la ampliación del Banco Bice al estilo BNDES brasileño, liquidación de exportaciones sin cambios normativos que alteren la ecuación económica. En definitiva, una serie de factores definen cuál es el mejor momento para invertir.
COSTO DE LOS INSUMOS. A principios de año, las automotrices anunciaban que aumentarían 10% o más el precio final de los
vehículos, por el incremento en el costo de la chapa. Como la mayoría de los insumos tienen precios internacionales, no se
pueden evitar pero sí planificar su impacto sobre las cuentas finales de la empresaria. Por ello, las empresas calculan el nivel general de inflación, pero también sus costos específicos.
El dólar nominal cuasi-fijo brinda previsibilidad. Pero, como señala Alvaredo, "la inflación puede disparar el precio de muchos insumos". Por eso hay que prever distintos escenarios de inflación, más allá del optimista 8,6% del Presupuesto 2006. "Las empresas prevén ese número, pero también 11% o más de 15%, para saber cómo manejarse en cada caso", explica un consultor.
TARIFAS DE SERVICIOS. La importancia del costo energético varía de un sector a otro: más importante en industrias como vidrio y plástico, menos en los servicios personales. Así ocurre con todos los servicios; por eso la planificación del 2006 considera los casi inevitables aumentos de energía eléctrica, teléfono o agua.
De todas maneras, hasta el momento hay más incertidumbre que certezas. Es cierto que las tarifas de Edenor, Edelap y Edesur pueden preverse con cierta facilidad. Pero Espert aclara que "el gobierno mantuvo contratos defaulteados para que el capital nacional reemplace al extranjero, lo que en ciertos casos se logró. Pero a veces llevó las situaciones de infraestructura al límite".
La provisión energética, para muchas empresas, sigue siendo un interrogante. Por eso muchas compañías migraron de una matriz dependiente del gas a otra mixta, con alternativas más caras pero que aseguren una producción continua. Si las cuentas no cierran así, la opción es programar las paradas técnicas y los cortes con suficiente anticipación.
TRASLADO A PRECIOS. Debe hacerse asegurando equilibrio entre rentabilidad y posición en el mercado. "Aunque el presidente Amenace con dar nombres de supermercados, éstos manejan los precios con prudencia, ya que ante un aumento excesivo la gente se desplaza a comercios menores", señala Viglione.
Muchos empresario se recuerdan ese año por la crisis mundial que se originó debido a la suba del petróleo. Aunque difícilmente se repita ese escenario, la Argentina tiene dos cuestiones básicas a resolver: la caída de reservas y el precio subvaluado de los combustibles. Según las petroleras, el sinceramiento de los segundos permitiría revertir la isminución de áreas petroleras. Tal como lo plantea el gobierno, el incremento de precios en nafta y gas oil provocaría un fuerte rebrote inflacionario. Ambos razonamientos son correctos, aunque por ahora la decisión oficial es privilegiar el segundo.
Las empresas, en tanto, no gozan de la estabilidad de precios que sí tienen los automovilistas. La fructosa, por ejemplo, uno de los elementos con los que se produce la Coca-Cola, aumentará un 3% próximamente por el simple hecho de poseer resina, un derivado del petróleo. En insumos de este tipo manda el precio internacional y no el costo de producción.
Así lo demuestra el Informe 2005 Sobre Comercio y Desarrollo de la UNCTAD, una división de Naciones Unidas. Allí se detalla que, en la Argentina, el costo del barril de petróleo rondó los ocho dólares, mientras que luego de la devaluación bajó a u$s 6,1. Las petroleras, de todas formas, no hacen esa cuenta sino otra: el precio internacional está alrededor de u$s 65, pero lo venden a u$s 35 (por la quita mediante retenciones o el precio en surtidor). La discusión sobre el precio del petróleo, de gran efecto-dominó sobre la inflación, será otra de las que esperan al gobierno y las empresas para 2006.