Cuanto más febril sea el deseo presidencial de plebiscitar su gestión, puede ser que peores sean las medidas de política económica que se tomen pensando en el crecimiento sostenido.
El Presidente Kirchner, a pesar que durante el mandato de Menem no sólo nunca se le escuchó una sola crítica a la convertibilidad si no que además en varias oportunidades lo puso al riojano como un verdadero prócer, desde que ocupa el sillón de Rivadavia se ha presentado como el redentor de todas las calamidades que hemos sufrido por el programa económico de los ´90.
Por eso, el esquema conceptual del gobierno, es que el mundo en general es nuestro enemigo salvo algunas excepciones entre las cuales ocupan un sitial preferencial Tabaré Vázquez, Chávez, Zapatero, Fidel Castro y George Bush (este último caso sólo por temor) y a nivel doméstico la concepción es que hay que crecer en base al desarrollo de un capitalismo de origen nacional al calor de los que producen para sustituir importaciones y expropiar toda la ganancia empresaria posible para redistribuírsela a los que no tienen y lograr así que el consumo interno explote.
Según el prisma oficial, los acreedores de Argentina no son prestamistas estafados sino buitres que nos han chupado la sangre, por lo que merecen quitas homéricas sin negociar y si no aceptan, hay que repudiar su acreencia. Las privatizadas no son inversores de miles de millones de dólares en nuestro país a lo largo de una década sino empresarios rentistas que invirtieron sabiendo que las tarifas dolarizadas eran insostenibles, por lo que hoy se justifican tarifas pesificadas a 1×1 y sin negociación de contratos por 3 años. Los exportadores no son productores argentinos lo suficientemente eficientes para venderle al mundo sino antipatrias que envían al exterior los alimentos que le faltan a sus hermanos pobres con el agravante de que se los pretenden vender a precio internacional; entonces hay que ponerles impuestos (las retenciones).
Pero el blanco externo preferido de la permanente crispación presidencial es el FMI. En los últimos 15 años el Fondo ha sido un verdadero desastre como auditor porque no supo prevenir y/o avisar de los colapsos de México, el Sudeste Asiático, Rusia, Brasil, Ecuador, Argentina y Turquía. También tiene enormes falencias conceptuales en lo macroeconómico. Jamás pone énfasis en el peso del sector público en la economía. Con tal que las cuentas públicas cierren, no importa si ello ocurre con presiones impositivas formales salvajes que expropian los ingresos del sector blanco (como ocurre hoy en Argentina) con la consiguiente pérdida de productividad y competitividad relativa y mediocridad de la tasa de crecimiento potencial de la economía.
El otro error conceptual del FMI es olvidarse que las economías que más crecen y por más tiempo son bien abiertas al comercio mundial. Esto de ninguna manera implica avalar desastres aperturistas como los de Martínez de Hoz y Menem, que bajaron aranceles a la importación al mismo tiempo que atrasaban atrozmente el tipo de cambio por una política fiscal muy deficitaria financiada externamente. Pero también es cierto que si organismos como el FMI no exigen a países salvajes como el nuestro, que pretenden vivir hoy como lo hacía el mundo en el período que va entre las dos Guerras Mundiales (de la sustitución de importaciones), a abrirse y comerciar, difícilmente tengamos décadas de crecimiento sostenido a tasas Chinas como necesitamos.
De cara a las elecciones
Pero en el muy corto plazo lo relevante es que de aquí a fin de año vence la friolera de u$s 4.800 millones (3.7% del PIB) de capital con el FMI. Con mucha penuria, usando parte de sus depósitos en el Banco Nación y recurriendo a algún financiamiento del Banco Central, el gobierno tiene “caja” para pagarle aunque no haya arreglo y siempre que emita la deuda interna que está en el Presupuesto (u$s 2.400 millones). Por lo tanto, el efectivo del que dispone Kirchner hasta después de las elecciones, no lo pone en situación de extrema duda entre un default o no al FMI. Se le puede pagar, aunque muy apretadamente.
Sin embargo, si la actividad económica llegara a flaquear en el medio de un proceso electoral que lo puede enfrentar a Duhalde, se la hará muy difícil políticamente seguir repagándole al FMI sin acuerdo. Es más: hay un tercer escenario en el cual el Presidente también puede llegar a dudar de pagar sin acuerdo aunque la actividad económica esté firme como hoy: si sigue obsesionado con plebiscitar su mandato en las elecciones legislativas de setiembre, a lo mejor puede tratar de aglutinar más poder todavía entrando en atrasos con el FMI. Es obvio que Kirchner sabe que en esta sociedad subeducada que pasa de defender las privatizaciones a querer otra vez servicios públicos en manos del Estado en menos de 5 años sin razones de peso, el rating político de corto plazo que tendría un default al Fondo (previa teatralización bien armada) sería enorme.
Y si el “bichito” del plebiscito le pica cada vez más, también puede ocurrir que profundice su estrategia de redistribuir el ingreso, expropiando más renta empresaria para darle a los que menos tienen. Hasta ahora, entre el impuesto sobre la inflación en los balances de las empresas al no ajustarlos por inflación en un monto cercano a los $5.000 millones, los $500 millones de impuesto a los bienes personales por el no ajuste del mínimo no imponible luego de la devaluación, los $10.000 millones de retenciones a las exportaciones y los $22.000 millones por las 6 sumas fijas no remunerativas y las 8 subas del salario mínimo, ya ha transferido ingresos desde los capitalistas a los trabajadores y a los pobres por $37.500 millones (casi 10% del PIB) desde que asumió.
Eso no fue todo. Cuando a fines de 2004 decidió “aflojar” un poco con los aumentos de salarios por decreto, empezó a empujar a los sindicatos para que consiguieran algo más, situación que ahora se le está yendo de madre porque la efervescencia sindical está al rojo vivo. Ellos también saben que es un año electoral clave para Kirchner, lo cual hace que sea una situación ideal para llevar agua a su molino.
Lo racional y prudente pensando en el país más allá de las elecciones y sin olvidarnos que la situación internacional es cada vez menos favorable, sería que nada de lo expuesto más arriba ocurra. Habría que acordar con el FMI y obtener alguna refinanciación de los vencimientos de capital para no desangrarnos pagando a una burocracia ineficiente. También habría que parar ya con el aumento del gasto público por más fines sociales que éste tenga. Ya ha crecido demasiado y la presión impositiva formal es expropiatoria. Finalmente el gobierno debería no aumentar más los salarios por decreto y frenar la marea de conflictos sindicales que se avecinan. No existe que un presidente peronista no pueda frenar a los “gordos” de la C.G.T. Obvio, si lo quiere hacer.
¿Qué hará el Presidente?
(*) Nota publicada en La Nación el día 24/04/05 en página 8, Sección Economía & Negocios