Mientras la economía se recupera, los problemas de fondo siguen vigentes

Reconocido economista a nivel nacional e internacional, titular de la consultoría macroeconómica que lleva su nombre, con reiteradas y atinadas apariciones en los medios masivos de comunicación, controvertido y discutido a veces, el doctor en economía José Luis Espert (43, casado, tres hijos) aquilata entre sus méritos haber pronosticado con rigurosa precisión el colapso de la convertibilidad y la descontrolada devaluación que le siguió.

En distendido diálogo con Nuevo ABC Rural repasa su historia personal, opina sobre la educación, desmenuza la realidad económica del país y sus perspectivas futuras y analiza la situación del agro en particular.

José Luis Espert nació en Pergamino. Es hijo de un inmigrante catalán llegado al país a los cinco años, que con el tiempo se convirtiera en un industrial del rubro de artículos para el hogar, actividad que compartió durante muchos años con la de productor agropecuario. Cuando vendió la industria puso todas las fichas al campo. “La actividad agropecuaria siempre fue muy importante para mi familia; ahora vive exclusivamente del campo. Mis hermanos Gustavo y Alejandra se ocupan de las tareas operativas y administrativas respectivamente, en tanto que mi padre, José, se reserva los aspectos estratégicos del negocio”, señala el economista.

Siente veneración por su padre. “Papá es un hombre extraordinario, fuera de lo común, por sus valores y por su inteligencia”, dice con inocultable orgullo. “Lo considero de una inteligencia superior por su sentido común, por estar siempre un paso delante de las cosas, por estar informado y siempre avanzando. Es un hombre particular para mí”.

Rememorando su infancia y adolescencia en Pergamino, Espert recuerda su paso por el Colegio “San José” de los Hermanos Maristas, cuyas aulas le tuvieron como alumno desde el jardín de infantes hasta finalizar el ciclo secundario, en 1978 y asegura que “los años de la adolescencia fueron muy felices para mí, compartiendo un grupo muy grande y lindo de amigos, jugando al fútbol, al rugby y al tenis”.

Espert obtuvo el título de grado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), completando su formación académica con una maestría de estadística matemática en la Universidad de Tucumán y otra de economía en la Universidad del CEMA. Finalmente el doctorado en economía, lo obtuvo en la UBA. Este repaso de su trayectoria, sirve de disparador para reflexionar sobre la realidad del sistema educativo argentino, mostrándose partidario de los exámenes de ingreso para acceder a las carreras universitarias (ver recuadro).


– ¿Cuál es su visión de la realidad económica argentina actual?

– La historia del hombre es circular y la Argentina no escapa a esa lógica, pero hay círculos virtuosos y círculos viciosos. Argentina ingresó hace ocho o nueve décadas en un círculo vicioso de facilismo, feudalismo y corrupción, con un capitalismo prebendario, muy corrupto, muy demagógico, con mucho facilismo educativo. La consigna “alpargatas sí, libros no” nos hizo mucho mal.

Ese capitalismo, que podríamos definir como “trucho”, tuvo variantes de izquierda y de derecha, pero en esencia ha sido siempre el mismo tronco, que se profundizó después de la Segunda Guerra Mundial y que finalizó con un país alejado de su supuesto destino europeo de mediados del siglo XX para convertirse en un país típicamente latinoamericano con niveles de pobreza, indigencia, corrupción e inseguridad.

En los últimos 30 años ese país tuvo muchas crisis que profundizaron su decadencia: el “rodrigazo”, la crisis de la deuda de principios de los ‘80 con el estallido de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz; la cuasi hiperinflación de Alfonsín que logró derrotar en el ‘85 con el Plan Austral; luego la hiper del ’89, el efecto tequila del ‘94-95 y por último la crisis de 2001-2002, la peor de los últimos 80 años.

En este punto es conveniente aclarar que el estallido de la crisis 2001-2002 no es un hecho aislado en un país floreciente, sino que forma parte de un proceso de decadencia muy grande iniciado a principios del siglo XX, que se profundiza a partir de la segunda mitad y termina con un país totalmente empobrecido, con indigentes, mucha inseguridad y corrupción. Es decir que ya veníamos en decadencia, más allá de breves ciclos de recuperación que cíclicamente se dan después de cada crisis.


– ¿Estamos ahora en un proceso de recuperación?

– Vamos por el segundo año de una recuperación muy importante, tan fuerte como la que tuvimos al principio de la convertibilidad. No descartaría que Kirchner en algún momento de su mandato pueda anunciar la recuperación del nivel de PBI del año ’98, que es una especie de referente.

El Presidente podría llegar a mostrar tres cosas importantes durante su gestión: 1) que Argentina recuperó el PBI del ‘98; 2) que el índice de desocupación puede ser de un dígito el año que viene (aunque se incluya a los jefas y jefes de hogar como ocupados); 3) que la salida de capitales de argentinos hacia el exterior retorne a los niveles de la convertibilidad.

Supongo que las viudas de la convertibilidad se deben estar rasgando las vestiduras porque esta recuperación tras la devaluación, es tan fuerte como la que logró Argentina después de la hiperinflación, con tipo de cambio fijo.


– Estos indicios de recuperación ¿permitirán recomponer la economía a mediano o largo plazo?

Sólo parcialmente. Como dijimos Argentina terminó siendo un país típicamente latinoamericano, sumido en pobreza, indigencia, inseguridad, mafia y corrupción. Este tipo de países (como lo son Venezuela, Bolivia o Colombia) alternan períodos de crecimiento y de decadencia. Si bien no hay que eliminarle a nuestro país la posibilidad de crecer, la realidad es que no ha hecho los cambios necesarios para dejar de ser un país latinoamericano. El tipo de programa económico actual, no es el que permitirá ser una especie de Chile, Australia o Nueva Zelanda, ni siquiera después de varios años de crecimiento.


– ¿Por qué?

– Porque, por ejemplo, el crecimiento del empleo en Argentina es casi todo en negro, con bajos salarios, escasa productividad y sin cobertura social; con eso será difícil luchar contra la pobreza y la indigencia. Más aún: la canasta de consumo que define la pobreza es muy cara, a una familia tipo le es muy difícil acceder a una canasta de $ 720 mensuales y la que define la indigencia está en la mitad, aproximadamente. Son canastas caras.

Por eso considero que el programa económico vigente puede generar alguna recuperación fuerte como la que estamos viviendo –que tiene mucho que ver con la situación internacional- pero no permitirá dejar de ser el país típicamente latinoamericano que hoy somos.


– ¿Cuál es la esencia del programa económico implementado por Kirchner y Lavagna?

– El programa incorpora un avance muy importante para la sociedad argentina que ni la izquierda que nos gobierna discute, que es la importancia de tener equilibrio fiscal, aunque la manera de lograrlo fuera dejando de pagar la deuda.
Lo cierto es que, paradójicamente, la izquierda nuestra está haciendo una política fiscal tan ortodoxa que ni la derecha irresponsable que manejó el país en la última década fue capaz de hacer. Siguiendo con las paradojas, la supuesta derecha ortodoxa que tuvimos en los últimos 10 años con el gobierno de Menem, llevaron a la Argentina al default, que fue causado por el programa económico de la década del ’90 y no por la presidencia de Duhalde.


-¿Cómo se explica esta recuperación?

– Así como Duhalde es el factotum, después de Menem, del default, también lo es de haber evitado la hiperinflación después de la devaluación, porque hizo una política fiscal y monetaria muy ortodoxa. Y haber evitado la hiper, para una sociedad que la venía esperando fue un shock muy positivo, algo esencial a la hora de explicar esta recuperación.
Por supuesto que haber evitado la hiperinflación no es suficiente para crecer los próximos 20 años; pero la recuperación de 20% que se espera para fines de este año respecto del piso a fines del 2001, tiene mucho que ver con haber evitado la hiperinflación y con la política fiscal y monetaria ortodoxa de Duhalde.

La segunda cuestión favorable que explica esta recuperación tiene que ver con los factores externos, que Argentina no maneja, el más importante el shock positivo de precios agrícolas, en esencia el de la soja.

Si no hubiera sido así, no habría superávit fiscal primario, porque de los 4 puntos que la Argentina tiene este año previo al pago de intereses, 3 corresponden a las retenciones y 1 al impuesto al cheque. Claro que es un mérito de este Gobierno haberlo ahorrado y no haberlo gastado.


– ¿Qué hubiera ocurrido sin los buenos precios agrícolas actuales?

– Seguramente no tendríamos ese superávit primario. Tal vez el Gobierno hubiera aplicado retenciones más altas, tanto por la realidad social como por las cuestiones ideológicas. Tenga en cuenta que históricamente el peronismo ha sido un expropiador de los ingresos del campo, algo que empezó con el IAPI de Perón hace más de medio siglo. El peronismo -y este peronismo de izquierda medio montonero que tenemos en el Gobierno- piensa que los productores agropecuarios son unos oligarcas a quienes hay que expropiar.


– ¿Deben aumentarse las tarifas por servicios públicos?

– Lo que está ocurriendo con la cuestión energética, dentro de la cual está el tema tarifas, es la primera advertencia que recibe Kirchner sobre las consecuencias de hacer demagogia con instrumentos claves de la política económica.

Así como la política chabacana de Menem de hacer demagogia con el tipo de cambio fijo, la crisis energética es la consecuencia de haber utilizado también de manera demagógica un instrumento clave en política económica como es el de las tarifas.

Por no haberlas ajustado en el inicio del ‘modelo productivo’, en enero de 2002, estamos terminando con desabastecimiento e importando combustible de Brasil, Venezuela y Bolivia a precios internacionales exorbitantes, con costos fiscales extravagantes. Es mentira que esto es obra de la falta de inversión de las empresas.

Por eso el tema energético puede quitarle un par de puntos al crecimiento que por el crecimiento actual, no se notará demasiado. Es como el desquicio que el ministro Tomada está haciendo en el mercado laboral, aumentando los costos laborales al incorporar sumas fijas no remunerativas, después incorporándolas al salario o subiendo los aportes patronales para financiar más el sistema de seguridad social. Eso hoy no se nota porque la economía está creciendo al 10 por ciento y genera empleo. Pero a largo plazo se va a sentir la presión impositiva salvaje, los impuestos distorsivos, el desastre del mercado laboral, la crisis energética, y el hecho de que no se dejan de defaultear contratos.


– ¿Cuál es su pronóstico para el corto plazo?

– Si dentro de los próximos meses Argentina cierra un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y con los acreedores extranjeros, si Brasil no defaultea y si Al Kaeda no detona un arma de destrucción masiva en el mundo, creo que Kirchner tiene chance de terminar su mandato en el 2007 con un crecimiento que si bien será muy inferior al 10 por ciento actual –como máximo será de la mitad- y redondear cuatro años de crecimiento económico. Pero me cuesta pensar que con este modelo Argentina podrá tener 25 años de crecimiento al 10 por ciento, y poder salir de la pobreza y la indigencia actual.


– ¿Cuál debería ser el cambio de paradigma para lograr ese objetivo?

– En esencia tiene que dejar de ser un país feudal y mafioso. Hay provincias donde eso existe, tal el caso de Santiago del Estero, San Luis, Salta, Entre Ríos o Corrientes y hasta algunos hablan de Santa Cruz.

Ser un país del primer mundo, implica un comportamiento equivalente: ser un país democrático en serio, que comercie con todo el mundo – no sólo con el Mercosur- que eduque a los chicos, que haga hincapié en que el facilismo no lleva a nada. No debe haber una elite gobernante; no puedo ser, que los peores elementos de la sociedad, salvo honrosas excepciones, estén gobernando el país.


– ¿Es adecuada la propuesta de quita en la deuda hecha a los acreedores?

– Lo que el mundo no entiende es el discurso de Kirchner donde los culpables de la peor crisis de la historia son los que nos prestaron plata y el auditor (el FMI), mientras nosotros no tenemos ninguna responsabilidad. Con ese discurso no vamos a ningún lado.

Yendo a la discusión de la deuda, recordemos que el 22 de setiembre de 2003 Argentina hizo una propuesta en Duwait, planteando una quita real superior al 90%, ya que a la quita nominal del 75% se agregaba el no reconocimiento de los intereses atrasados, más el alargamiento de plazos, más la pretensión de una espectacular baja de intereses sobre la nueva deuda respecto de la deuda que entró en default.

Sumando estos tres elementos, se llegaba a casi el 90% de quita y ningún acreedor del mundo va a cerrar un acuerdo donde le reconozcan menos de 10 pesos por cada 100 que prestó. Por lo tanto si Argentina propone lo mismo no habrá acuerdo, porque los acreedores están esperando otra cosa.

Además, teniendo un superávit fiscal de casi 4 puntos, el país está en condiciones de hacer una mejor propuesta, por ejemplo una quita del 65% de la deuda, o tal vez menos, y eso los acreedores lo saben.

Por el momento, no habría que descartar que no se cierre un acuerdo con los acreedores antes de agosto, y esto se entronca con la discusión con el FMI en el tercer trimestre acerca de las metas para el 2005. Es posible que durante una buena parte del segundo semestre de este año, estemos sin acuerdo ni con los acreedores ni con el FMI. Hay que estar preparado para eso y tomarlo sin dramatismos.

Mi postura es que con 3 puntos del PBI, Argentina puede mejorar sustancialmente su oferta. Si no lo hace es por cuestiones ideológicas. Esta ideología que dice que el culpable de lo que nos pasa es el extranjero.


– ¿Y cuál cree que será en definitiva la postura del Gobierno?

– El escenario más probable es que se siga parando en la propuesta de máxima (quita del 75%). Pienso que el default de la deuda es funcional al modelo productivo de este Gobierno: “No pago la deuda, no tengo que mandar la plata afuera, no aumento las tarifas, no le afecto el bolsillo a la gente (aunque tenga que pagar un costo fiscal extravagante que hoy puedo asumir porque la situación fiscal es muy holgada)”.


El campo


– ¿Qué futuro ve para el sector agropecuario?

– No descarto que –como en otros países latinoamericanos- en la Argentina haya sectores a los cuales durante algún tiempo les vaya muy bien. El país está en recesión, la pobreza no baja fuertemente, la indigencia se mantiene alta, pero algún sector puede crecer.

El agro es uno de los sectores que, con estos precios, andará bien, al menos en el corto plazo; y si se reducen las retenciones tal como está comprometido con el FMI, será un sector de gran dinamismo, más aún cuando está luchando a nivel internacional por la baja de los subsidios agrícolas, al menos en negociaciones bilaterales con la Unión Europea, donde se ha avanzado más que con el ALCA.

A corto plazo, el horizonte es promisorio y lo sería mucho más si se hiciera el cambio de paradigma que mencionamos antes, si se abriera al mundo. Cuanto más se quiera emular a los países cuyos ingresos per cápita son 6 veces superiores al nuestro, mejor le va a ir al agro.

Pero aun sin ese cambio, igualmente le irá bien porque los precios actuales de los commodities, aunque no se mantengan, no se van a destrozar. Al dólar lo veo débil todavía y las estimaciones de corto plazo dan bajos stocks en relación a la demanda mundial.

Y aún sin cambio de paradigmas, la exportación –y ahí el agro se lleva las palmas- es un sector clave, así que aunque sea por supervivencia política, veo una buena perspectiva para el campo.


AgroActiva

“Ojalá que AgroActiva siga posicionándose como se está posicionando, de manera tan firme. Este tipo de emprendimientos para un sector tan importante como el agro, es esencial, es una manera de mostrarle al político promedio argentino –que no quiere demasiado al campo- su verdadera importancia.
“Esa exposición me parece una actividad extraordinariamente importante para que se cambie el concepto absurdo, retrógrado que sugiere que en el campo son todos oligarcas que viven mirando para arriba, cuando es gente que trabaja 24 horas por día”.


La Educación

Espert recuerda que en 1980, cuando ingresó a la UBA, existía el examen de ingreso. “Eramos 8 mil aspirantes y entramos sólo mil”, señala.

“Mi carrera universitaria me demandó 13 años de estudio, contabilizando carrera de grado, maestrías y doctorado y a la luz de mis propios resultados, considero que cuanto más le exijan a uno, cuando más duro sea el estudio, mejor será para el estudiante, y en ese camino de dureza, el examen de ingreso me parece una necesidad.

“Lamentablemente en la Argentina asociamos democracia y solidaridad con vagancia y facilismo en el estudio y nada tiene que ver una cosa con la otra. Y sino ahí están los resultados: hoy día los ‘bochazos’ en las universidades son enormes y eso es fruto del facilismo.

“Argentina es un país que no resiste el más mínimo estándar educativo internacional; cualquier estudio serio que se realice, tanto acá como en el exterior, sobre el nivel
educativo de nuestro país, determinará que es muy bajo”.

Espert aseguró que uno de los problemas actuales es el escaso nivel de exigencia, a lo que se suma el error de contextualizar la educación básica. “Chicos que están en la primaria y viven en lugares pobres, reciben de la escuela una educación contextuada, es decir que por ser chicos pobres se les exige poco, con lo cual jamás van a dejar de ser pobres porque se les exigió poca educación. Para que el chico pobre deje de ser pobre, tiene que ser exigido igual o más que el chico rico”.

El economista está convencido que el deterioro educativo se profundizó a partir de la democracia. “Hoy, por ejemplo, la Facultad de Ciencias Económicas es una escuela de adoctrinamiento marxista. Por eso dejé de dar clases allí, donde era titular de una cátedra, que abandoné porque la calidad del alumnado era lamentable. No soportaban la más mínima exigencia en los exámenes”.

Nota Original: NUEVOI ABC RURAL | ABRIL DEL 2004

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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