Lo extenso de la recesión -la peor en los últimos 20 años-, la caída de los precios internacionales de los bienes que la Argentina exporta, la fortaleza del dólar y la debilidad del euro y las pocas expectativas de una rápida recuperación de la producción caldean algunos ánimos en contra de la convertibilidad.
Desde que en 1991 se redujo fuertemente la incertidumbre cambiaria y se renunció a hacer política monetaria -financiar los gastos del Estado con emisión de billetes- el abandono del esquema cambiario ha sido un tema tabú. Quienes se atrevieron a mencionarlo en público, incluso fueron castigados en las elecciones.
Sólo en 1999 desde la Casa Rosada y el Banco Central apareció como fogonazo de despedida de la administración menemista una propuesta -que nunca llegó a proyecto- para que la Argentina adopte el dólar como moneda. Y en realidad, fue la única discusión pública intensa y sostenida por muchos sobre el tipo y valor de moneda de la Argentina.
Muchos coinciden hoy en que la convertibilidad pasa por uno de sus peores momentos. Pero muy pocos se animan a decir que la devaluación es la solución. Y aunque sean varios los que lo piensen, en público, todavía, “de eso no se habla”, al menos a favor.
Son pocos los economistas que se animan a pedirla sin vueltas. Eduardo Curia es uno. Héctor Valle, ex director del Indec y actual titular de FIDE, coincide. Para él no habría que hacerlo ya, pero hay que ponerse a estudiar la salida. “Es evidente que seguir con este esquema supone lo que está haciendo el Gobierno: nuevos ajustes en el sector público y conseguir una mayor deflación de precios, para compensar la sobrevaluación del peso.”
Y aclara: “Mi punto de vista es que la Argentina tiene por lo menos que abrir el debate sobre la salida hacia un esquema más flexible”. Reconoce también que son “innegables los efectos inflacionarios que se generarían”. También cree que habría que generar una cobertura para los endeudados en dólares, pero sólo por pasivos de hasta US$ 100.000.
Casi nadie más defiende en público esta hipótesis. Son mayoría quienes vaticinan una catástrofe como consecuencia de una devaluación.
Para José Luis Espert, titular de Espert y Asociados, la Argentina entraría inmediatamente en un default. Es decir, no podría pagar su deuda. “Todos recordamos las terribles consecuencias que tuvo para todos años atrás cuando la Argentina dejó de pagar sus deudas; perdimos una década”, dice el economista.
Para Horacio Liendo, que integró el equipo de Economía que diseñó el plan, devaluar sería una barbaridad. “Bajarían los salarios y la deuda pública, que en gran parte está dolarizada, sería mucho más difícil de pagar, porque la Argentina debe dólares y recauda pesos”, dice el hoy titular de Mercobank.
Alberto Ades, analista de Goldman Sachs, dice que “los comentarios sobre una salida de la convertibilidad son una pavada”.
Y Fernando Losada, de ING Barings, sostiene que “nadie, ni en el gobierno argentino, ni entre los analistas, ni entre los economistas más reconocidos está proponiendo una devaluación. La mejora de la actual situación hay que buscarla por otro lado”.
Por supuesto, quienes piensan como Valle, descartan la dolarización como una solución.
Para Liendo, Espert, Losada y Ades la respuesta es la misma. Coinciden en que no resuelve los problemas de la Argentina. El otro detalle no menor es que los Estados Unidos no se manifiestan demasiado interesados por facilitar el proceso.
Sin embargo, pese a todas estas oposiciones, el Gobierno habría recibido desde los primeros días de gestión presiones muy importantes para adoptar la moneda de los estados Unidos en lugar del peso.
Al menos es lo que revela el senador radical Leopoldo Moreau. “Son los sectores que quieren que la Argentina abandone el Mercosur y se abrace a la idea del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA)”, sostiene el legislador.
“Pero la respuesta de De la Rúa ha sido muy fuerte desde el principio. Se ratificó el Mercosur y se descartó la dolarización”, recuerda Moreau.
Para Liendo, cambiar de moneda “sería perder los por lo menos US$ 800 millones por año que la Argentina obtiene por la colocación de sus reservas que respaldan la convertibilidad (señoreaje). Lo que hay que hacer es consolidar el peso, lograr que se use aún más y eso bajará el diferencial de tasas con el dólar”.
Lo que propone el titular del Mercobank es que los bancos centrales del Mercosur faciliten el pago de las transacciones comerciales entre los socios en las monedas del área. “Así, un exportador argentino podría recibir pesos de sus clientes brasileños. A la inversa, los argentinos que importen pagarían con reales. Hay que acordar costos cambiarios muy bajos y eso consolidaría las monedas”, agrega.
Para Espert, la apreciación del peso proviene de malos manejos fiscales. Y la solución está en el frente fiscal. “La dolarización no resuelve ni el diez por ciento de los problemas de la Argentina. Y si bien elimina el riesgo cambiario, se mantiene el riesgo crediticio”, apunta.
Para el economista, hay que bajar a $ 400 mensuales todas las jubilaciones que superen ese monto, eliminar las asignaciones familiares, y cortar en $ 1500 millones los gastos de funcionamiento de los tres poderes del Estado. Como no son éstas las cosas que se están planteando en el paquete fiscal en danza, duda de su eficacia a largo plazo.
Ades incluso asegura que “no parece que la Argentina tenga problemas de competitividad”, Y para él, también “la convertibilidad aguanta. Las correcciones y las políticas por introducir en la Argentina son independientes de cualquier política cambiaria”.
El sector productor de bienes exportables podría ver con buenos ojos una depreciación del peso.
Pero Liendo dice que “si el problema es que el euro está muy bajo y el dólar muy fuerte, hay que tener audacia e inteligencia para encontrar los mecanismos para vender mercaderías a los Estados Unidos”.
En la Unión Industrial Argentina no hay una única opinión sobre el tema. Y nadie quiso opinar para esta nota. En general se reconoce que dentro de la central fabril hay un ala más inclinada a pedir el encarecimiento del dólar. Pero el planteo está lejos de ser institucional y mucho menos se lo expresa en público.
Luciano Miguens, vicepresidente de la Sociedad Rural, dice que “el campo es uno de los sectores más perjudicados por este corsé, pero la convertibilidad hay que defenderla, porque en este país, con la cultura de la hiperinflación, podría sufrir graves trastornos en caso de salir del esquema”.
Para Miguens, “las posibilidades de mejora deben venir por el lado impositivo, por la regulación de los servicios públicos que tienen tarifas muy altas, porque el costo argentino es el gran problema”.