La globalización genera la posibilidad de que los países cuenten con financiamiento abundante y barato para sus aventuras presupuestarias (déficits en la cuenta corriente de la balanza de pagos y déficits fiscales) que, a su vez, generan crecimiento. El problema consiste en que la economía es, básicamente un juego de suma 0 y como contrapartida negativa aparece la negatividad de movimiento de capitales a nivel internacional. De ésta manera, se requiere de otra actitud por parte del FMI como auditor de las políticas económicas: prestar menos dinero pero permitir que los países puedan quebrar como las compañías privadas.
Tres años después de la crisis mexicana comienzan a reproducirse crisis financieras y bancarias similares en los países del sudeste asiático. En ellas confluyen elementos que en algunos casos también estaban presentes en México: crisis política, carteras bancarias con bajísima probabilidad de recupero y tasas de crecimiento de la absorción doméstica que llego un momento que desaceleró a la expansión de las exportaciones. Y finalmente, situaciones fiscales es aquellos países que antes de la aceleración en el crecimiento tenían fiscos superavitarios terminaron con los mismos niveles de superávit y los que presentaban fiscos deficitarios culminaron con el mismo déficit fiscal. En éste último sentido, la conclusión clara es que la política fiscal fue absolutamente procíclica: cada dólar recaudado se gastaba (igual que en Argentina) por más que sus tasas de ahorro internas fueran del orden de 35% del PBI. De no ser así tendría que haber una mejor espectular en sus situaciones fiscales.
La receta clásica
La clásica recomendación estratégica que ha surgido desde el mundo desarrollado para organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) a partir de la devaluación mexicana y los problemas que enfrentan los países del sudeste asiático es, profundizar los mecanismos de supervisión de las políticas económicas de los países que cuentan con su apoyo financiero e incrementar sus fondos líquidos para ayudar con mayor eficiencia y profundidad a los países que enfrentan problemas de pánico financiero y cambiario.
El sustento conceptual, fundamentalmente de la última actividad del FMI (la de prestar ayuda financiera a los países con problemas de pagos) es que, a diferencia a las compañías del sector privado, los países no pueden quebrar. Esto no es necesariamente así a la luz de lo ocurrido en México y en algunos de los países del sudeste asiático, donde las situaciones de “default” han alcanzado el sector privado, pero también al sector público. De ésta manera, si los fiscos pueden quebrar, la pregunta que habría que formularles si el FMI no podrá, en remplazo de sus actuales atribuciones, tener las facultades que poseen los que conducen los concursos preventivos cuando una empresa privada se presenta en convocatoria. Después de todo, el dilema que aparece cuando un país quiebra no es distinto del que se presenta cuando una empresa privada se va a la quiebra: los acreedores e inversores pujan desesperadamente por la salida a pesar de que si actuaran de manera cooperativa, ambos se beneficiarían.
Para que el FMI pueda llevar a cabo la tarea de conducir el concurso para un país, no necesita la enorme cantidad de dinero que demanda ser un prestamista de última instancia a nivel internacional como le ocurre en la actualidad. Pero si se necesita de un esquema legal lo suficientemente claro como para que el concurso sea una oportunidad para la nación que enfrenta problemas financieros.
Los elementos financieros
Las leyes concursales par empresas tienen los tres elementos básicos para la hipotética nueva tarea del FMI: una suerte de congelamiento de las deudas para evitar que cualquier acreedor individual se apodere de todos los activos de la compañía; un mecanismo de “quitas” en sus deudas y la posibilidad de emitir deuda que sea más “senior” que la vieja (este sería el caso de las deudas tomadas después del inicio del concurso versus las tomadas antes del mismo).
Esto último podría haber ocurrido en México, cuando luego del efecto tequila, la deuda de más corto plazo podría haber sido reestructurada con un nuevo financiamiento pero con una garantía por parte del FMI que le hubiera dado un seniority que antes no tenía. De esta manera los inversores privados hubieran estado de acuerdo en ingresar capital nuevo rápidamente y así se podría haber evitado “credit crunch” (caída del crédito) que se produjo en la realidad y que causó una recesión espectacular.
Esta alternativa parecería ser más razonable que simplemente ampliara los recursos prestables del FMI dado que, entre otras cosas se evitará la externalidad negativa para el resto del mundo de tener que financiara con más impuestos la “fiesta” financiera que aprovecharon unos pocos amantes del riesgo. En un mundo globalizado como el presente donde el grueso de los capitales que entran en los países es “hot money” (dinero extremadamente volátil), el cambio en las actividades del FMI hacia prestar menos y conducir los recursos de los países con problemas financieros se hace todavía más necesario.
A pesar de todo, la mencionada propuesta de ninguna manera está exenta de problemas, aunque claramente es menos conflictiva que la actual política del FMI. El riesgo principal es que aparezca un “moral hazard” (daño moral) consistente en que si los gobiernos saben que ante dificultades financieras extremas producidas por malas políticas económicas, el FMI reestructurará sus deudas, no habrá incentivos en mejorar la performance del sector público (este moral hazard existe con mayor profundidad todavía con la actitud presente del FMI frente a los defaults de los gobiernos).
Manejo responsable
A diferencia de lo que ocurre cuando una compañía del sector privado entra en concurso, el “management” del país (o sea, el gobierno) no puede ser reemplazado por el juez que interviene en el concurso. Por lo tanto lo ideal para lidiar con el moral hazard comentado anteriormente es que tanto la aparición de financiamiento (política actual del FMI) como la reestructuración de la deuda (propuesta alternativa) sea lo suficientemente condicionada para evitar que los países los utilicen de manera poco responsable.
Otra dificultad que posee esta alternativa es que el FMI debe tener poder legal para intervenir en los contratos que ha firmado el gobierno que entra en default con sus acreedores, con lo que habría una disminución de la capacidad de autodeterminación financiera de las naciones (cosa que en parte ya ocurre en los hechos con la globalización) y esto no es fácil de digerir para la clase política en general. De todas maneras, es muy necesario que se piense en nuevas ideas complementarias o sustitutas de las actuales antes de que se sigan derrumbando mitos como la idea de que México por lidiar con los EEUU era indestructible y que los países del sudeste asiático, con tasas de ahorro únicas en el mundo podrían sostener indefinidamente déficits en sus cuentas corrientes de las balanzas de pagos de 6% del PBI.
BAE – Pág. 31 – 10 de Septiembre de 1997