Resulta díficil crecer y ahorrar al mismo tiempo

Si hay una lección de política económica que se extrae con nitidez de las elecciones del 14 de mayo es que el activo con más alta tasa de retorno hoy en la Argentina (en el caso de la política el rendimiento son los votos) es la estabilidad de precios.
Todavía están frescas en la mente de la comunidad, las tasas de inflación del 20% mensual de la década del 80, el proceso hiperinflacionario de febrero/julio de 1989, los estallidos hiperinflacionarios de fines de diciembre de 1989 y marzo de 1990 y la refinanciación de depósitos de fines de 1989.

En ese sentido, la Ley de Convertibilidad, al fijar el tipo de cambio y dar la sensación de racionalidad en el manejo de la política fiscal y monetaria, ha resultado fundamental para la satisfacción de la demanda por estabilidad que nace en la Argentina después de años de desmadre en el manejo de las cuentas públicas. La única manera de reemplazar a la Ley de Convertibilidad en el largo plazo (en el corto, no hay alternativa) sería por un instrumento que tenga más virtudes (Ej.: verdadero control del gasto público) y menos puntos débiles (Ej.: extrema vulnerabilidad a los shocks externos) que la caja de conversión que tenemos, lo cual, es sumamente difícil de lograr. Nunca el cambio podrá ser hacia instrumentos más laxos (salvo que existan deseos de arriesgar mucho políticamente). El pasado nos condena.

La mención al tema del gasto público en párrafos anteriores no fue casual porque hoy la Argentina tiene que lidiar con una caja de conversión que enfrenta un gasto público 60% más alto que al inicio de la convertibilidad y con algún grado -todavía- de salida de capitales, lo cual, tiende a generar un problema de nivel de actividad y de empleo sumamente serio.

La salida de capitales, no es más (ni menos) que la pérdida del ahorro externo que estaba financiando el déficit de cuenta corriente que, a su vez, es el concepto de desahorro interno más amplio y apropiado para el problema que se analiza en esta nota dado que mide la desacumulación de activos financieros que hace un país contra el resto del mundo.

La pérdida de financiamiento externo lleva automáticamente, en un primer round, a la pérdida de reservas del banco central (en general los stocks juegan contra los stocks) y en un segundo round a la generación de ahorro interno (no hay experiencia en el mundo en la que toda la salida de capital juegue solamente contra los stocks, además de ser imposible analíticamente), el cual a su vez se puede lograr devaluando (prohibido por la Ley de Convertibilidad), dejando que el sector privado sólo se ajuste de manera violenta o ayudándolo, desde los que hacen política económica, para evitar una caída muy violenta del gasto doméstico por las consecuencias que puede tener sobre la tasa de crecimiento de la economía (la verdadera función de la política económica en estabilidad de precios es la de hacer política económica contracíclica o por lo menos no acentuar los ciclos) como por ejemplo hacía Alemania en las décadas inmediatamente posteriores a Bretton Woods cuando luego de devaluar, inmediatamente, bajaba la tasa de interés para facilitar el ajuste del sector privado.

Esto último es posible en la medida que el gobierno tenga “resto” fiscal para perder solidez en sus cuentas públicas y devolverle a la economía algo del “aceite” que pierde por la salida de capital.
Si no es así y el gobierno en el momento de producirse el shock externo adverso, está con déficit fiscal (es el caso argentino cuando estalla la crisis mexicana a fines de diciembre de 1994) se agrava la tendencia a la cesación de pagos por lo que tiene que ajustar fiscalmente más de lo necesario (“shock de rusticidad”) para recuperar el equilibrio fiscal y compensar la potencial pérdida de él ante la inevitable desaceleración del nivel de actividad económica. Adicionalmente, se necesita de financiamiento externo de tipo institucional para no generar un crack productivo por el sobreajuste fiscal.

La consecuencia de este juego a dos pinzas (desahorro externo y “shock de rusticidad fiscal”) es que finalmente aparece el tan mentado “ahorro interno” que no es más que la tendencia natural, con este escenario, hacia el superávit en cuenta corriente de la balanza de pagos y una fuerte desaceleración en la tasa de crecimiento de la economía. La evidencia internacional también muestra que, junto con la reaparición del ahorro interno, las exportaciones crecen más que la caída de las importaciones. Precisamente esto es lo que está pasando en la Argentina de hoy y también pasó en los duros años 1989 y 1990 (plena salida de capitales).

De manera tal que, en principio, la dinámica de la convertibilidad desde la crisis mexicana no merece aprobación particular alguna simplemente porque funcionó como ocurre en general en todos los países del mundo, cuando hay salida de capital. Sí es un “gol” tibio a favor que las exportaciones en los años de la expansión (1991/1994) hayan pasado de u$s12.354 M en 1990 a u$s15.740 M en 1994 (los probables u$s18.000M/u$s19.000 M para 1995 cuentan poco para un buen calificativo por lo mencionado anteriormente).

Como contracara, las experiencias más exitosas de crecimiento en el mundo muestran que, inevitablemente, la condición básica para la expansión económica son tasas de inversión altas, las cuales, en general van acompañadas de déficit en cuenta corriente. Una de las pocas excepciones a este último punto es Japón que se ha dado el “lujo” de crecer exportando capital y monetizándose con el ahorro interno porque su tasa de inversión supera el 32% del PBI (en Argentina es de 20% del PBI) y su proceso tecnológico ha estado permanentemente generando shocks espectaculares hacia el alza en las tasas de retorno del capital. Aún así, ya está teniendo problemas con su elevado nivel de ahorro interno no sólo para crecer sino también con EE.UU.

Siendo así las cosas, el crecimiento de las exportaciones en 1995 (el gobierno lo calcula en el 20% sobre 1994) no podrá ser mantenido en el mediano plazo (con lo cual tampoco podría ser sustentado el pobre crecimiento del producto de 1995) si no suben también las importaciones. En ese caso, desaparece el ahorro interno que hoy tendemos a lograr (suponiendo una baja o nula entrada de capital). De esta manera, estaríamos exportando para “pagar” nuestras importaciones, lo cual no tiene nada de malo porque los “tigres” del Sudeste Asiático (invierten más que Japón todavía) hace 20 años que no paran de crecer y lo han hecho en promedio con déficits en cuenta corriente muy bajos.

De todas maneras, esto último no es fácil para la Argentina porque nuestros salarios no son sólo para gastar en arroz, por lo tanto, el potencial propio (definido como lo que queda del ingreso después financiar el gasto corriente) que tiene la Argentina para generar inversión no es tan grande como Singapur, Malasia, Corea, etc. por lo que es más complicado para la Argentina crecer sin ingreso de capital (de todas maneras, no hay que descartar que el ciclo de negocios en los EE.UU. sea favorable para la Argentina en 1995), sin progreso tecnológico y sin capacidad alguna para modificar precios en el mercado internacional de bienes, servicios reales y activos financieros.

Como vemos, el vernos obligados a crecer en base a las exportaciones (como se dice hoy habitualmente), no es “soplar y hacer botellas”.

Ámbito Financiero – 25 de Mayo de 1995

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José Luis Espert

Doctor en Economía

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