Sindicalistas, verdaderos señores feudales

Tienen un gigantesco poder político, son un tercio del movimiento justicialista y manejan sumas millonarias en un país con 30% de pobres

Pareciera ser ayer que el presidente Mauricio Macri le dio al sindicalismo el control total y directo de los fondos de las Obras Sociales al designar al médico Luis Scervino, espada del líder del sindicato de Obras Sanitarias, Luis Lingeri, presidente de la Superintendencia de Servicios de Salud. Fue hace poco que Macri les devolvió a los sindicatos 29.000 millones de pesos del Fondo Solidario de Redistribución que el kirchnerismo retuvo unilateralmente durante años en una cuenta del Banco Nación.

Sin embargo, desde el anuncio del paro general que la CGT llevó a cabo el pasado 6 de abril, el Presidente se ha mostrado duro y hasta agresivo con los sindicalistas. Casi les dijo “mafiosos” en la cara en un acto en el Salón Blanco de la Casa Rosada, en el que presentó el Acuerdo Federal para la Construcción, uno de los tantos convenios sectoriales que el Gobierno firma con sectores “sensibles” que no tienen nada que envidiarles a los de Cavallo de 2001 o los del ex jefe de Gabinete kirchnerista, el actual intendente y a veces hasta recolector de basura en Resistencia (Chaco), Jorge Milton Capitanich. “Que no nos dobleguen” (en referencia a los sindicalistas), machacó el Presidente unos días más tarde e insistió con su proyecto de hacer más cristalinas las elecciones en los sindicatos.

¿Va en serio el Presidente contra los sindicalistas o se trata de una cortina de humo, como su obsesión por el déficit fiscal, cuando no para de aumentarlo, o su deseo de una economía más abierta al mundo, cuando al mismo tiempo cuida que los sectores “sensibles” mantengan altos niveles de protección, provocando que muchos argentinos, los fines de semanas largos huyan a los países limítrofes a comprarse “todo”?

En cualquier caso, es bueno poner de manifiesto que sin eliminar, dar de baja y cambiar por completo el actual sistema sindical, la Argentina no abandonará la decadencia casi secular que denuncio en mi libro de reciente aparición “La Argentina Devorada” (Galerna).

Los sindicalistas, a pesar de que tienen miembros presos, como el ex bancario Juan José Zanola, o el ex factótum del Sindicato de Obreros Marítimos Unidos (SOMU), el Caballo Suárez, y otros por ser partícipes de asesinatos, como el ex ferroviario José Pedraza, también tienen otros que se pavonean orondos designando presidentes de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), como Hugo Moyano, u otros como el capitoste del Sindicato Único de Trabajadores de Edificios de Renta y Horizontal (Suterh), Víctor Santa María, que es dueño de diarios y hasta de programas de radio y televisión.

La patología número uno de los sindicatos es su gigantesco poder político. Son un tercio del movimiento justicialista, o sea, un tercio de la representación del PJ por estatutos corresponde a los sindicalistas. Ponen gobernadores, intendentes, tienen gran cantidad de representantes en todos los parlamentos del interior, más de cincuenta legisladores entre diputados y senadores. Tienen un poder social, por la cantidad de representación que tienen, que si bien varía según el gremio, en todos los casos es fabuloso. Y como es evidente, tienen un poder económico extraordinario. Constituyen, después de YPF y junto con la multinacional argentina Ternium, la segunda empresa en facturación de la Argentina, entre las obras sociales y los aportes compulsivos a los sindicatos, con alrededor de $ 120.000 millones al año, el 1,2% del producto bruto interno (PBI). Todo esto con controles administrativos que tienen la solidez de un flan.

Detengámonos un poco acá. Los sindicatos son sujetos de derecho privado, pero es el Estado, con todo su poder de policía a través de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), la que recauda los ingresos de “sus” Obras Sociales. Algo parecido ocurre con la cuota sindical, que siendo una detracción que sufre el trabajador de su salario, es el empresario el que la recauda por cuenta y orden del sindicato. El sindicalista sólo tiene que esperar que entren esos verdaderos tsunamis de dinero sin realizar esfuerzo alguno… y gastarlos.

¿Cómo les va a importar a nuestros sindicalistas que los impuestos al trabajo (récord mundial) hambreen a los trabajadores cobrando salarios de bolsillo miserables y provoquen más de un tercio de los trabajadores en negro (única manera que las empresas tienen de lograr algo de flexibilidad laboral) si manejan semejante montaña de dinero?

Otra patología es que el sistema está armado para que siempre estén los mismos, para que no haya mayorías y minorías. El que gana se lleva el 100%, lo cual es contrario a cualquier sistema democrático. Si hay dos o tres listas, debería haber una representación proporcional de todas ellas. Es inadmisible que el sindicato “más representativo” se lleve todo, vaciando de contenido al resto de los sindicatos que pululan en el sector.

Los estatutos sindicales son normas privadas que, como se articulan a partir de la ley de asociaciones profesionales (o sindicales), tienen fuerza de ley y, según estos estatutos, en la mayoría de los casos, para ser secretario general del sindicato hay muchos más requisitos que para ser presidente de la Nación. Para ser presidente de la Nación tengo que ser argentino nativo y tener más de treinta y cinco años. Para ser secretario general de un gremio, tengo que haber hecho una carrera dentro del sindicato. Si no fui delegado, si no estuve en la comisión interna zonal, si no estuve en la comisión interna provincial, no puedo nunca ser secretario general.

Otra patología es la “personería única” (unicato), porque eso viola la democracia sindical, tal como lo afirmó la Corte en su fallo ATE en 2008. Un ejemplo del sindicato único, válido para casi todos los sindicatos: el capo-sindical se presenta a elecciones y gana, como lo hace sin falta desde hace cuarenta años. ¿Cuál es su técnica ante cada elección? La lista única. A los representantes más importantes de la lista disidente que tienen posibilidades, cosa que ocurre cada vez que hay elecciones, en general, cada cuatro años, les dice algo así como: “Si vos renuncias a tu lista, te hago secretario de (por ejemplo) derechos humanos y empezás a rosquear con nuestra plata. Si te mantenés en el concurso y perdés, prepárate, porque de acá te echo a patadas”. De manera que gana siempre las elecciones con lista única.

No puede ser que la negociación sea centralizada. ¿Qué tienen que ver las necesidades de una multinacional automotriz con un tallercito mecánico en un recóndito lugar del interior del país?

Los sindicatos son monarquías hereditarias, legan su poder a sus hijos; un ejemplo notable es Pablo Moyano. Hay varios casos similares. Por otro lado, como manejan el aparato, también manejan las urnas, lo que significa que hay fraudes a lo loco. La reelección indefinida y la ultraactividad tienen que ser eliminadas. ¿Cómo puede ser que el grueso de los convenios colectivos de trabajo, por más nuevos que sean, todavía tengan como tronco conceptual la Argentina de mediados de los 70 cuando la “juventud maravillosa” trataba de llevarnos al paraíso cubano o, si se quiere ser más actuales, al edén venezolano?

Sindicalistas millonarios con 30% de pobres desde hace 30 años. ¿A quiénes representan? Al trabajador, seguro que no.

El autor es economista y autor de “La Argentina Devorada”

Publicado en La Nación el domingo 23 de abril de 2017

José Luis Espert

José Luis Espert

Doctor en Economía

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