¿Otra vez el dólar barato? (*)

La Primera Guerra Mundial fue el comienzo de una etapa oscura que duraría hasta el fin de la segunda conflagración planetaria, signada por la casi inexistencia de relaciones comerciales entre países y el intento generalizado por desarrollar actividades volcadas esencialmente al mercado interno. Sin embargo, después de 1945, las democracias que resultaron ganadoras del conflicto retomaron el camino de la libertad y el intercambio comercial con pocas barreras.

En contraposición, Argentina decidió imitar al capitalismo corporativo de la Alemania nazi y del fascismo italiano, eligiendo como "prima donna" a su industria a costa del campo, siempre poniendo énfasis en el mercado interno, cerrando la economía a la competencia extranjera y tratando de maximizar su tamaño sobre la base de aumentos de salarios por decreto y/o atrasos cambiarios insostenibles. Siempre hubo además, una condición indiscutible: tener el Estado más grande posible para redistribuir ingresos, sin llegar al extremo socialista de la expropiación del capital.

En los últimos 30 años hubo dos momentos de máximo atraso cambiario por programas de estabilización que usaron al valor del dólar como ancla nominal: La tablita y la convertibilidad. Ambos terminaron en gigantescos colapsos y megadevaluaciones por seguir políticas fiscales bien procíclicas: gastarse todo el aumento de recaudación que se producía por el milagro de una entrada de capitales gatillada por tasas de interés excepcionalmente bajas en el Primer Mundo.

Hoy el empresario argentino, a pesar del discurso oficial del "dólar alto" y de que sólo seis años atrás el país hizo la devaluación más grande de su historia en tan sólo un semestre (primero de 2002), se queja amargamente de que enfrenta costos en dólares tan apretados como antes de la devaluación del primer semestre de 2002. La pesadilla cambiaria de fines de 2001 vuelve a producir insomnio a más de uno.

Sin embargo, cuando uno mide el tipo real de cambio de manera multilateral, o sea, con todos los países con los cuales Argentina comercia y aún computando la inflación verdadera entre enero 2002 y agosto 2008 del 180%, el valor al que se llega es de 52 en un índice con base 100 en diciembre de 2001.

Es decir que hoy estaríamos 48% más baratos en dólares que en el último mes de vigencia de la convertibilidad. Se podrá argumentar que el punto de comparación no es del todo válido porque diciembre de 2001 fue el momento de mayor atraso del último medio siglo que además terminó con la peor crisis de nuestra historia. Pero estar 48% abajo es decir mucho, o sea que hoy estaríamos con valores de "bicoca" en dólares en términos históricos y los ultrakirchneristas no mentirían (cosa rara) cuando hablan de la estrategia del dólar caro.

La devaluación real contra Brasil (muy influida por la apreciación nominal de la moneda brasileña) ha sido en el período de casi 60%, contra el euro del 40% y contra los EE.UU. del 25%. Grandes ganancias de competitividad. Pero la "sensación térmica" es que ya estamos otra vez con necesidad de devaluar y/o de dar más protección a la industria que compite con importaciones y/o de experimentos siniestros como un nuevo Banade que de créditos más blandos que un puré de papas recién hervido. ¿Por qué?

El shock de términos del intercambio favorable que ha recibido la Argentina desde que devaluó ha sido equivalente a la impresionante cifra de 8% del PBI, 15% del PBI de efecto precio de exportaciones menos 7% del PBI de efecto precio de las importaciones. Sin embargo, la presión impositiva aumentó en el mismo período 50%, 12 puntos del PBI (4,5% del PBI son las retenciones a las exportaciones, 2% del PBI es el impuesto al cheque, 1% del PBI es el no ajuste por inflación a los balances y el 4,5% del PBI que resta, fue por aumento en la actividad económica) lo cual ha provocado que su nivel sea del 50% del PBI para los que están en blanco, récord histórico. Ningún plan económico en casi 200 años de vida como nación independiente, había logrado algo similar. La Argentina siempre superándose.

El Estado por mayores impuestos, se comió más del 100% del impulso exterior que recibían los privados. ¿Quién fue el pato de la boda? No los salarios que pasaron del 35% del ingreso nacional en 2002 al 45% en 2007 (el sector formal ya paga mayores remuneraciones en dólares que en diciembre de 2001). Fue la ganancia empresaria la que sufrió relativamente más el apretón impositivo al caer de 65% a 55%. Falta un "poquito" más de destrozo de mercados para lograr la meca igualitaria del 50%/50% con la que sueñan los Kirchner.

Y cuando uno lo piensa más allá de los números, suena lógico ¿O acaso es sano, para el apetito emprendedor, que se prohíban exportaciones, se suspendan licencias automáticas para importar, se pongan "encajes" como condición previa para venderle al mundo, se persiga a quienes suben los precios como si fueran delincuentes y se tenga un ministro de Trabajo que parece un sindicalista encubierto?

Socialismo perdurable

La sensación de atraso cambiario y falta de rentabilidad viene fundamentalmente por la presión impositiva salvaje que sufren los que están en blanco. Y lo que los empresarios plantean, en algún lugar, es que el salario (a través de un dólar más caro) "aporte" también a las arcas del gobierno.

No hay imitación más cercana al primer Perón que el kirchnerismo gobernante, a pesar que ante el derrumbe de su imagen positiva, el resto del peronismo comience a despreciarlo. La idea de no expropiar los medios de producción ("ni socialistas") para que el esfuerzo lo hagan los demás, pero al mismo tiempo que el grueso de la ganancia empresaria quede en manos del Estado ("ni capitalistas") por medio de una imposición insoportable, es el tronco económico del justicialismo, mucho más que su inclinación por el desarrollo industrial a costa del agro.

El peronismo económico original es un engendro de "socialismo dinámico", o sea, un socialismo que perdura en el tiempo, lo cual requiere que el empresario, dueño de los medios de producción, al menos asome la nariz por sobre la catarata de impuestos que tiene que pagar para que le quede algo de ganas de producir y dar empleo. Hoy, pese a lo mucho que se paga, en casi todas las provincias y municipios, hay intentos de subir más la presión impositiva.

El empresario argentino percibe las cosas "como si" no hubiera habido devaluación del peso argentino, ni inflación internacional, ni devaluación del dólar en el mundo que le ayudara a competir mejor con el resto del planeta, cuando en realidad el problema es el Estado cuasi socialista de presión impositiva alucinante construido en esta Argentina bicentenaria.

(*) Nota publicada en La Nación el 21-09-2008, Sección Economía & Negocios, página 12

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José Luis Espert

José Luis Espert

Doctor en Economía

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